miércoles, 7 de septiembre de 2011

Canción de hielo y fuego III: Tormenta de espadas de R. R. Martin

Tormenta de espadas es el tercer título de la saga fantástico-medieval Canción de hielo y fuego, de R. R. Martin. En sus más de 1.000 páginas repartidas en dos volúmenes suceden cantidad de cosas, pero en algunos momentos da la sensación general de que la historia de algunos personajes es demasiado estática. A pesar de que me he saturado en momentos puntuales con la lectura, y de que Martin se ha destapado con una crueldad innecesaria con algunos personajes, inclinándose a su vez descaradamente por los marginados de esa sociedad, la serie sigue rindiendo a gran altura; pero quizá Tormenta de espadas se ha desviado en exceso hacia lo explícito y lo gore, que es, en última instancia, lo popular. Ahora bien, antes de desgranar mis impresiones del libro, una advertencia: si alguien no desea conocer antes de tiempo algunos acontecimientos importantes del tercer título de Canción de hielo y fuego que aplace la lectura de este comentario.


     Tras un inicio espectacular con Jaime y Brienne perseguidos en el Forca Roja y, sobre todo, con la aparición de los Otros, el tercer volumen comienza arrollador. Martin crea tensión constantemente y domina el desarrollo de las tramas, pero si alguien desea ver el choque definitivo entre los señores del frío y los del fuego se verá decepcionado, pues los Otros brillan por su ausencia en Tormenta de espadas.

     Jon, acusado de cambiacapas, sigue infiltrado con el «pueblo libre», del que reflexiona con lucidez (I, p. 113). Es, hasta que se deshace de ellos y huye al Muro, la plasmación de la vida salvaje, que se pone, en última instancia, de manifiesto (I, p. 563) enfrentando los conceptos de propiedad (civilización) y anarquía (barbarie). Y de esta aventura de Jon resulta que cualquier pueblo tiene la necesidad de vivir civilizadamente bajo el imperio de la ley, única garantía para los individuos frente a los caprichos de sus semejantes. Sin organizarse en algo parecido a un Estado, primero, los hombres están indefensos y, segundo, a nadie pueden recurrir cuando abusen de ellos. Stannis demuestra la debilidad de un pueblo sin bases sólidas, cuando casi al final de Tormenta de espadas, y sorprendiendo a todos, detiene el avance de Mance Rayder y sus salvajes en el Muro.

    La ambigüedad sigue desempeñando un papel central en la serie. Davos, un contrabandista fiel, convertido en Mano del rey Stannis, Tyrion —cada vez dibujado más bondadoso por Martin— y su comportamiento con su esposa Sansa, o Jaime y su afecto hacia Brienne (que representa el honor y la fidelidad), son buenos ejemplos de ello. Ambigüedad, por cierto, que no escapa a los dioses: «Pero ¿cuándo han sido bondadosos los dioses?»[1].

     Arya o Bran y Rickon parece que no avanzan lo más mínimo. Y su hermano Robb —junto a su madre Catelyn—, en el que recaían las esperanzas de un rey ejemplar, y que representa las virtudes del honor y del sentido del deber, es asesinado a traición por los Frey, en casa de éstos mientras celebraban una boda. Cierto que en Robb recae una gran responsabilidad, pero a pesar de ser un gran guerrero resulta incompetente en cuestiones diplomáticas, pues se casa por amor; hasta el punto de costarle la vida. Lord Tywin aprovecha la juventud e inexperiencia del chico (p. 287) y prepara su muerte en secreto, seduciendo a lord Frey.

      La muerte de Robb y Catelyn (aunque al final es recuperada por Martin en un truco que no estoy seguro del todo de que no sea una tomadura de pelo, como alma en pena en busca de venganza) ha sido revelador para comprender las intenciones del autor: los héroes ideales no caben en su mundo de fantasía gore, todos sufren demasiado o mueren. Y ahí tenemos a Robb; o Jaime, un apuesto caballero con una mano amputada y una fama nefasta por una acción del pasado; Sansa, educada para ser una futura dama ideal, que ve cómo su familia es asesinada, y es desposada con Tyrion; Catelyn, la madre perfecta; Bran, un posible príncipe venido a minusválido…). En cambio, sobreviven o destacan los inadaptados o marginados de aquella sociedad: mujeres rebeldes (Arya y Daenerys) o marginados (Tyrion, Davos y Jon).

     Y esa ambigüedad que también se achaca a los dioses es patente en la sensación de injusticia que está incubando Martin. Una sensación que le estallará finalmente si no continúa la serie Canción de hielo y fuego satisfaciendo al lector y proporcionándole el alivio que espera, haciendo justicia. Un pequeño amago de esto asoma casi al final de Tormenta de espadas con la muerte del rey Joffrey (atragantado-envenenado) y, a la vez, con el rescate de Sansa de las manos de los Lannister por parte de Meñique. Incluso Tyrion es cada vez más agradable a los ojos del lector.

     En fin, Martin ha preferido desviar con Tormenta de espadas la serie hacia algo todavía más comercial, explícito (gore y sexual) y por consiguiente vulgar. De perfil adolescente. Sin un desenlace que pueda intuirse serio y mítico (aunque por suerte falta mucho para el final). No sé dónde estará el límite de R. R. Martin o en qué acabará la saga literaria Canción de hielo y fuego, pero Juego de tronos tenía hechuras para desarrollar una historia de mayor calado.


CANCIÓN DE FUEGO Y HIELO
3. Tormenta de espadas

FICHA
Título: Tormenta de espadas (2 vol.)
Autor: George, R. R. Martin
Editorial: Editorial Gigamesh
Otros: Barcelona, 2007, 624 y 608 páginas
Precio: 38 €


[1] p. 154.

2 comentarios:

  1. Estoy contigo Luis.

    El artículo es muy bueno. Creo que Martin está moviendo demasiados hilos a la vez. Tambien esto yde acuerdo contigo en que debe crear sensación de justicia. Con los personajes ideales ha sido demasiado cruel.

    Ya e terminado tambien Festin de Cuervos. Y me ha gustado menos. ¿para cuándo un comentario sobre el cuarto libro de la saga?

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  2. Hola David.

    Ya puedes disfrutar del comentario sobre Festín de cuervos, que publiqué anoche de madrugada. No te he respondido antes porque iba a tener el texto preparado pronto. Así pues, ya me contarás si estás de acuerdo con mi visión del libro o en qué no lo estás.

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