miércoles, 22 de enero de 2014

España, Patrimonio de lo Sagrado: Alarcón


Conocida en otras épocas como «La Inexpugnable», Alarcón es una villa de 186 habitantes censados, situada en un risco al que ciñe por sus faldas el río Júcar y cuyo hálito medieval transporta al viajero a un lugar de leyenda. En pleno corazón de la provincia de Cuenca se halla este rincón mágico, escenario de película ideal, que en virtud del entorno natural en el que se enclava, se ofrece al caminante que echa por primera vez sus ojos sobre la pulquérrima villa como una novia digna y bella, como la más alta de las princesas de la Edad Media.

Alarcón, de orígenes antiquísimos, reconquistada a los musulmanes por Alfonso VIII en 1184, fue cuna de nobles y gentes importantes. Dan fe de ello las casas señoriales que hoy se levantan entre las pocas calles del pueblo, que conservan el sabor medieval en sus puertas, balcones y fachadas. No faltan viviendas con escudos nobiliarios en el quicio de entrada, ni los cantos cuidados, que hacen de pavimento en arterias rurales por las que ruedan de cuando en cuando automóviles de alta gama. Sus ocupantes buscan un destino exclusivo, idílico y en calma. Lejos están ya en nuestro siglo XXI las guerras intestinas que sacudieron sus murallas, los sitios feroces a los que fue sometida la población cristiana. Pues los fieles de Cristo, para nuestro júbilo, consiguieron imponer la cruz a la media luna islámica…

Con el tiempo, en el siglo XIV Alarcón cambió de dueño, pasando a formar parte del poderoso Marquesado de Villena; recayó entonces la inexpugnable en el infante don Juan Manuel, figura eminente de las letras castellanas inmortalizado a través de la fama que le granjeó por encima de sus otras obras El conde Lucanor. Hoy en día, como es debido, su recuerdo sigue vivo en el actual Parador y en la principal plaza del pueblo.

Después de cada una de las muchas visitas que he realizado a este asombroso altozano fortificado, me rondaba la duda de si la siguiente impresión que me llevaría al toparme de nuevo con este lugar encantado sería tan potente como la primera. Y siempre la incertidumbre cesaba de inmediato. La panorámica de Alarcón que surge tras la leve pendiente que sucede al desvío de la carretera de Motilla del Palancar, es decir, el primer contacto visual que se tiene del cerro poblado, y que se mantiene según vas acercándote a su regazo, puede resumirse como un flechazo. Los sentidos quedan finalmente arrebatados al detener nuestros pasos a los pies de la torre musulmana que se alza a la entrada, antes de penetrar en Alarcón por las puertas del Calabozo y el Bodegón, y observar el cuadro majestuoso que nos regala el horizonte: sobre un promontorio abrigado por verdes pinos, un puñado de casas hidalgas se erigen, destacando sobre ellas el imponente castillo –con su Torre del Homenaje como faro contemplativo- y las Iglesias de Santa María –en el centro- y Santo Domingo de Silos.

Bajo los muros de la soberbia torre musulmana se cobra conciencia de la grandeza que todavía conserva el conjunto histórico-artístico, y de la importancia que en su día tuvo la población solariega. No es la única torre vigía que se ve en los alrededores. Aparte de la Torre del Homenaje, otra atalaya se encuentra a la derecha del lienzo y es conocida como la Torre de los Alarconcillos, y detrás de ésta, según miramos en profundidad desde el mirador de la gran torre de la entrada, vemos la del Cañavate.

Una vez en el pueblo, sorprende la cantidad de iglesias que Alarcón hospeda. Cuatro edificios de carácter externamente religioso hallamos en él. En la parte baja del pueblo, dentro del recinto fortificado, exactamente en la calle de Santa Trinidad, se encuentra la iglesia del mismo nombre. Ni más ni menos, cinco siglos de antigüedad la amparan, y de su riqueza da muestras la portada plateresca, conteniendo detalles de animales mitológicos y otros motivos vegetales. Lisa y llanamente no tiene nada que envidiar a iglesias de pueblos cuya población es cien veces mayor.

