martes, 11 de marzo de 2014

Akira de Katsuhiro Otomo

En el Olimpo de los mangas Akira es el rey. Es un libro de culto, la gran referencia del cómic japonés. La historia, escrita y dibujada por Katsuhiro Otomo, se reparte en seis volúmenes y vio la luz por primera vez en 1984, marcando a varias generaciones y fascinando a cuantos se han acercado a ella o a su versión audiovisual, el también elogiado anime. Sin embargo, a pesar del magnetismo de Akira, su contenido es algo críptico. Otomo parte de la trágica historia reciente nipona —dos bombas atómicas detonadas en su suelo y la consiguiente y humillante rendición final en la II guerra mundial— para hacer una denuncia en torno al poder que debería ser tenida muy en cuenta en los tiempos que corren. 

La historia de Akira está ambientada en un futuro ficticio que trata de desentumecerse tras la III guerra mundial. Al parecer, en 1992, un nuevo tipo de bomba explotó en el área metropolitana de Japón desencadenando la nombrada contienda global. De las cenizas resurgió Neo-Tokio, pero no en el mismo lugar donde explotó la bomba, sino muy cerca, en una isla artificial en la que en 2019, a medio camino de recuperar la prosperidad perdida, se preparan para el 2020 los primeros Juegos Olímpicos de la postguerra. Pues bien, en esa megalópolis que se levanta tras la resaca de la tercera conflagración mundial, la densidad de población ha creado junto a mastodónticos y pegados rascacielos suburbios donde proliferan bares de mala muerte y calles peligrosas y sucias. El colorido contraste de estos mundos, unidos quizá por el neón de sus luces, e influenciado por el ciberpunk y la contracultura de las décadas anteriores a cuando Otomo escribió Akira, sugestionan los sentidos. Pero en ese caos el Gobierno, legal aunque contestado por muchos, ha de hacer frente a múltiples problemas derivados del crecimiento incontrolado y la violencia, como numerosos actos terroristas y la actividad de, también numerosas, bandas o tribus urbanas. 

Una de esas bandas está liderada por Kaneda, un joven descarado residente en un centro de educación especial, que junto a otros compañeros, todos ellos marginados sociales, escapan frecuentemente con sus motos de la gran ciudad que les abruma. Y para salir de la misma se dirigen a las zonas menos habitadas, es decir, a la vieja y destruida ciudad de Tokio, donde detonó la misteriosa bomba que dio inicio a la III guerra mundial. Precisamente en una de esas escapadas, emulando a modernos ángeles del infierno californianos, a Kaneda y sus amigos se les aparece en medio de la autopista por la que circulan una figura espectral. Con cuerpo de niño, cara de anciano y el número 26 grabado en la palma de su mano. La aparición causará un accidente, y el peor parado será Tetsuo, gran amigo de Kaneda y personaje fundamental en la historia. El «incidente» de la autopista que conecta la megalópolis de Neo-Tokio con el cráter de la explosión de la bomba que dio comienzo a la tercera guerra mundial, marca el comienzo del gran drama que es Akira. Porque entonces interviene el ejército, que se lleva al accidentado Tetsuo, y otras fuerzas opuestas, que con información privilegiada saben que algo de grandes dimensiones está a punto de pasar. 

Pero más allá del frenético devenir de esta historia, de la acción constante, del ritmo infernal de la obra —que no se lee, se devora—, del dibujo magistral, de las connotaciones espirituales, del carisma de Kaneda y su banda, del misterio que rodea a Akira y los «niños» con poderes psíquicos, de Tetsuo, lady Miyako, Kay y Chiyoko, el asunto central de la obra es el poder y la espiral de deshumanización y destrucción que genera éste. Los experimentos con seres humanos, las investigaciones con persona para hacer de sus capacidades mentales armas, o en una interpretación más siniestra todavía, zombis controlados telepáticamente, o seres con el cerebro lavado, escalofría por su correspondencia con la realidad, aunque en el fondo todos pensemos que son los demás los que siguen las directrices de los programadores y nosotros no.

Al final también hay una denuncia política de Katsuhiro Otomo, que prefiere una nación derruida y levantada por los nacionales, a la participación de potencias extranjeras que no velarán como es natural de igual manera por los intereses ajenos. En cualquier caso, el alcance más importante de Akira es la sensación que transmite acerca de nuestro futuro. La visión que de él tiene el autor es, otra más, una visión terriblemente negra para el género humano. Y nos espantaría, si no fuéramos tan descreídos, que los acontecimientos aquí narrados coincidan con la elección de los Juegos Olímpicos de Tokio para 2020, como si de una resonancia profética se tratara. Esperemos que, al contrario que otras obras literarias, Akira no sea una obra adelantada a su tiempo, sino simplemente una obra de ficción donde se han volcado los miedos de una civilización.



 


Japón y su literatura

No hay comentarios:

Publicar un comentario