domingo, 14 de febrero de 2016

El gran teatro del mundo Pedro Calderón de la Barca

El prodigio más conocido de Calderón, por no decir el único título conocido del autor madrileño, aun cuando el conocimiento no pase del título, es La vida es sueño, ya comentado en La cueva de los libros hace algún tiempo. No menor prodigio es El gran teatro del mundo, igual de penetrante que la tragedia de Segismundo, y sin embargo más fácil de entender por el público. Además, esta inspiradísima obra se incluye en un género que es propio de la cultura española. Son los autos sacramentales, popularizados sobre todo en el siglo XVII. Los autores del Siglo de Oro están ahora mismo olvidados, aunque al menos sus nombres permanezcan en las gentes en su memoria a largo plazo. Leerlos en cualquier caso siempre es un deleite. Y acudir a ellos una y otra vez, en mayor medida. Porque sólo en los libros con cierta miga, en los libros que llamamos clásicos, verdades que estaban en un momento dado escondidas, de pronto se revelan y consiguen hacer dichoso a quien las encuentra esculpidas entre páginas que ya nadie visita.


Por lo visto El gran teatro del mundo se representó por primera vez en Valencia en el año del Señor de 1641, en la festividad del Corpus Christi. El argumento central de esta obra, surgida del ingenio de don Pedro Calderón de la Barca, y relacionada con Epicteto y Phocilides en español con consonantes de Quevedo, es que el mundo es un teatro en el que los hombres representan un papel desde que nacen hasta que mueren. Al autor, por lo tanto, le preocupa la idea de qué papel ocupa cada uno en el mundo. Detrás de todo esto está la gran cuestión del misterio de la vida, y en qué consiste ésta realmente; dilema, por cierto, propia del barroco europeo. Este auto sacramental es, así pues, una obra teológica en toda regla, cargada de simbolismo, alegorías y preocupaciones escatológicas. A pesar de todo, desde el primer momento se considera a los hombres, actores de una gran comedia.

Los personajes de esta peculiar representación también son singulares, alegorías o símbolos de realidades que forman parte de la vida. Ellos son el Autor, el Mundo, el Rey, la Hermosura, un Labrador, un Rico, un Pobre, un Niño, la Discreción y la Ley, que representa en este caso a la ley de la gracia. Así pues, si al mundo se viene a representar un papel, y la obra es un auto sacramental, no puede ser otro que Dios el que reparta los roles a cada uno de los personajes: «yo, Autor soberano, sé bien qué papel hará mejor cada uno, y así va repartiéndolos mi mano». Y como es lógico, al repartir los papeles, unos se quejan de su suerte, y otros no dicen ni mu. Se quejan en consecuencia el Labrador y el Pobre. Dios se justificará diciendo que «toda vida humana representación es», y que «son iguales este y aquel en acabando el papel». Para Calderón al Altísimo no le falta razón, pues cenará con Él sólo el que haya representado bien su papel. Lo que está en juego por tanto es cómo se vive la vida, para que en el Juicio corresponda premio y no castigo.

No significa esto que repartidos los papeles todos estén conformes ni que los que sí lo están partan con ventaja para representar mejor su papel. En absoluto. El Rey llamará a esta vida «comedia misteriosa», y en todo momento el secreto de la misma será estar prevenidos para acabar bien el papel. Y para eso, nos dice Calderón a través de uno de sus personajes, tenemos el libre albedrío y la gracia; de tal manera que quien no haga su papel, será por defecto suyo. Dios, claro está, ya sabe que si el hombre tuviera elección, nadie elegiría el papel de sentir y padecer; «todos quisieran hacer el de mandar y regir, sin mirar, sin advertir que en acto tan singular aquello es representar, aunque piense que es vivir».

He aquí la representación de la vida, el tema barroco de las apariencias y la ilusión, el engaño o ensueño de la realidad, el verdadero valor o fuste de las cosas, la fugacidad del tiempo y la seguridad del morir.

La muerte precisamente es la que empieza a poner todas las cosas en su sitio. La que despoja a los hombres de aquellas galas con las que se han revestido en vida, sin advertir que se viene al mundo desnudo, y desnudo se sale de él. Por eso cuando la Voz de la muerte va llamando uno a uno a los figurantes de El gran teatro del mundo, unos han cumplido mejor que otros su función en el espectáculo, y por tanto para unos la vida es drama, y para otros, comedia.

Al fin, las reacciones de unos y de otros, sublimes y deleitosas, después de haber conocido en vida cuáles fueron sus roles, sus diferentes enfoques, sus temperamentos e inclinaciones, y el caos o la confusión a la que dieron lugar, desbordan como una aurora el entendimiento del lector, pues tal es la maestría de Calderón para tejer esta representación magistral de la vida humana y del juicio particular.

Se dice de la experiencia mística que es inexpresable. Por inefable es también conocido Dios. Por eso tiene un mérito infinito lo dicho por Calderón en esta obra. En El gran teatro del mundo no se puede expresar más y mejor con las palabras lo que de misterioso tiene esta representación tan extraña que es la vida humana, donde lo que es, no suele corresponderse con lo que parecer ser, ni lo que nos parece un bien, con lo que nos conviene realmente. 

Todos nuestros actos, así pues, tienen una carga definitiva. Lo que sí parece seguro es que en esta vida nos jugamos mucho.



2 comentarios:

  1. Hoy en día, y contrariamente a lo quería decir Calderón, se frivoliza con cómo actuamos o jugamos (play) en el "gran teatro del mundo"
    Hemos transmutado el edificante aviso de un sacerdote madrileño por el "show must be go on" de un conocido sodomita, o por "la vida es un cabaret" de Kander-Ebb,ambas referidas al escenario, pero no es lo mismo.
    El primero nos advertía de que esto pasa en seguida, y que al devolver los atrezzos tendremos que dar cuentas, y los demás "que hay que disfrutar a tope, o sea, ¿me entiendes?"

    Amigo Luis: Como bien insinúa,en esta vida nos jugamos algo infinito;y si supiéramos la importancia que han tenido todos nuestro actos y nuestros PENSAMIENTOS caeríamos de rodillas implorando misericordia.

    Haddock.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Suscribo sus palabras, sin duda.

      Con todo, puede resultar muy extraña, ciertamente, esta representación que llamamos vida; muy desconcertante, incluso. Y tremendamente misteriosa. Pero sí, salvo que se afirme la aniquilación absoluta de la conciencia con la muerte, lo que viene después de ésta no puede ser igual para todos. Y lo que viene, por lo visto, y por extraño que parezca, se dirime en este mundo.

      No deja de sorprenderme, sin embargo, la inconsciencia del ser humano. Lo necios que somos a lo largo de nuestra vida. Como bien dice, Haddock, no nos hacemos una idea de la resonancias de nuestras acciones. Si leyéramos por ejemplo a los santos, y tuvieran para nosotros algún crédito, nos quedaríamos pálidos.

      Eliminar