martes, 6 de mayo de 2014

Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu

Ramiro de Maeztu (1875, Vitoria - 1936, Aravaca)  fue un pensador glorioso de las letras hispanas. Entre su producción quiero destacar hoy su magnífica obra Defensa de la Hispanidad, recuperada hace poco por la Editorial Homo Legens. Si en España contra España Pío Moa señalaba los orígenes de las rencillas españolas y aportaba las claves para comprender nuestra historia, en España inteligible Julián Marías explicaba la historia española con profundidad y enorme sencillez, frente a las tinieblas historiográficas y las versiones sectarias de las últimas décadas, que han fomentado interpretaciones para todos los gustos e ideas, alcanzando gran predicamento precisamente las historias que en el fondo vejan y repudian España. En Defensa de la Hispanidad Maeztu recupera en cambio el lustre del pasado español, enseñando, a partir del concepto de hispanidad, cómo España ha contribuido a forjar un ideal de civilización muy superior a ningún otro empeño de cualquier nación que pudiésemos admirar.

Que Maeztu muestra en su Defensa de la Hispanidad las gestas españolas no significa que no señale por otro lado las causas de la decadencia del imperio español. A pesar de que el libro es un texto fundamental y de nutricio argumento, sólo destacaré la visión del escritor vasco en relación con las máximas glorias hispanas, y a continuación, las causas de su desgracia. En mi opinión es lo que más urge saber y tener en cuenta. 

Empezaré con una anécdota. Cenando una noche con unos amigos pude hablar con una chica mejicana, novia de uno de ellos, de la postura que tienen los mejicanos hacia la madre patria. Reconoció que los mejicanos tienen el vínculo presente y que asumen este concepto; sin embargo, también comentó que muchos de ellos -entre los cuales se contaba su padre- sienten aversión por todo lo que huela a España. Entonces corroboré que también en aquella tierra había calado la leyenda negra. Pero yo, entre unas cosas y otras, no quise que quedara en agua de borrajas la cosa, y resumí la aportación de España a las culturas precolombinas con un solo término: civilización. Una civilización cristiana que les dio el Evangelio. El oro con el que contaban antes del desembarco de los españoles les había servido únicamente para sacrificar niños a los ídolos. Sin embargo, a cambio del oro que se llevaron los conquistadores, dejaron en América un legado infinitamente más valioso que todo el oro de la tierra: universidades, instituciones, leyes, y sobre todo, al Dios verdadero. Hasta tal punto que esa hazaña evangelizadora y civilizadora que emprendieron los españoles y que continuaron mano a mano con los nativos americanos forjó una entidad cultural y espiritual llamada hispanidad. Y esto es lo que Maeztu recordó en su día. La gesta incomparable de las misiones españolas.

Por eso para el pensador vasco el 26 de octubre de 1546 es «el día más alto de la Historia de España en su aspecto espiritual. Fue el día en que Diego Laínez, teólogo del Papa, futuro general de los Jesuitas, -cuyos restos fueron destruidos en los incendios del 11 de mayo de 1931, como si fuéramos los españoles indignos de conservarlos-... pronunció en su Concilio de Trento su discurso sobre la "Justificación". Ahora podemos ver que lo que realmente se debatía allí era nada menos que la unidad moral del género humano». Si Maeztu ve en Trento la máxima gesta a nivel espiritual del imperio español, no es extraño por tanto que conceda a la religión el lugar que le corresponde en toda nación. Y que vea precisamente en el desapego a ésta el principal mal de nuestra civilización, y por supuesto la causa de fondo de la independencia de América.


La crisis de la Hispanidad es la de sus principios religiosos. Hubo un día en que una parte influyente de los españoles cultos dejó de creer en la necesidad de que los principios en que debía inspirarse su Gobierno fuesen al mismo tiempo los de su religión. El primer momento de la crisis se manifiesta en el intento de secularización del Estado español, realizado por los ministros de Fernando VI y Carlos III. Ya en ese intento pueden distinguirse, hasta contra la voluntad de sus iniciadores, tres fases diversas: la de admiración al extranjero, sobre todo a Francia o a Inglaterra y desconfianza de nosotros mismos, la de pérdida de la fe religiosa, y la puramente revolucionaria.

Maeztu encuentra pues en el siglo XVIII el origen de todos los males. Siglo en el que a pesar de sus buenas obras («Ahí están las Academias, los caminos, los canales, las Sociedades económicas de los Amigos del País, la renovación de los estudios».) se perdió la Hispanidad. Y entonces sorprende sobremanera quiénes, según la sabiduría de Maeztu, son los culpables del descalabro imperial español; y sorprende no porque no lo supiéramos ya, sino porque no son pocos los que lo han dicho, mas con escasos resultados, pues oír hoy hablar de masones en la actualidad suena a chanza, teorías conspiranoicas o chifladuras de individuos que carecen de rigor:


La prueba la tenemos en aquel siglo XVIII, en que se nos perdió la Hispanidad. Las instituciones trataron de parecerse a las de mil seiscientos. Hasta hubo aumento en el poder de la Corona. Pero nos gobernaron en la segunda mitad del siglo masones aristócratas, y lo que se proponían los iniciados, lo que en buena medida consiguieron, era dejar sin religión a España (Acción Española, Madrid, 16 de febrero de 1932).

Así pues: «la impiedad, ciertamente, no entró en la Península blandiendo sus principios, sino bajo la yerba y por secretos conciliábulos. Durante muchas décadas siguieron nuestros aristócratas rezando su rosario. Empezamos por maravillarnos del fausto y la pujanza de las naciones progresivas: de la flota y el comercio de Holanda e Inglaterra, de las plumas y colores de Versalles. Después nos asomamos humildes y curiosos a los autores extranjeros. Avergonzados de nuestra pobreza, nos olvidamos de que habíamos realizado, y continuábamos actualizando, un ideal de civilización muy superior a ningún empeño de las naciones que admirábamos. Y como entonces no nos habíamos hecho cargo, ni ahora tampoco, de que el primer deber del patriotismo es la defensa de los valores patrios legítimos contra todo lo que tienda a despreciarlos, se nos entró por la superstición de los extranjero esa enajenación o enfermedad del que se sale de sí mismo, que todavía padecemos». 

Nada más se puede añadir a las palabras de Ramiro de Maeztu. Qué es España hoy salta a la vista. 




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