Camilo José Cela ha sido estimado como uno de los mejores escritores en lengua española. Alcanzó el máximo reconocimiento internacional con el premio Nobel de literatura en 1989, y su obra La colmena es para muchos entendidos la mejor novela española del siglo XX. Se le atribuyen méritos innegables, como la creación de ambientes (bancos, cafés, casas de citas, tiendas, etc.) y de una compleja estructura donde pululan unos trescientos personajes, así como el uso, o dominio más bien, del lenguaje. Sin embargo, a mí La colmena me parece una novela insustancial, aburrida, exagerada y de mal gusto.
Publicada en Buenos Aires en 1951, La colmena presenta, en pequeños fragmentos, la vida de un extenso número de personajes en el Madrid de los primeros años de la década de los cuarenta, es decir, inmediatamente después del fin de la guerra civil española, para otros «cruzada» o «guerra de liberación». Y lo hace siguiendo sus pasos, hasta en inodoros y aposentos domésticos, durante apenas dos o tres días de invierno, en seis capítulos, más uno final a modo de epílogo. En resumen, la novela pretende reflejar el supuesto clima amargo y asfixiante de aquella sociedad y de aquel tiempo, a modo de testimonio y denuncia de sus males. Pero en realidad Cela, que dijo que su novela era «un grito en el desierto» y que se lamenta en ella de que «nadie piensa en el de al lado», deploraba en buena lógica a la misma sociedad que él mismo había caricaturizado, y de la que se burla con un humor macarra, grosero, de mal gusto. Mal gusto que pone de manifiesto en los diálogos, forma lingüística predominante en La colmena, pero sobre todo en las escasas descripciones y en la narración propiamente dicha, como mostraré más abajo con algunos ejemplos o botones de muestra.