domingo, 17 de noviembre de 2013

Comenarios de cine: Expediente X Creer es la clave

Hace unos días volví a ver la segunda película de la saga Expediente X: Creer es la clave (2008). En su día me decepcionó mucho, no fui al cine para no tener que salir de él cabreado, y cuando por fin la pude ver meses después en casa, me quedé en varias ocasiones durmiendo a lo largo de la cinta; soy acérrimo de la serie y todo lo relacionado con ésta me sabe a poco. Sin embargo, en esta ocasión, sin que me haya llegado a parecer nada del otro mundo, la he visto con otros ojos. El guión cumple sobrado, y hay dosis de terror y suspense notables; pero no fue su oscuro argumento lo que me atrajo en este segundo visionado, sino, como siempre, el fértil conflicto que exhala de la relación personal  entre Mulder y Scully
   
      El argumento de la película es convencional. La desaparición de varias mujeres en una población rural de Virginia y el hallazgo de una serie de fosas con cuerpos humanos congelados a los que la policía ha tenido acceso a través de las visiones de un sacerdote, obliga a los investigadores a solicitar la participación de los ex agentes del FBI Mulder y Scully. No es, sin embargo, un relato puramente policial, pues existe una clave sobrenatural en el mismo: la relación «espiritual» que mantiene el sacerdote con uno de los malos de la historia. Conexión en la que, como era de esperar, Mulder cree desde el principio mientras Scully por su parte se manifiesta escéptica. 

      Pues en realidad Expediente X: Creer es la clave es, como fueron cada una de las nueve temporadas de la serie, una titánica lucha por escarbar en el misterio de la fe a través de las creencias y comportamientos de dos personajes de ficción antagónicos pero dotados de gran sensibilidad y cultura. De hecho, Expediente X es la puesta en escena más lúcida y arriesgada de la cultura contemporánea acerca de la tensión a la que se ve sometida la fe humana. 

      Quien conozca esta serie de televisión de culto de los años noventa sabrá que los personajes protagonistas de ésta viven a lo largo de sus carreras multitud de experiencias sobrenaturales y otras circunstancias de carácter inexplicable. Ahora bien, la riqueza de esta fascinante historia creada por Chris Carter, es que cada uno de ellos responde a estas situaciones, evidencias y sospechas, de modo distinto. Mulder por su parte no cree en un Dios trascendente y personal, pero sí acepta una realidad sobrenatural o espiritual acerca de la cual la ciencia no puede pronunciarse. En cambio, Scully es católica, y por tanto creyente en el sentido correcto del término; pero también es médico forense, y su condición científica la empuja a desconfiar de las realidades que Mulder asume. El contraste por tanto es apasionante, pero en mi opinión a los responsables de este icono de la televisión, a pesar de su manifiesta brillantez, les faltaban conocimientos teológicas y filosóficos. La ciencia y la fe no son rivales porque operan en campos diferentes, se ocupan de materias no excluyentes y en consecuencia son conciliables. Aunque entonces como ahora seguía vivo a nivel popular este falso dilema. La fuerza de Expediente X, en cambio, reside es su capacidad para escarbar en las tensiones de las creencias de los protagonistas y reflejarlas en ambientes de permanente amenaza y desconfianza en los poderes e instituciones políticas. 


      Para Fox Mulder entonces el misterio forma parte de una realidad sobrenatural que no tiene sustento en ningún Dios personal y trascendente y que tendría su origen en fuerzas desconocidas superiores al hombre, y distintas de él, pero relacionadas de algún modo que no alcanzamos a comprender. No obstante, el misterio en sí mismo, y así lo entiende Scully, es tratar de averiguar qué tiene Dios reservado para cada uno de nosotros, o, al menos, cómo podemos reconocer sus señales en una vida llena de obstáculos y en la cual Dios mantiene con nosotros una relación imperceptible para la mayoría y apenas sólida o palpable para nadie. Scully, precisamente, sufre durante la película tratando de resolver si debe intentar salvar la vida de un niño enfermo terminal aunque el tratamiento sea sumamente agresivo y doloroso, y a su vez lucha por aceptar las supuestas visiones de un cura con un pasado repugnante que es respaldado por Mulder. El peso dramático por tanto recae sobre Scully, pues es ella la que en el fondo ve su fe comprometida en dos frentes abiertos que le sobrevienen. 


      Y aquí es donde recuerdo una conversación que mantuve con un amigo hace algunas semanas, el cual se abrió conmigo como pocas personas lo han hecho nunca, y me contó, justamente en vísperas del día de Todos los Santos, el pesar que sentía por la pérdida de su padre. Hablando, como sucede en estos casos, de Dios y sus cosas, señaló perfectamente qué es lo que más dificulta al hombre creer en Dios. «La incertidumbre». Y en el fondo así es. El argumento emocional más importante que encuentra todo hombre para aceptar la existencia de Dios es la incertidumbre, la falta de asidero real, de sustancia tangible que conforte y esperance. Es decir, ¿por qué Dios no es más accesible a nosotros? ¿Por qué mi amigo «necesitaba» llevar cerca de su piel, colgado al cuello, un anillo de su padre? ¿Por qué Dios no es tan solo un poquito más perceptible y patente? Estas, y otras preguntas parecidas, también arañan al creyente, que constata con igual o menor gusto la real incertidumbre que nos envuelve. Pero estoy convencido de que esta relación entre Creador y criatura tiene que darse con esa tensión, pues la incertidumbre a la que Dios nos obliga es su prueba, y sólo a través de la prueba se demuestra realmente quién somos. 


      Yo, por ejemplo, ya he encontrado razones para superar ese problema, aunque la sensación de lucha permanece. Podría referirme ahora al capítulo Por qué se esconde Dios del magnífico libro La fe de los demonios de Fabrice Hadjadj, y exponer su tesis, pero creo que quien no esté dispuesto a entender, no hará ningún esfuerzo por alumbrar este misterio; por eso creo más oportuno recordar una escena evangélica en la que se nos transmite que 1) entre el mundo de los vivos y el de los muertos hay un abismo y que 2) quienes no están dispuestos a creer, no creerán ni aunque resucite un muerto y les hable (Lucas 16, 19-31). 


      La incertidumbre es una prueba que estamos llamados a superar, aunque a veces la vida nos apriete demasiado y el dolor incline una balanza cargada con dudas demasiado pesadas. Por eso, «Jose», creo sinceramente que, como apunta esta película, creer es la clave.






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