domingo, 6 de enero de 2013

Comentarios de cine: La Red Social de David Fincher

He escogido La Red Social de entre toda la filmografía de David Fincher por muchos motivos; el más importante de ellos es porque la considero su mejor película. A nadie engaño si digo que soy un enamorado de su trabajo, y no oculto mi entusiasmo por su cine como tampoco lo hago con los de Clint Eastwood o Mel Gibson. Pero su talento no ha aparecido en el firmamento del cine de la nada, sino que su estela nos remonta a un origen precoz en la industria cinematográfica, pues con 18 años ya entró en el gremio del séptimo arte —en labores menos destacadas—, y después pasó a realizar videoclips y spots para estrellas de la música como Madonna, Sting, los Rolling Stone o Michel Jackson… Tras empaparse del arte de la publicidad y los vídeos musicales, David Fincher se decidió entonces a dirigir largometrajes, siendo The Social Network una joya más de su atractiva producción cinematográfica, y él, uno de los cineastas más sobresalientes —y a la vez comerciales— de los EE.UU.


       David Fincher sorprendió en 1992 con el estreno de Alien 3, pues con su labor de dirección —con dificultades y poco tiempo para trabajar— consiguió dotar a la 3ª entrega de la famosa franquicia de Alien de frescura, personalidad y ambigüedad. Con Seven, 7 años después, se erigió en el creador de una película de culto, formidable, opresiva, y con un desenlace épico; una de mis debilidades. En 1997 rodará The Game, cinta reflexiva protagonizada por Michael Douglas, que abunda en la desconfianza y la incomunicación —tema central en la obra de Fincher—. Dos años más tarde, adapta a la gran pantalla El Club de la Lucha, otra obra de culto para muchos, que refleja la paranoia de los tiempos y su espíritu nihilista. La habitación del pánico (2002) y Zodiac (2007) resumen perfectamente la evaporación del sueño americano; ambos relatos plasman la inseguridad de un pueblo que antaño se sabía poderoso e invulnerable y ahora reconoce que su estilo de vida se está haciendo añicos. En 2008, El curioso caso de Benjamin Button será capaz de hacernos llorar mientras nos cuenta una historia de gran hondura y delicadeza, a partir del relato de Francis Scott Fitzgerald. En 2010 aparece La Red Social, y finalmente (2011), Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, un prodigio de puesta en escena y montaje capaz de levantar una obra fascinante y oscura con más profundidad que el libro en el que se inspira. Pero es La Red Social la cinta que con más urgencia exige mi atención, por su terrible vigencia y por su maravillosa artesanía.

La Red Social es la crónica cinematográfica de la creación de Facebook. Red social que nació en 2005 y que se ha convertido en una superempresa brotada del manantial inagotable de la galaxia Internet. Según rezaba la publicidad de la cinta, en la fecha de su aparición, Facebook contaba con 500 millones de usuarios, era usado en más de 207 países, y estaba valorado en 25 billones de dólares.

El brillante relato sigue al principal fundador de Facebook (Mark Zukerberg), genio informático con dificultad para mantener relaciones personales equilibradas, y en el que Fincher, aprovechando los márgenes de la ficción, encuentra un filón para contar la historia que desea transmitir. En este sentido, es justo decir que la película narra el auge y la caída de un ídolo. Para comprender el verdadero alcance del éxito —y también fracaso— del personaje, hay que desmenuzar sin prisa lo que la cinta promete.

La naturaleza de los tiempos ha cambiado. El carácter de Internet se está imponiendo en las relaciones sociales como un virus mortal se adueña de un organismo corrompido. Su reciente aparición es sin lugar a dudas una revolución sin precedentes que está definiendo los nuevos tiempos, época en la que habremos avanzado sorprendentemente en tecnología pero retrocedido, más de lo que creemos, en humanidad. No hace falta remontarse a nuestros abuelos para ver las diferencias abismales de estilos de vida; esa brecha ha terminado trastornando a nuestros padres. Ahora —como defiendo en otro lugar—, las relaciones personales se definen «por la velocidad con la que se producen, por su superficialidad y por una profunda incomunicación. Sólo vale lo actual, lo inmediato, el instante perpetuo que mantiene nuestros cerebros saturados de noticias intrascendentes (…)». Y esto queda bien claro con la personalidad del protagonista. De hecho, la película comienza con un diálogo entre éste y su novia (Erica), una conversación, por cierto, salida de la fábrica de palabras de un guionista superdotado como es Aaron Sorkin. Todo el guión es una maravilla literaria salida de su mano, que marca el ritmo trepidante de la cinta y se compagina perfectamente con la dirección de David Fincher. Pero volviendo a lo anterior, los tres rasgos que a mi juicio definen los tiempos se dan en la charla entre los dos jóvenes. La primera conversación que se produce en la película, y con la que comienza la misma, termina con la ruptura de una joven pareja. Una conversación atropellada marcada por la velocidad, en la que tratan asuntos livianos, y en la que se refleja la incomunicación de ambos. Desde luego, el espléndido trabajo de Sorkin pone de manifiesto que se ha envilecido el lenguaje y empobrecido la comunicación; los diálogos de la película, como he apuntado antes, son rápidos, inconexos, acelerados, reflejo del aumento de la velocidad en la comunicación humana.

