jueves, 17 de julio de 2014

El rey Lear de William Shakespeare

Ha llovido mucho desde que se estrenara por primera vez en la escena (1606) El rey Lear. Ya no se duda por ejemplo del catolicismo de Shakespeare, y la que en tiempos de la Ilustración se veía como una tragedia bárbara y anticuada, a partir del Romanticismo se volvió completamente actual. Pero la obra tampoco fue entonces entendida en su justa medida, viéndose en el rey Lear, sin ir más lejos, una figura patética. Mas la visión deformada de esta obra se mantiene en nuestros días. ¿Por qué? La interpretación subjetiva de este juego de tronos particular se debe, según creo, a que el hombre contemporáneo vive anestesiado, algo que no sólo le dificulta pensar, sino conmoverse por sus semejantes. Y si ni siquiera somos capaces de concebir hoy en día el gran asunto que plantea Shakespeare en El rey Lear (¡la ingratitud filial!, III, 4), será imposible comprender, como es el caso, que un padre enloquezca por la desafección de sus hijos. 

De esta manera, cualquier persona vulgar dirá de las criaturas de Shakespeare: «¡Qué exagerados son estos monigotes! ¡El viejo sólo chochea!».

En consecuencia, los personajes son únicamente caricaturas y no personas traspasadas por un dolor que apenas somos capaces de entender, perdiendo así toda oportunidad de comprender los actos irracionales, o las quejas, de los individuos a los que da vida el genial dramaturgo inglés. 

No hay que olvidar, además, que quien mejor conoce el correcto sentido de su obra es el propio autor, y leer a Shakespeare sin tener en cuenta sus creencias religiosas es renunciar a entenderlo correctamente. En este sentido, recomiendo leer a Joseph Pearce, el gran biógrafo británico, que, en el prólogo de su obra Por los ojos de Shakespeare, da una lección magistral acerca de «Cómo leer a Shakespeare (o a cualquiera)». Considero estas páginas como una introducción a la literatura imprescindible, que yo impondría personalmente como obligatorias en cualquier seminario universitario relacionado con el arte de las letras. Porque en el fondo, si no entendemos lo que leemos, da igual que sepamos leer.

El rey Lear es, en efecto, una de las grandes tragedias de William Shakespeare. La historia tiene dos líneas de acción que pronto convergen para rizar el relato hasta conseguir una espiral de desgracias e injusticias difícil de soportar. Pues bien, como es conocido, la obra comienza con el propósito del rey Lear de dividir su reino en tres partes, repartiéndolo así entre cada una de sus hijas (Goneril, Regan y Cordelia), con la intención de sacudir de su ancianidad todas las preocupaciones y asuntos, pasándolos a energías más jóvenes. Sin embargo, el rey compromete a sus hijas tratando de saber cuál de ellas lo ama más, y así repartir en justicia la porción más sabrosa para la más solícita de todas ellas. Desatino, sin embargo, que le pesará toda la vida.


De esta manera, mientras Goneril y Regan demuestran el amor a su padre escudándose en elevadas retóricas, Cordelia, enrabietada por la desvergüenza de sus hermanas, se muestra franca ante éste y le responde que lo ama según su condición de hija, ni más ni menos. El rey en cambio desea lisonjas y, furioso por la contestación de su hija, acaba despreciándola. A continuación el conde de Kent, fiel servidor del rey, sale en defensa de la hija menor de éste por considerar que la joven ha hablado sensatamente. Pero también se encuentra con la cólera del rey, que lo destierra del reino. Más tarde el rey informa a los pretendientes de su hija que la ha dejado sin dote. En consecuencia, el duque de Borgoña la rechaza; pero el rey de Francia, que sigue amándola, la acepta como esposa.

La segunda línea de acción la protagonizan los hijos del conde de Gloucester: Edmundo y Edgar. Edgar es hijo legímimo y Edmundo, bastardo. La vil naturaleza del segundo dispondrá, a través de la manipulación y la mentira, a Gloucester contra Edgar; y en segundo lugar, a todos los caballeros del reino entre sí. Así pues, Edmundo fomentará las desavenencias entre los nobles, que, motivados por falos rumores, se lanzan los unos contra los otros por la corona, con Lear enloquecido por el posterior rechazo de Goneril y Regan y su toma de conciencia respecto de Cordelia. Desde el tercer acto (totalmente recorrido por una feroz tormenta) El rey Lear es una sucesión de despropósitos, injusticias y desórdenes que no da la impresión de tener vuelta atrás.

No obstante, lo que palpita con furia en esta trama es un asunto de orden moral. Tan despreciable es Edumundo, por un lado, como Goneril y Regan, por otro. Bastardo el uno, hijas legítimas, las otras. Por lo tanto, la virtud, nos viene a decir Shakespeare, en este caso a través de las relaciones paterno-filiales, no reside en la virtud de la sangre sino en la naturaleza de cada persona. Y en este momento preciso me vienen a la mente unos versículos del Evangelio de Mateo: «Mientras él (Jesús) hablaba a la gente, su madre y sus hermanos estaban fuera y querían hablar con él. Y uno le dijo: "tu madre y tus hermanos están afuera y quieren hablar contigo". Él respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (12, 46-50)». 

Pero a pesar de todo en El rey Lear la locura del rey está justificada, es comprensible y justa; en nada exagera su duelo por la suerte de su hija pequeña o por el desaire sufrido por parte de las otras dos herederas. Lear tiene corazón, por eso la locura mantiene un pulso con él. A nosotros en cambio nos ha derrotado sin presentar batalla. Pues el hombre moderno cada vez es más bestia, más salvaje, más ruin; más insensible al mismo tiempo que más visceral. Tal vez la característica fundamental del hombre actual sea su capacidad para vivir en la locura como si este estado fuera natural, de ver el mundo como un lugar amable que avanza hacia buen puerto cuando en realidad nos lleva a todos hacia los escollos de Escila y Caribdis. Y yo, por ejemplo, me veo hoy en la tesitura de preguntar a la que fue mi novia durante media vida por su pareja actual como si fuera esto una cosa normal. Cuando es una cosa de locos. De locos que no saben siquiera que lo están. 





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