Dicen que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Con este refrán castellano, aplicado a esta serie de Paolo Sorrentino, intento expresar a mi manera que por mucho que se esfuerce un autor mundano en profundizar en las cosas del espíritu, su esfuerzo resultará siempre vano. Lamentablemente, ésta es una ley que el «hombre natural» no entiende. El cineasta italiano, sin duda, hizo un grandísimo trabajo en su anterior proyecto, La gran belleza —no lo niego y así lo publiqué en La cueva de los libros—, pero en esta sátira religiosa sólo consigue un producto ridículo, estrambótico y de nulo valor. Y sin embargo tremendamente dañino, aunque su autor no lo crea ni fuera su intención causar perjuicio. La verdad es que es una pena que no disponga de tiempo para meterle mano a este serie como merece. Con todo, haré lo que pueda, por si hubiera algún incauto que la creyera interesante y digna de crédito.