Este libro es uno de esos extraños testimonios que
aparecen de cuando en cuando de la mano de alguna autoridad mundial para
discutir el pensamiento dominante de su época o destapar los prejuicios de la
mayoría de sus contemporáneos. Francis S. Collins es uno de
los científicos más prestigiosos a nivel mundial en el campo de la genética.
Personalidad destacada en el Proyecto Genoma Humano, sus descubrimientos en la
codificación del genoma y la naturaleza de la molécula del ADN le llevaron a
deshacerse de su pasado ateísmo, abrazando plenamente la fe, y haciéndolo además
al abrigo de la razón más estricta. ¿Cómo nos habla Dios? es un
estudio valiente y necesario que, escrito por un intachable científico —Premio
Príncipe de Asturias 2001—, aceptando plenamente el progreso científico
concilia, por extraño que parezca hoy en día, ciencia y fe, o lo que es lo mismo, racionalidad y religión.
Francis S.
Collins, a partir de su experiencia personal, reconcilia así pues lo
que aparentemente parece incompatible: defender la ciencia y a la vez creer en
un Dios trascendente o considerar la fe como una elección racional. No existe
contradicción para el científico estadounidense entre las dimensiones
científica y espiritual. Si bien cada una tiene su propio lenguaje y su propio
ámbito de búsqueda, ambas son fuente de valiosas revelaciones. De esta manera, Collins cayó en la
cuenta de que el concepto de lo correcto e incorrecto era universal en todos
los seres humanos y reconoció la existencia de la ley moral, algo que pasa
generalmente desapercibido.
El autor reflexiona sobre la
ley moral y observa lo siguiente: «¿Por qué existiría un hambre tan universal y
exclusivamente humana si no estuviera conectada con alguna oportunidad de ser
satisfecha?»[1]. Y
poco después sigue: «¿Pudiera ser que este anhelo por lo sagrado, que es un aspecto
universal e intrigante de la experiencia humana, no fueran buenos deseos, sino
un indicio que señalara hacia algo superior a nosotros? ¿Por qué tenemos un
‘vacío con la forma de Dios’ en el corazón y en la mente, a no ser que tenga
por fin ser rellenado?»[2].
En ¿Cómo nos
habla Dios? también se afrontan cuestiones problemáticas para los
creyentes, y asuntos que echan para atrás a muchas personas que recelan de la fe
antes de saber qué es, como por ejemplo: ¿qué hay de todo el daño hecho por la religión?,
¿cómo puede una persona racional creer en los milagros?, o, ¿por qué un Dios
amoroso permitiría el sufrimiento en el mundo? En el fondo, todas estas
preguntas son tópicos que se repiten infatigablemente para poner en entredicho
la posibilidad de la existencia de Dios, pero que son superados por respuestas
cargadas de sentido que lo que consiguen, precisamente, es hacer más plausible
la realidad de un Dios creador.
Francis S.
Collins recorre en ¿Cómo habla Dios? las
grandes preguntas de la existencia humana. En unas páginas algo más exigentes y
técnicas, desarrolla la relación y conciliación entre la fe y, entre otras
cosas, las evidencias de fósiles, la revolución que trajo Darwin y su
teoría de la evolución, y los hallazgos proporcionados por el ADN y las
investigaciones sobre el genoma humano. También establece un debate entre
creacionismo y evolucionismo y de forma original propone que no se contradicen,
pero defiende tenazmente el evolucionismo, considerándolo innegable a la luz de
las evidencias actuales. Teoría que no excluye de ningún modo la posibilidad de
un Dios creador. Esta armonía entre ciencia y fe es de un arrojo admirable, y a
la vez está defendida con gran solidez argumental, aunque yo no la comparta absolutamente, principalmente porque el evolucionismo sigue manifestando lagunas importantes.
Finalmente, nos dice Collins después de su
exposición, sólo caben cuatro posturas posibles con respecto a la fe:
1. Ateísmo y agnosticismo (la ciencia le gana a la fe)
2. Creacionismo (la fe gana a la
ciencia)
3. Diseño inteligente (la ciencia
necesita ayuda divina)
4. BioLogos (ciencia y fe en
armonía)
Así, el autor hace un repaso
de las cuatro opciones posibles. En primer lugar —comentaremos solamente el
primer punto por considerarlo el más interesante y desmitificador— se detiene
en una elección de considerable fuerza en nuestros días pero a la que discute
de forma convincente. Del ateísmo dice que es la postura más irracional
de todas. Una forma de fe ciega que adopta una serie de creencias que no pueden
defenderse mediante la razón. El agnosticismo, en cambio, considera Collins que es una
posición perfectamente defendible. Agnóstico es aquel que en este momento no le
es posible decidirse a favor o en contra de la existencia de Dios. Ahora bien,
el agnosticismo conlleva el riesgo de convertirse en evasión, y lo que es peor,
resulta una posición fácil que define a una persona intelectualmente pobre:
«Para defenderlo bien, se debe llegar al agnosticismo sólo después de haber
reflexionado sobre las evidencias a favor y en contra de la existencia de Dios.
