domingo, 23 de septiembre de 2018

El papa del mar de Vicente Blasco Ibáñez

A Blasco Ibáñez se le considera un epígono del realismo literario. Es evidente que sus obras son una prolongación de la novela decimonónica, que oscilan entre el naturalismo  —aplicado fundamentalmente a los temas eróticos—, y un realismo a la sazón desusado, que acaba derivando en el cuadro de costumbres o en la crítica social. Sus mejores novelas, ciertamente, son las de ambiente valenciano, desarrolladas entre 1894 y 1902. El papa del mar (1925), en cambio, no ha sido nunca incluida en esa categoría, aunque el tercio final de la historia se desarrolla en las tierras de Castellón, siendo vista en cualquier caso más como una novela histórica que como un folletín de sabor regional. Y sin embargo en esta obra de madurez del escritor valenciano palpitan igualmente esos agradables aromas de su tierra, y, por supuesto, la pasión amorosa, uno de tantos temas eternos que Blasco Ibáñez abordó en no pocas de sus obras de manera magistral.

Brevemente, El papa del mar es la historia del romance entre Claudio Borja y Rosaura Salcedo, y al mismo tiempo la historia del legendario Papa Luna, narrada, ora por un guía, ora por el protagonista de la obra: Claudio.

Enmarcada en la ficción de unos personajes novelescos —cuya única finalidad es la de servir de vehículo al relato histórico central—, desfilan por la obra, junto con Benedicto XIII (Pedro Martínez de Luna), su entorno histórico, con Aviñón por núcleo central, y los hechos y personajes de su época. La acción de la novela propiamente dicha —el violento amor de Claudio Borja por Rosaura Salcedo, se desarrolla, sucesivamente, en los mismos escenarios en que tuvieron lugar los hechos históricos que se relatan en torno al Papa Luna, el hombre que murió en el castillo de Peñíscola, esa roca rodeada de mar semejante a un navío de piedra.

En definitiva, los aficionados a la historia, sobre todo los interesados por la historia de la Iglesia, y más exactamente por el período del Cisma de Occidente, disfrutarán, estoy seguro, de una novela de gran calidad literaria, con un extraordinario capítulo final y un desenlace magnífico y sorprendente.

Con todo, el romance entre Claudio y Rosaura no deja de ser una excusa a partir de la cual Blasco Ibáñez presenta al gran protagonista de la obra, una figura histórica apasionante que se mantuvo siempre en sus trece y se consideró durante mucho tiempo el único Papa legítimo en una de las mayores crisis institucionales que ha padecido la Iglesia Católica en toda su milenaria historia.

Y a pesar de todo, de todos los reveses sufridos, y de todas las traiciones soportadas, el Papa Luna se defendió hasta el final con uñas y dientes desde un pedazo de tierra que hizo suyo, absolutamente suyo, en la pequeña península de Peñíscola, en su abrupta fortaleza marina. Allí pasó, pues, sus últimos años, al amparo del Mediterráneo, sin reyes que pretendieran atropellar su voluntad por exigencias de la ambición o de la política; y desde allí sostuvo su derecho, que él consideraba más indiscutible que nunca, frente al cielo y frente al mar, siendo su tenacidad una lección y un remordimiento al mismo tiempo para todos sus enemigos. Finalmente, a los noventa y cinco años entregó su alma a Dios y, suponemos, conoció su destino eterno y su verdadero grado de legitimidad.


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