Como suelo dejar el coche en un espacio dedicado al aparcamiento que recientemente ha sido asfaltado y que está precisamente en la parte baja del pueblo, la iglesia de la Santa Trinidad es la primera que honro con un vistazo. Luego suelo subir por el callejón del Arco, y torciendo a la derecha en Álvaro de Lara, continuo hasta que, mirando a la izquierda a las calles que se cruzan, doy con otro templo. Es la iglesia principal de Alarcón, la Parroquia de Santa María. Se construyó entre los años 1520 y 1565 y en ella intervinieron manos muy competentes. Su portada es un aperitivo de lo que esconde dentro. Los artistas realizaron en la puerta principal de la iglesia de Santa María un retablo monumental cobijado bajo un gran arco triunfal. Pero, como decía, sólo es un anticipo de lo que hicieron los artistas de puertas adentro.

No hay un templo semejante en muchísimos kilómetros a la redonda. Aprovechando los cimientos románicos originales, los maestros que trabajaron en la forja de este monumento lograron por ejemplo uno de los retablos más maravillosos e importantes de estilo renacentista y plateresco de la antaño denominada Castilla la Nueva. No es el único elemento artístico sobresaliente de la misma. El retablo situado tras el altar mayor queda debajo de una magnífica bóveda gótica que descansa en forma de nervios sobre majestuosas columnas blancas que quitan el hipo. Pila bautismal de época y coro barroco enriquecen más aún un conjunto artístico equilibrado, bello y muy puro.

A la espalda de la Parroquia de Santa María se encuentra la Plaza de Santo Domingo, donde a su vez se halla otra iglesia del mismo nombre; hoy Auditorio y Sala de exposiciones. De dimensiones generosas pero más pobre que los templos anteriores.

Con todo y con eso, en todo momento se tiene presente que el destino final es el faro que ilumina la villa, el castillo de Alarcón y su fabulosa Torre del Homenaje. Andando a través de la calle empedrada Capitán Julio Poveda, por donde los automóviles que paran en el parking del Parador ponen a prueba suspensiones y máquinas, se alcanza la fortaleza. Afortunadamente Alarcón es un sitio precioso en el que muchas personas deciden pernoctar y pasar unos días de descanso entre nobles paisajes y restaurantes donde se come muy bien. Yo conozco dos, y La Cabaña es mi favorito, por su ajo cocido y sus vistas espectaculares, frente al collado donde está la población.

La Red de Paradores, al poner aquí su bandera, dio en el clavo. Siempre que voy a Alarcón alberga clientes. Haga frío o bajo un sol de justicia. A nuestros contemporáneos, al parecer, les seduce la posibilidad de dormir entre los muros de un célebre castillo asediado en tiempos lejanos por hordas moras y cristianas, según los dueños que acapararan el recinto en cada momento.

Similar lustre ostenta el Hotel Alhacena, ubicado en la Plaza de la Autonomía, en la cual hay una fuente con el rostro de un ser parecido a una gárgola en el caño del grifo que me gusta mirar cada vez que vuelvo. Son los más llamativos, pero no los únicos alojamientos para comer y no tener que dormir al sereno.

En la otra punta del pueblo está el ayuntamiento, llamado Palacio del Concejo, de evidente sabor manchego. Ubicada en la Plaza del Infante Don Juan Manuel, señor, como dije al principio, de aquellas huertas y pazos, hallamos la última de las iglesias de Alarcón. La iglesia de San Juan Bautista, otro viejo templo católico que ya no se emplea para el culto y que refugia en la actualidad unas célebres pinturas murales de Jesús Mateo.

Las mismas son mundialmente reconocidas y algunos intelectuales han escrito sobre ellas elogiosas críticas, loas en prosa y verso, e incluso sesudos y sofisticados textos. Debo decir que elogio la iniciativa de Jesús Mateo, su arrojo para superar el estéril y mediocre mundo cultural español enrolándose en semejante proyecto. Pero no considero su creación arte ni a él un artista. Para mí en ningún caso se incluyen estas pinturas en lo que se conoce tradicionalmente como las bellas artes. No me gusta su arte, y no disfruto sus pintadas murales. Tampoco las entiendo, pero es que ni siquiera quiero.

