miércoles, 15 de julio de 2015

Homo Videns: La sociedad teledirigida de Giovanni Sartori

Por desgracia, las tesis de Giovanni Sartori no son lo suficientemente conocidas. Su obra fundamental, Homo Videns: La sociedad teledirigida, dibuja un escenario terriblemente grave, un escenario que se ha convertido en el horizonte de Occidente. Para el estudioso italiano la primacía actual de la imagen frente a la palabra escrita está transformando profundamente la forma de pensar de los individuos, hasta el punto de que la sobreexposición de estos a la televisión y otros medios audiovisuales está vaciando sus mentes y atrofiando su capacidad de abstracción. Las consecuencias, si lo consideramos un instante, sólo pueden ser dramáticas. Lo terrible es que ya vivimos en ese punto, y que no tenemos solución.

La televisión supone hoy en día un elemento imprescindible en la vida de los hombres y mujeres del presente. La caja tonta ha invadido todas las casas, y ya nadie sabe vivir sin su soniquete. Su adicción es más fuerte que la de cualquier droga y sus efectos difícilmente pueden calcularse, pero implican la corrupción progresiva del ser humano y de las sociedades que habitan en su órbita pestilente. La programación televisiva de un país como España es lamentable y corruptora hasta extremos inimaginables. Es un foco de infección, el vertedero donde se acumulan todo tipo de miserias morales e ideas malignas con aspecto de conquistas sociales. La televisión enferma y mata. Crea zombis; ha hecho de personas con ciertos valores, seres cuya indiferencia hacia los demás es increíble.

La cultura del show business, el deporte estupidizante, la industria del ocio propia del hombre masa, el cine ultraviolento, la fama como sueño, el desprecio absoluto por la tradición y las historias nacionales, el multiculturalismo, la dictadura del arcoíris... Todos muy libres y racionales pero realmente analfabetos como nunca antes.

No hay de qué extrañarse entonces de los resultados de un reciente estudio estadounidense según el cual entre un 90 y un 95 por ciento de la población mundial no sabe pensar adecuadamente. El responsable del mismo, Robert Swartz (doctor en el National Center For Teaching Thinking) considera como principal culpable de esta catástrofe a la escuela. Pero la escuela no es la única responsable de la infraeducación de las generaciones actuales. Los padres, la televisión y la sociedad, con su ejemplo pésimo, no son menos culpables. 

Los políticos, como es evidente, están haciendo su trabajo realmente bien, si consideramos que, como sentenció Dumur, la política es «el arte de servirse de la gente, dando la impresión de estar a su servicio».

El profesorado español, en cualquier caso, da pena; más pendientes de sus ratos de ocio que de educar a los más inocentes. Casi nadie ama ya el conocimiento. Sofía se muere de pena de ver que ya nadie la quiere. Los programas educativos, elaborados por envenenadores con buenas o malas intenciones, son una tomadura de pelo. Los que saben, que no suelen ser precisamente los personajes más mediáticos, no son referentes para casi nadie. Y el sistema educativo es una estafa en todo Occidente, siendo las escuelas democráticas los principales centros de programación mental y los campos de pruebas favoritos de los ingenieros sociales. En la escuela se adoctrina, aunque no se atreva a decirlo nadie, y su catecismo es el pensamiento políticamente correcto.

Por eso la subcultura dominante y la timo-escuela vigente están fabricando miles de imbéciles por segundo. Las personas interesantes son rara avis; ¡ha triunfado el hombre masa de Ortega! Y esto sólo puede conducir al desastre. Porque una sociedad compuesta por imbéciles se suicida en un par de generaciones. Ya que el imbécil, por su propia naturaleza, sólo quiere vivir en las nubes. Así, si la civilización aguanta 30 o 40 años más, se producirá su extinción o una especie de esclavitud global consentida. La esperanza es que alguna divinidad intervenga lo antes posible. 

Pero lo cierto es que no hay más solución para una civilización compuesta de imbéciles, ni siquiera el retorno a la escolástica y la aparición de un millar de hombres como Tomás de Aquino. Pues la diferencia entre el analfabeto medieval y el contemporáneo es que aquél sabía que no sabía nada, éste presume de racional y es capaz de contradecirse en lo que dice y no percatarse lo más mínimo. A Sócrates, Aristóteles, Santo Tomás, Roberto Belarmino, Anselmo de Canterbury, Alberto Magno, Pedro Abelardo... A ninguno de estos lo seguiría hoy nadie. Nuestra suerte será la que hemos merecido.


2 comentarios:

  1. El respeto que me genera este libro y su autor es similar al rechazo que me provoca su posterior "La tierra explota", donde cae en los lugares comunes malthusianos de la explosión demográfica y la necesidad del control poblacional. Una breve reseña para ver de que trata ese libro se puede ver en este enlace: http://www.redalyc.org/pdf/877/87701216.pdf

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