lunes, 13 de julio de 2015

Don Juan Tenorio de José Zorrilla

No fue la única obra de importancia que redactó don José Zorrilla (1817-1893), digno sucesor del romanticismo español tras la muerte de Larra, pero Don Juan Tenorio es la más celebrada e irresistiblemente romántica, de exaltado lirismo y enorme pericia dramática. Un drama a todas luces soberbio, bellísimo y magníficamente compuesto.

Don Juan Tenorio se estrena por primera vez en 1844, cuando la moda romántica está ya expirando. Sin embargo el vallisoletano recupera un mito imperecedero, el del donjuán, dos en realidad, porque la segunda parte del drama recupera el mito del convidado de piedra. La fusión de ambos mitos está perfectamente ensamblada.

La acción se concentra en Sevilla, en dos compases de tiempo separados por cinco años (1545 y 1550), lo que provocará una oleada de contrastes sensacionales entre el primer donjuán y el segundo, con doña Inés y su padre ya en la tumba. Pese a todo el protagonista de Zorrilla, gallardo y calavera, no es tan siniestro como el donjuán de Tirso de Molina, y su satanismo es mucho más moderado, por no decir superficial; de ahí que el lector sienta incluso simpatía por un hombre que será capaz de reconocer el valor de la virtud y se alejará de la mala vida. La descripción que hace de sí mismo el propio don Juan no es lícito perdérsela en cualquier caso:


Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocía sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar 
por mi audacia respetado.

De acuerdo con el mito del donjuán éste confiesa que emplea un día para enamorar a una mujer, otro para conseguirla, otro para abandonarla, dos para sustituirla y una hora para olvidarla. Conocer a doña Inés lo cambia todo. Don Juan le escribe una carta a la que ésta contesta de forma magnífica: «Tal vez poseéis, don Juan, / un misterioso amuleto, / que a vos me atrae en secreto / como irresistible imán. / Tal vez Satán puso en vos / su vista fascinadora, / su palabra seductora, / y el amor que negó a Dios». La réplica del propio don Juan no es menos extraordinaria: «No es, doña Inés, Satanás / quien pone este amor en mí: / es Dios, que quiere por ti / ganarme para él quizás. / No; el amor que hoy se atesora / en mi corazón mortal, / no es un amor terrenal / como el que sentí hasta ahora; / no es esa chispa fugaz / que cualquier ráfaga apaga; / es incendio que se traga / cuanto ve, inmenso, voraz». 

Desgraciadamente cuando los obstáculos parecen superarse, y como es propio de los cánones de la tragedia, un giro dramático complica las cosas y la desgracia se cierne sobre uno o varios personajes. La negativa de don Gonzalo de Ulloa, padre de Inés, a que su hija tenga trato con don Juan, conduce a padre e hija a la muerte. Cinco años más tarde don Juan llora frente a la estatua de doña Inés: «Mármol en quien doña Inés / en cuerpo sin alma existe, / deja que el alma de un triste / llore un momento a tus pies». El lirismo de estos versos es de una pureza emocionante. El amor que don Juan sintió por su amada, así pues, abre los ojos al protagonista, que llega a considerar providencial el nacimiento de Inés, a la cual Dios crió por su bien, para que pensara en la virtud, adorara la excelsitud y anhelara el santo Edén.

Pero será precisamente el vértigo de la muerte la antesala de su arrepentimiento. Condición necesaria, según la doctrina cristiana, para que se abran las puertas de la salvación: 


...si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
de toda una eternidad,
yo, Santo Dios, creo en Ti:
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita...
¡Señor, ten piedad de mí!  

En la última escena de la obra, en la última exhortación en realidad, don Juan confiesa al verdadero Dios: «quede aquí / al universo notorio / que, pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia, / es el Dios de la clemencia / el Dios de don Juan Tenorio». Como pude apreciarse la conversión del protagonista es completa y el final, irremediablemente romántico, feliz. De Satán a Dios el arco completo lo ha producido el verdadero amor.

En fin, siempre nos topamos en literatura con los mismos temas. No por casualidad evidentemente. La vida es un drama y un misterio. Y el amor una experiencia totalizadora. Locura para le mente y el espíritu, alucinación y fascinación para los sentidos, un poder mágico, un filtro infernal, una fuerza misteriosa, una atracción fatal, algo irracional que transforma totalmente el ser de cada persona. ¡Lastima que hoy la palabra amor signifique tantas cosas y ninguna! Hace poco descubrí la sentencia de un santo. El amor es una visión. Es poder ver nosotros mismos a cada persona como la ve Dios. 



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