Es raro el agnóstico que ha hecho este esfuerzo. (Algunos que lo han realizado
—y la lista es más bien de personajes distinguidos— han llegado inesperadamente
a convertirse en creyentes.) Más aún, si bien el agnosticismo es un patrón por
omisión posiblemente cómodo para muchos, desde una perspectiva intelectual
transmite cierta pequeñez. ¿Deberíamos admirar a alguien que insistiera en que
no se puede conocer la verdadera edad del universo y no se hubiera dado tiempo
para ver la evidencia?»[3].
Después de todo, el progreso
de la ciencia provoca pánico en no pocos creyentes temerosos de que la ciencia
algún día pueda demostrar que Dios no existe, como si eso fuera posible. Esto, sin embargo, es un miedo
absurdo y por tanto irracional. Si la razón les grita que las herramientas de
la ciencia no son las adecuadas para demostrar la no existencia de Dios, y en
última instancia que la ciencia no puede ir más allá de sus límites y, además,
profesan una fe sincera, no tienen qué temer. Al contrario: «Si Dios creó el
universo y las leyes que lo gobiernan, y si dotó a los humanos con capacidades
intelectuales para discernir su funcionamiento, ¿querría él que desestimásemos
esas capacidades? ¿Se sentiría disminuido o amenazado por lo que descubriéramos
sobre su creación?»[4]. No
parece lógico en absoluto. Por tanto, la ciencia no hay que temerla sino
desarrollarla, para profundizar en los secretos de un orden tan maravilloso que
sólo puede haber nacido por obra divina. De esta manera, Francis S.
Collins, en ¿Cómo nos habla Dios? La evidencia científica
de la fe, une fe y razón, ciencia y religión, y lo hace sin problemas.
Sin embargo, para que exista
fe —y esto es muy importante— debe desaparecer la evidencia. La incertidumbre es esencial al hombre; no
puede ser de otro modo. Por eso, la duda es una parte inseparable de la
creencia. ¿Cómo no debería ser así? Si para creer en Dios necesitásemos su
evidencia, es decir, la evidencia entendida como la comprobación empírica de Éste, no haría falta la fe y en consecuencia tampoco seríamos libres:
«Pero imagine un mundo así, en donde la oportunidad de hacer una elección
libre en cuanto a las creencias desapareciera por la certeza de la evidencia»
[5].
[5].
Quizá, esa sed de volver el
alma a la fuente eterna que ha percibido Collins y otros
muchos creyentes a lo largo de la historia, nos debiera hacer reflexionar sobre
nuestra misión en la vida y movernos a ajustar los sentidos al máximo para
sentir cómo nos habla Dios. Pues Dios, en efecto, nos ha dicho cosas. En realidad nos habla a diario.
Este libro tiene que ser apasionante. Trata una temática muy interesante, y a la vez parece bastante complicado de entender, porque no es fácil conciliar todos esos términos que siempre hemos catalogado de contrarios. Pero las lecturas difíciles, las que nos llevan a la reflexión, y más si tiene relación con Dios, son las mejores, desde luego.
ResponderEliminarPero, algo que no entiendo es, ¿cómo puede decir que el ateísmo es la forma más irracional? ¿no sería todo lo contrario? Quizá cuando me lea el libro entenderé la postura del autor y lo que quiere decir exactamente en relación a esas cuatro posturas de la fe, que me resultan muy inquietantes.
El ateismo es irracional por el mismo hecho que se convierte en una creencia (y ni irracional ni creencia son malas palabras, conste) Solo que no es racional afirmar algo de lo que no se tiene prueba. De ahi que ser agnóstico es racional mientras que ser ateo -que no pasa de ser creencia- o sea, creer que Dios no existe, es tan irracional como creer que si existe. Creer, ya sea que si o que no, es algo humano y suprarracional.
EliminarEl autor argumenta que "si Dios está fuera de la naturaleza, entonces la ciencia no puede probar ni refutar su existencia". Parece lógico ¿no? Y citando a Stephen Jay Gould, defensor del evolucionismo: "La ciencia solamente puede trabajar con explicaciones naturalistas; no puede ni negar ni afirmar a otro tipo de actores (como Dios) en otras esferas (por ejemplo, el reino moral)". Hasta aquí, Francis S. Collins.
ResponderEliminarSi el ateo es aquel que está convencido de que Dios no existe, ¿cómo puede hacer descansar su creencia en algo que no puede probar jamás?
¿Qué costo tiene el libro "Cómo habla Dios?" de Francis Collins?
ResponderEliminarGracias...