El arte contemporáneo, reflexionando al hilo de este extrañísimo espacio, ha dado la espalda a la verdad y la belleza, y ha creado obras rebosantes de fealdad, ininteligibles, retorcidas y asimétricas. El Museo de Arte Contemporáneo de Cuenca me dejó en su día tan mal sabor de boca, y me cabreó tanto, que me pareció en su misma concepción una tomadura de pelo. Los autores que exhiben sus obras en recintos como ése deberían pagar para que el público fuera a verlas, y no al contrario. No es el caso de las pinturas murales de Alarcón, aunque tengan a mi juicio un desmedido eco en comparación con sus verdaderos valores artísticos. Pero publicidad y mecenas crean los criterios que el público asume y consume porque éste no tiene criterio. No en vano, las pinturas murales de Alarcón contaron con el patrocinio de la UNESCO. Para mí no valen gran cosa, ya lo he dicho; aunque tengan su mérito. Ahora bien, el ambiente recreado en el espacio desacralizado y vacío de la vieja iglesia, con poca luz, y esas gigantescas pinturas en los muros y techos de la misma, motivan extrañas sensaciones. No confundamos, sin embargo, la impresión que nos causa la magnitud del espacio, o la elegancia de los arcos, con lo que ofrecen en sí mismas las pinturas. Pues ni los mostrencos dibujos que en ellas aparecen, ni las informes y equívocas salpicaduras que a lo largo y ancho de éstas se extienden, son algo bello ni mueven el ánimo a elevarse hacia lo trascendente; más bien al contrario, a partir de la fealdad suscitan confusión y rechazo. Que alguna lumbrera mediática aludiera siquiera a la Capilla Sixtina para relacionarla de algún modo con las pinturas murales de Alarcón me parece una atrocidad incalificable propia de nuestro afectado pero en el fondo ignorante, frívolo e inane mundo contemporáneo. Una broma de muy mal gusto. Un sacrilegio cultural inaceptable.

Paradójicamente, las oscuras pinturas murales de Alarcón, su ambigüedad y resonancias intestinas, sin referencias claras y honestas sino ensortijadas y deformes, contrastan ampliamente con la armonía y belleza natural que transmite Alarcón y su entorno. Mirar con panorámica visión la villa de Alarcón, subida a un monte abrigado por pinares claros sobre el trazo azul del agua domada por la presa que detiene al río Júcar, hincha el corazón de una luz y una delicadeza que no proceden de este mundo y con las que el espíritu humano también se alimenta. Decía don Juan Manuel en el prólogo de El conde Lucanor que «entre las muchas cosas extrañas y maravillosas que hizo Dios Nuestro Señor, hay una que llama más la atención, como lo es el hecho de que, existiendo tantas personas en el mundo, ninguna sea idéntica a otra en los rasgos de la cara, a pesar de que todos tengamos en ella los mismo elementos». Pues de igual modo sucede con todos los pueblos y lugares de la Tierra. 

Desde luego, tras cada recodo, en las solanas y umbrías de cada cordillera, en ensenadas y valles, en montañas, alcores y crestas, en cualquier sitio en realidad, puede el viajero encontrar una joya; pues de tesoros está preñada España entera. Y Alarcón es uno de los más bellos e impresionantes que forman su patrimonio.


2 comentarios:

  1. Estuve en Alarcón hace quince días con mi marido. Era la primera vez que visitábamos la villa de Alarcón y puedo decir que nos gustó muchísimo. Las pinturas no las pudimos ver porque no se ofrece el servicio en estos meses, pero el entorno tiene mucho encanto. Escribes deliciosamente, con elegancia y sensibilidad, te lo dice una profesora que lleva treinta años en la enseñanza. No he encontrado nada tan bonito sobre Alarcón como lo que tú has escrito. Estoy enamorada de tu sitio web; sigue con los post de viajes, son una maravilla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Matilde, muchas gracias por tus palabras. La verdad es que me dejas sin habla. Tu comentario es una inyección de muchas cosas, entre ellas de alegría.

      Si te gustan especialmente los relatos de viajes que he publicado, no temas: En camino vienen más. Y espero que con el tiempo den vida a un libro que incluya también algunas de estas preciosas fotografías con las que aquí acompaño a los textos.

      Un abrazo muy fuerte.

      Eliminar