miércoles, 7 de octubre de 2020

Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer (I): La rosa de pasión

Las narraciones legendarias de Gustavo Adolfo Bécquer, ordeñadas del folclore popular y las tradiciones orales españolas, tienen un prestigio menor y son menos conocidas que sus famosas rimas. Sin embargo, las leyendas de Bécquer transpiran calidad y son en prosa uno de los monumentos literarios más importantes del romanticismo nacional.

Como era común en aquella época, las Leyendas aparecieron publicadas de forma esporádica y ocasional en periódicos y revistas, en los primeros años de la década de los sesenta del siglo XIX. En ellas el escritor sevillano trazó la imagen literaria de una España fabulosa, una España preñada de leyendas, a veces mágicas, a veces religiosas.

En concreto, el 24 de marzo de 1864 apareció en El Contemporáneo La rosa de pasión, un relato conmovedor muy del gusto personal del poeta y de su época, que gira en torno al contraste que representan la maldad de un judío diabólico y el heroico testimonio de fe de una muchacha conversa.

El escenario geográfico es la ciudad imperial de Toledo, cuyo barrio judío, formado por callejas oscuras y tortuosas, ofrece un marco incomparable para desarrollar la fértil imaginación del poeta.

La narración se estructura o divide en cuatro partes. En la primera el autor presenta a los personajes principales y revela el nido del conflicto o la tragedia que se cierne. 

La figura oscura del relato, o villano, es Daniel Leví, un judío adulador y perverso que se dedica a elaborar baratijas mohosas, sin aplicación alguna. De él se dice que es «rencoroso y vengativo, como todos los de su raza, pero más que ninguno engañador e hipócrita». Y que aborrece implacablemente a los cristianos y a cuanto ellos pertenece. Bécquer describe a este abyecto personaje con los rasgos típicos de la raza hebrea, tanto física como moralmente, de acuerdo a la fama que perseguía a este pueblo durante siglos, al menos hasta mediados del siglo XX. 

Por otro lado, la figura de luz que se opone al siniestro Leví es la hebrea Sara, hija del antagonista. El narrador asegura que Sara es un prodigio de belleza. Nos la presenta con «los ojos grandes y rodeados de un sombrío cerco de pestañas negras, en cuyo fondo brillaba el punto de luz de su ardiente pupila como una estrella en el cielo de una noche oscura. Sus labios, encendidos y rojos, parecían recortados hábilmente de un paño de púrpura por las invisibles manos de un hada. Su tez era blanca, pálida y transparente como el alabastro de la estatua de un sepulcro. Contaba apenas dieciséis años, y ya se veía grabada en su rostro esa dulce tristeza de las inteligencias precoces».

En tercer lugar, el nido del conflicto lo provoca otro judío, que advierte a Daniel de que su hija Sara se está viendo a escondidas con un cristiano. Y al llegar el Viernes Santo, el miserable padre de la joven trama junto al oculto sanedrín de los rabinos toledanos un crimen de sangre. Sin embargo, es descubierto por Sara a las afueras de Toledo preparando el sangriento rito. Entonces la muchacha hebrea, llena de santa indignación, se presenta de improviso ante los criminales y les arroja a la cara el estigma de su infame obra, hasta el punto de reconocerse cristiana y declararse avergonzada de su origen.

El narrador no omite al lector el final desgraciado de Sara, que recibe el martirio por parte de su propio padre, verificándose así las palabras de Cristo, que aseguró que sería un signo de contradicción para los hombres, y que debido a su encarnación se enfrentarían el hombre contra su padre, la hija contra su madre y la nuera contra su suegra. «Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa». Del mismo modo, avisó a los suyos de que los enviaba a pastar como corderos en un mundo lleno de lobos. Y tras siglos de persecuciones, ha quedado demostrado que no se equivocaba.

Finalmente, el título de la leyenda se debe a la metamorfósis del espíritu de Sara en una pasionaria, extraña y misteriosa flor que alude al martirio de la muchacha, y que es encontrada, según cuenta el narrador, por un pastor que la halló enredada entre los ruinosos muros de una iglesia, en cuyo seno apareció andando el tiempo el esqueleto de una joven de la que nunca se pudo averiguar su nombre.

En definitiva, aunque a lo largo de la narración se menciona al Cristo de la Luz, envuelto en increíbles leyendas, La rosa de pasión se inspira en un crimen ritual acontecido en la provincia de Toledo durante el reinado de los Reyes Católicos y cuya repercusión se extendió a toda Europa. Quien conozca este suceso histórico, que no pocos historiadores serios como William Thomas Walsh consideran verosímil, se habrá percatado de que la muerte de Sara en la cruz es trasunto del crimen infame del Santo Niño de La Guardia. La rosa de pasión, por tanto, es la versión literaria que el genial Gustavo Adolfo Bécquer ofrece de tan siniestra tradición.

Desde luego, este espléndido relato es un ejercicio literario de primera línea, por la calidad de su prosa y por el valor cultural de su contenido. Leerlo en Toledo no tiene parangón, y puede ser una lectura perfecta para la víspera de la festividad de todos los santos, cuando se suelen leer porquerías y la cultura de la fealdad, la mentira y la muerte aprovecha para avanzar imparable con vistas a conquistar las mentes y los corazones de los adultos y de los jóvenes.

Y sólo los más despiertos, y a su vez los más sabios, consultarán al hilo de esta lectura una joya de erudición oculta como El judío en el misterio de la historiaY sólo entonces averiguarán lo que Bécquer ya sabía: que su mundo estaba dejando de ser cristiano y que al cristianismo, como le ocurrió a su Señor, y a la protagonista de La rosa de pasión, le espera una dura prueba al final de la historia, cuando se haya consumado la gran apostasía.


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