lunes, 20 de junio de 2011

1984 de George Orwell

1984 es uno de esos pocos libros que los hombres de nuestros días, y aun lo que habrán de venir, no se pueden permitir el lujo de no leer. George Orwell, seudónimo que adoptó Eric Arthur Blair cuando empezó a publicar, realizó una crítica feroz a cualquier forma de totalitarismo, reflejando con aterradora realidad una sociedad sometida a una espantosa dictadura de carácter utópico, después de desengañarse de las ideas socialistas tras su paso por Cataluña en los primeros años de la Guerra Civil española. Tanto es así que su impactante novela configuró, junto con otras obras anteriores —Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921) y Un mundo feliz de Aldoux Huxley (1932)—, un nuevo género literario conocido como distopía.

miércoles, 15 de junio de 2011

El progreso del peregrino de John Bunyan


El progreso del peregrino es una de las obras maestras de la literatura inglesa, y la segunda obra cristiana más editada después de la Biblia. En España, sin embargo, es un texto prácticamente desconocido. Su autor, John Bunyan, realizó la obra de referencia del puritanismo inglés (junto a El paraíso perdido de John Milton), en la cual demostró no sólo un extraordinario conocimiento de las Sagradas Escrituras sino también un mayor conocimiento que sus contemporáneos acerca de su genial compatriota William Shakespeare. El progreso del peregrino se convirtió rápidamente, en el siglo XVII, en un hito del cristianismo y pasó a ser, con toda justicia, una guía espiritual, entretenida y educativa, para miles de lectores de épocas posteriores.

viernes, 3 de junio de 2011

Sangre y arena de Vicente Blasco Ibáñez

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue un escritor español tan prolífico como polémico. De origen valenciano, republicano, izquierdista y masón, sus novelas fueron acogidas con formidable entusiasmo por el público de su época, conquistando incluso a la naciente industria de Hollywood. A partir de su breve paso por París, donde entró en contacto con el naturalismo literario, dotó a sus obras del carácter realista y costumbrista que aprendió en la capital francesa. Sin embargo, más allá de sus grandes novelas regionales (La barraca, Cañas y barro o Entre naranjos) en Sangre y arena se inclina hacia la novela psicológica, aprovechando como escenario de fondo, eso sí, un símbolo inconfundible de la cultura española: la fiesta nacional, la fiesta de los toros.

De entrada, a pesar de que Blasco Ibáñez exclama en la última frase del libro, refiriéndose a los espectadores, al público taurino: «Volvió a rugir la fiera: la única, la verdadera», lo cierto es que la obra no me parece antitaurina. Por ejemplo, uno de los personajes, el doctor Ruiz, es un convencido defensor del toreo, y expresa en todo momento y sin complejos su discurso pro taurino frente a las críticas europeas que se alzaban a la sazón contra las corridas de toros. Y no en vano, de entre todos los personajes, es Juan Gallardo, un muñeco vestido de oro y seda, el personaje central del drama, la figura trágica de Sangre y arena.

Opuesta a Gallardo es doña Sol, su amante y contrapunto, con la que mantiene una relación extramatrimonial tormentosa. En cierto sentido, son dos polos opuestos. Ella representa a la clase alta, a la educación cosmopolita de las urbes europeas. El otro es trasunto de la España andaluza, de campo, sol, olores fuertes y gentes supersticiosas. Y sin embargo ella, a la que llaman en Sevilla «La Embajadora», se ve poderosamente atraída por el atractivo del torero, de cuna rústica y sin embargo espíritu gallardo y noble. 


Lo más conseguido del autor valenciano, como siempre, es su descripción de los ambientes, su dominio del estilo costumbrista. En Sangre y arena, Blasco Ibáñez realiza una crónica detallada de las costumbres de la época. Compone magníficas escenas de Semana Santa, se recrea describiendo los rituales previos a la lidia de los toros, cuando las figuras se enfundan los trajes de luces antes de salir a la arena, y detalla con tintes oscuros y no escasa malicia a la masa católica, supersticiosa e instruida exclusivamente por el clero. El personaje más anticlerical, vocero del propio autor, es el banderillero de Juan Gallardo, conocido como el Nacional, que descubre las fobias del valenciano en materia religiosa, subrayadas asimismo con la caracterización que hace de la esposa del torero, doña Carmen, una mujer quejumbrosa y sufridora. Otros personajes que tienen cierto relieve son doña Angustias, madre del protagonista, que ha visto ascender a su hijo desde la miseria hasta la opulencia, y el Potaje, picador campechano y simpático.

Refleja por tanto el autor una amplia panorámica social, desde la aristocracia (marqués de Moraima y tío de doña Sol) hasta la canalla (como el Plumitas, un bandido de poca monta de la más baja extracción social al que el autor concede un inmerecido halo romántico), pasando por las capas humildes (el propio Juan Gallardo, que escapa de la pobreza convirtiéndose en torero a base de tesón y talento).

Con todo, la idea de fondo de Blasco Ibáñez es señalar el criterio voluble de la muchedumbre, del pueblo que se dice ahora, la crítica injusta o incluso el denuesto después del halago altisonante. Y es que es muy propio del carácter español, aunque no exclusivo nuestro (que se lo digan a los judíos), ensalzar ídolos antes de crucificarlos, como si quienes reciben el culto de la plebe nunca pudieran defraudarla. A ése carácter bestial se refiere Blasco Ibáñez en Sangre y arena. Una novela interesante que después de todo usa el mundo de los toros para manifestar emociones tan universales como el miedo, la pasión, los celos o el coraje. 

Es una lástima en definitiva que no haga hincapié el escritor valenciano en la riqueza estética del arte de torear. En una tierra tan taurina como Valencia, hubiera sido la guinda de todos los homenajes que dedicó a su tierra; pues como ha dicho una y mil veces Fernando Sánchez Dragó, el toreo es un arte elevado que encierra los cánones de la vida, que no son otros que parar, templar, mandar, saber ligar y cargar la suerte.

La tragedia finalmente sólo puede recaer en la figura protagonista. Figura que desempeña un papel incomprendido en nuestros días pero que se remonta a la antiquísima Atlántida, donde los toreros eran tenidos por héroes. Y como las estrellas del firmamento, la estrella de todo héroe asciende y declina, surge y desaparece, en el extraño y fascinante ruedo de la vida.



Título: Sangre y arena

Autor: Vicente Blasco Ibáñez

Editorial: Alianza Editorial

Otros: Madrid, 1998, 416 páginas 

Precio: 10,5 €


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