Y ella, después de discutir, rompe la relación, dirigiendo al que hasta entonces era su novio las siguientes palabras:

«Mira, seguramente llegarás a tener mucho éxito como experto informático, pero vas a ir por la vida pensando que no gustas a las chicas porque eres un friki. Pero quiero que sepas de todo corazón que eso no será verdad. Será porque eres un gilipollas».

Con la espléndida introducción de la cinta nos damos cuenta de que el Mark Zukerberg de la ficción es un chico arrogante, pero también de que tiene serias dificultades para sentir empatía. Una palabra horrible ésta, e innecesaria, pues no debiera suponer un esfuerzo pretender la sencillez y decir que al joven le cuesta relacionarse sanamente, o en otras palabras, que no es capaz de escuchar y comprender cómo se sienten otros. La frialdad de Mark es tan evidente que Eduardo Saverin, amigo íntimo de éste y fundador también de Facebook, se entera de la ruptura de su amigo leyendo su blog. El tema de la amistad atraviesa también esta historia de principio a fin.

Pero volviendo a lo anterior, para ilustrar el éxito actual de las redes sociales y la cristalización de la sociedad incomunicada es inmejorable la imagen del propio Muro de Facebook, que aparece reflejado en la cabecera de su página web en nuestras pantallas. Alegoría ideal para representar el verdadero muro que se levanta entre nosotros. Porque francamente, las redes sociales nos alejan, suponen un tabique, una tapia entre hombres y mujeres; bien es verdad que podemos tener más contacto con nuestros amigos, pero también lo es que ese trato es poco profundo y duradero. La comunicación virtual desarraiga las relaciones, pues mientras satisfacemos la curiosidad de saber de alguien a quien apreciamos, dejamos de desear querer verle tanto. Pero no se me escapa que esconderse detrás de una pantalla tiene sus beneficios: garantiza de alguna manera nuestra seguridad, nos hace menos vulnerables. Porque dar la cara implica que nos puedan herir. Lo que sucede es que sin transparencia, sin relacionarnos directamente, no puede haber auténtica amistad.

Sea como fuere, el despecho que Mark sufre supone una motivación creativa. El chico crea un espacio en Internet en el que el público debe comparar entre dos chicas y escoger una. Las imágenes las saca de las residencias de Harvard. Se trata de exhibir en la red social toda la vida de los alumnos de la facultad. A partir de aquí se ponen las bases del futuro Facebook y se dispara la fama de su creador, al cual vemos durante la película convertido en multimillonario, pero, también, en un solitario y melancólico personaje abandonado por los que hasta entonces habían sido sus amigos. ¿Qué ha ocurrido para que Mark se haya quedado solo?

David Fincher filma en tiempo presente esta película, pero con varios saltos temporales. Lo que vemos en estos saltos, adelantándonos al relato de los orígenes de la empresa, es que Mark Zukerberg se encuentra enredado en las vistas de dos demandas distintas presentadas contra él. Es decir, ya sabemos cómo acaba la historia de esta cinta; al menos Fincher exhibe con la cámara una situación difícil personalmente para el fundador de Facebook, que en los cimientos que puso al levantar su creación olvidó conservar a sus amigos. De hecho, su mejor amigo, Eduardo Saverin, después de ser engañado miserablemente, demanda a Mark por 600 millones de dólares. El genio, cegado por la popularidad, el éxito y la fama que estaba cosechando su criatura, se asocia con Sean Parker (Justin Timberlake), fundador de Napster, el cual le va alejando poquito a poco de su amigo Eduardo. Multimillonario pero infeliz, a Mark sólo le preocupa expandirse. Cree que creciendo profesionalmente a toda costa atraerá de nuevo a la chica que le gusta (Erica). Pero eso revela una mente estrecha e insana. La mentalidad del éxito enferma los corazones, que, volcados en sus cosas, olvidan lo más importante: tratar con cariño y paciencia a cualquier persona. Pero no se contentan con lo que tienen, y la avaricia se apodera de ellos (Hebreos, 13, 5).

Dejando de lado otras cuestiones que trata la cinta, como la sana competencia intelectual y el marco de libertad privilegiado que ofrecen las universidades privadas americanas, la positiva iniciativa de los emprendedores, o los riesgos de servir al dinero y la fama, La Red Social me interesa, sobre todo, como reflexión para recordar que, a pesar de que la tecnología nos permite estar hoy en día en contado con muchos amigos, en realidad se está más lejos de ellos que nunca. Y el ejemplo perfecto es el protagonista al final de la película: abandonado por todos los que lo podían apreciar, rodeado de cortesanos que sólo lo siguen por su influencia y dinero, y con millones de enemigos que codician y envidian lo que ha construido. A partir de ahora, si algo desea tendrá que comprarlo. El drama de esta sociedad incomunicada y superficial, pero con una magulladura que espera ser sanada, es que ha asumido que todo se puede comprar con dinero. Y no es así. El Mark Zukerberg de la cinta, a pesar de ser una de las fortunas más grandes del mundo, de su talento y de su fama mundial, se ve imponente para recuperar la amistad de la chica de la que está enamorado.

      Antes o después todos los ídolos caen, sólo que los más grandes lo hacen con mayor estrépito.




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