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sábado, 15 de octubre de 2011

Frankenstein de Mary W. Shelley


Frankenstein se ha convertido en un icono cultural de nuestro tiempo, y su alargada sombra se extiende desde que su joven autora, Mary W. Shelley, publicara este relato de terror derivado en drama moral, en 1818. Es un clásico, y por tanto obligatorio de conocer, que no escapa, sin embargo, a las ideas de su tiempo: el romanticismo, el determinismo social y las influencias de Rousseau. Sin embargo, yo no siento la ternura que es común en el lector de nuestros días por el monstruo de la novela. Y creo en eso porque si Frankenstein es un monstruo es fundamentalmente por sus actos, más allá de su imagen exterior; y por tanto no es junto, ni honrado, que la autora traslade la responsabilidad de las acciones del ya mítico personaje a la sociedad que le rodea.
     
     
      Conocido es el origen del relato, al calor de una tertulia de escritores románticos, entre los que se encontraban lord Byron y Polidori. Lo primero que sorprende de Frankenstein es la fuerza que desprende, más si cabe porque está escrito por una mujer de aquella época y por su edad (18 años). Pero además de esa fuerza narrativa se suman densidad psicológica y un puñado de dilemas morales importantes. Quizá los temas más significativos sean el de la necesidad de un compañero, reducido a las palabras amistad y soledad; el anhelo por superar los límites humanos, como la enfermedad y la muerte; o la responsabilidad que debe asumir el progenitor con la criatura, pero, en cambio, no encontramos los mismos deberes por parte del hijo. Este marco se traduce en un ambiente trágico en el que las circunstancias sociales —se creía— marcaban, de manera definitiva, el carácter de los individuos. Muy propio del espíritu atormentado del romanticismo.

      Pero centrémonos ya en la historia en sí. Robert Walton se embarca en un viaje con el que soñaba desde hace tiempo al Polo Norte, «hacia la región de la bruma y la nieve», persiguiendo una gran empresa. Y en esta expedición se cruzará con Victor Frankestein, el protagonista de la historia, que en medio del hielo persigue a alguien con ahínco y odio. El relato que le contará a Walton ese extraño hombre al que recogen, será transmitido por aquél a su hermana Márgaret en forma de cartas.

      La juventud de Victor Frankenstein fue un periodo de estudio y asombro. En esa época incubó los sueños que en su madurez lo convertirían en un ser desgraciado. Se ilusionó con ser capaz de eliminar la enfermedad. Y con una determinación febril y muchos intentos consiguió crear una criatura. Se refleja en este deseo la soledad del personaje recluido en busca del conocimiento y la necesidad de encontrar un amigo. Sin embargo, cuando se vio que había creado una criatura monstruosa, la abandono horrorizado. Aquí podemos ver la cuestión de la vida (¿de dónde procede?), y la carga de la creación. También la advertencia de que adquirir la sabiduría conlleva riesgo, o manejar un poder que excede al control de los seres humanos aunque haya sido creado por éstos. Además, Victor recibe el castigo de profanar lo sagrado: pretende superar los límites a los que no estamos llamados.

      Frankenstein, abandonado, al principio es un ser bueno, como él mismo le relata a su progenitor, pero después del desprecio de los demás se vuelve un verdadero monstruo. William, el hermano de Victor, muerte a manos del ser, y Justine, una criada, es ejecutada, considerada responsable del crimen. Poco a poco la sombra del monstruo arroja sufrimiento y dolor sobre quienes se proyecta, y cuando finalmente Victor se niega a cumplir sus deseos, aquél sembrará el caos, siendo perseguido hasta el Polo por su creador para acabar con él, borrarlo de la tierra, eliminarlo definitivamente.

       Mary Shelley, finalmente, escribió un relato recorrido por dilemas morales, con descripciones paisajísticas y psicológicas poderosas. Frankenstein es una obra del romanticismo, del espíritu atormentado y excesivo, de las nuevas teorías sociales, de las revoluciones, y de la pasión por lo oscuro, lo tétrico, las ruinas del pasado, los grandes amores, el recuerdo de personajes legendarios… Y en buena medida, un producto aristocrático inglés. Por eso en Frankenstein se sitúa a la sociedad como la causante de los males de los individuos, que, inocentes, son conducidos por los demás a obrar mal. La criatura se vuelve mala porque los demás la desprecian, y sus crímenes entonces parecen justificados; no obstante, otros individuos igualmente despreciados por la sociedad no han canalizado sus frustraciones sembrando el mal. Por eso Frankenstein sí es un monstruo, y no —al menos de manera esencial— por su aspecto.


FICHA

Título: Frankenstein
Autor: Mary W. Shelley
Editorial: Mondadori
Otros: Barcelona, 2005, 368 páginas
Precios: 18 €



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