Un buen amigo me preguntaba hace poco cuál era el próximo libro que pensaba comentar en La cueva de los libros. Cuando se lo dije me miró con asombro. Más bien su mirada fue una mezcla de susto, sorpresa y estupor. No sé por qué. Pues El conde Lucanor es una joya en prosa del medievo español. Y su autor, Don Juan Manuel (un príncipe escritor), todo un maestro en el arte de la narración y de esa máxima medieval que consiste en enseñar deleitando.
Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños es el título completo de una de las principales novelas picarescas en lengua castellana, siguiendo en el tiempo al Lazarillo de Tormes y al Guzmán de Alfarache. Su autor, Francisco de Quevedo (1580-1645), escribió también obras filosóficas, ascéticas y políticas, siendo sin embargo su poesía la que le concediera inmortal renombre. Ahora le llega el turno de pasar por La cueva de los libros a una de las personalidades más originales y desaforadas del arte español. Y esta novela es perfecta para detenernos en él, pues es un ejemplo soberbio de estilo barroco, una obra de ingenio cuya forma eleva el fondo y lo convierte en algo más que un texto vulgar protagonizado por personajes de ínfima condición.
El burlador de Sevilla fue la primera obra de envergadura de la literatura española en rescatar de la tradición popular el excitante personaje de Don Juan Tenorio, abriendo la veda a otros escritores que, con mayor fortuna si cabe (como la que logró don José Zorrilla), cuajaron con el burlador de Sevilla como protagonista sus obras maestras. Sin embargo, en la adelantada obra de Tirso de Molina la obstinada impiedad del hombre fatal no ha de ser ignorada, pues ésta es una finísima obra de inspiración bíblica o teológica con una lección moral puramente religiosa: la salvación cristiana no puede ser conseguida por aquellos que dilapidan el tiempo de su vida entregados únicamente a sus cosas.