miércoles, 9 de septiembre de 2020

Joaquín Sorolla y su oasis en el Paseo del General Martínez Campos

A lo largo del ruidoso Paseo del General Martínez Campos, cerca de la masónica glorieta dedicada a Emilio Castelar situada en medio de la espina dorsal del Paseo de la Castellana—, se encuentra la que fue vivienda principal del pintor valenciano Joaquín Sorolla. Hoy el palacete de Sorolla, que fue también su estudio y taller, es un museo dedicado a dar a conocer la obra del pintor, sus colecciones privadas y el propio chalé.

La Casa Sorolla es un oasis que sobrevive entre altos bloques de viviendas de ladrillo visto y el fragor de los numerosos automóviles que corren en todas direcciones frente al chalé. Sin embargo, al rebasar el umbral de la casa y entrar en sus amenos jardines, hermoseados con arrayanes y árboles del amor, se amortiguan los estímulos exteriores hasta casi disiparse por completo.

En los jardines, que poseen aires de la Andalucía árabe, puede uno sentarse y deleitarse con la lectura de algún libro, leer alguna poesía o rezar una oración mientras el cuerpo se recupera y regocija.

El interior de la vivienda presenta techos altos y piso entarimado de maderas finas. Los cuadros de Sorolla, de distintos tamaños, aparecen expuestos por doquier. Y despiertan tanto el interés del visitante como sus colecciones de libros, cerámicas y estatuas de carácter religioso. De la zona doméstica, llama la atención el comedor, muy luminoso, y cuyo colorido friso fue decorado por el artista con guirnaldas y retratos de su mujer y sus dos hijas. Por otro lado, de las estancias dedicadas al trabajo sobresalen su despacho y, sobre todo, su estudio, donde se expone una de las pinturas más representativas del autor: Paseo a orillas del mar.

Sin duda Joaquín Sorolla (1863-1923) es uno de los grandes maestros de la pintura española, al que cabe incluir en la estela de Velázquez y El Greco. 

En vida, su obra gozó de verdadero reconocimiento internacional, y aunque logró su auténtica seña de identidad con sus pinturas regionales, arrebatadas por la cegadora luz mediterránea y la alegría de sus playas concurridas por barcos de blancas velas, niños jugando y pescadores, es también autor de magistrales cuadros de contenido histórico y social: Dos de mayo. ¡Otra Margarita! ¡Aún dicen que el pescado es caro! 

Asimismo, resultan sorprendentes sus pinturas de temática religiosa, como Yo soy el pan de vida, perteneciente a la familia Lladró; El beso de la reliquia, custodiada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao; y sobre todo, Santa Clotilde o Santa en oración, del Museo del Prado, con la que Sorolla demuestra una maestría absoluta en el maravilloso arte de la pintura.

Respecto a sus creencias más íntimas, parece que Sorolla fue un hombre con un profundo respeto por la religión cristiana, como manifiestan sus colecciones de arte privadas, los escasos cuadros que de esta temática le fueron encargados, y las epístolas que conservamos. De hecho, sentía una especial devoción por la Virgen de los Desamparados de Valencia.

A lo largo de su vida, Sorolla trabó una sincera amistad con el escritor Blasco Ibáñez, también valenciano, que admiraba al pintor y no se cansó de exaltar su magnífica obra.

En pocas palabras, Sorolla alcanzó el más alto grado de maestría en la pintura. Sus cuadros regionales, culmen del luminismo, son inconfundibles y plácidos, muy frescos, modernos, con encuadres atrevidos, con escenas alegres que evocan una vida ilusionante y sana. Pero es al tener en cuenta la obra de Sorolla en su conjunto, incluidos sus cuadros de temática histórica, social y religiosa, cuando el pintor valenciano aparece ante nuestros ojos como un verdadero genio de la pintura.

Su pequeño templo en la capital española, así pues, es el pórtico magnífico para empezar a admirar toda su obra.




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