Una
de las sólidas verdades que atesoro desde hace años es que nacemos con heridas
innatas de las que no podemos abjurar del todo, aunque se silencien cada vez
más con el ruido esclavizante de lo actual e inmediato. De entre esas lesiones
crónicas que padece el alma, una es la búsqueda de la belleza; y pocos gozos
son tan gratos como hallarla en cualquiera de sus muchas formas repartida por
el mundo. Ya sea el cuerpo de una mujer hermosa, un paisaje evocador y
maravilloso, o una pintura emocionante y sublime. A mí la pintura de verdad me
cautiva. He comprobado que pocas cosas consiguen disolver las nieblas de mi
corazón como dormir abrazado a un ser del que estás enamorado, escribir acerca
de las tragedias de personajes ficticios dando vida a una novela, respirar un
paisaje en silencio y soledad, o encararme con una obra de arte. Llevo tiempo
disfrutando los cuadros bellísimos y únicos del mejor pintor vivo del mundo. O
al menos a mí me lo parece, pues no conozco otro semejante. Augusto
Ferrer-Dalmau es un maestro del realismo pictórico; una figura a la que admiro
por muchos motivos además de por su obra, volcado en recreaciones de la
historia militar española. Sus pinturas, de resultados bellísimos, me atraparon
para no soltarme. Y ya son un monumento de oro de la pintura y cultura
españolas.
Augusto Ferrer-Dalmau Nieto nació en
Barcelona el 20 de enero de 1964, pero vive en Valladolid con su familia, lejos
de los tentáculos pestíferos de una ideología enloquecida como es el nacionalismo
catalán. Enamorado del ejército español y patriota, el pintor barcelonés ya ha
creado algunos de los mejores lienzos bélicos. Fue una visita a Toledo, por si
fuera poco el Día de la Hispanidad —cuando el Museo del Ejército ofrecía una
exposición temporal con algunos cuadros de Dalmau—, lo que provocó que me
decidiera a penetrar en su pintura. Recuerdo hallarme frente al soberbio cuadro
«La gesta de los zapadores» y tener que retener las lágrimas. Me embargó tanta
belleza. A partir de ese día decidí recogerme como he hecho tantas otras veces,
con infinito gusto, para sanar esa herida innata que siento tan viva, y cebarla
lentamente, rodeado de ilustraciones de los cuadros del mejor pintor vivo del
mundo.
- La gesta de los zapadores
Este
es un cuadro de grandes dimensiones. Espléndido en su conjunto. En él veo las
principales líneas maestras que enhebran la creación pictórica militar de
Dalmau. El objeto representado en sus obras es un soldado, varios o un grupo de
soldados. En este lienzo impresionante se homenajea al cuerpo de zapadores,
militares encuadrados en unidades básicas del cuerpo de ingenieros; encargados
de construir puentes o trazar vías para facilitar el movimiento de las tropas,
y entorpecer, por otro lado, los desplazamientos enemigos. Como en sus obras
maestras, el grado de detalle es alucinante, fruto de una técnica excelsa. Cada
personaje dibujado parece único, real, incluso cada gesto describe una emoción.
El detalle logrado con el pincel abarca también a los uniformes de las figuras,
pulcros y apasionantes, consecuencia además de la seriedad y el rigor histórico
de Dalmau. Cualquier pedazo del lienzo es un deleite, pero la recreación del
agua de los charcos es admirable, como el brillante dibujo de los caballos. Todavía
hay un ingrediente más que acusan mis fascinados ojos cuando los someto a la
vista de este soberbio cuadro: el color tan personal, nostálgico y heroico que
introduce vida en la obra. Me arrebata el morado, que contrasta con el marrón
del barrizal; pero sobre todo esos cielos melancólicos y crepusculares tan
frecuentes en los cuadros de Dalmau, que restallan en su último estertor en un
horizonte anaranjado y agónico. «La gesta de los zapadores» es una de las obras
maestras del pintor español, y también mi ojito derecho.
«Bailén»
es otra pieza magistral. Avanzando entre los caídos destaca un soldado a
caballo agarrando un sable, en actitud gallarda y heroica, seguido por la
infantería. Al frente, las tropas enemigas. Y encima un cielo sucio y agitado,
sello del pintor barcelonés, espejo de lo que sucede en tierra. Las grandes
creaciones artísticas suscitan emociones universales; pues en toda su
producción, Dalmau es capaz de plasmar el patriotismo, la camaradería, el
sacrificio, el reconocimiento del deber y algunas virtudes más. También la
dimensión heroica de la guerra, no sólo la trágica, dotando a ésta de un
sentido trascendente o redentor.
- Toma de Gerona
La
mayor parte de la producción pictórica militar de Augusto Ferrer-Dalmau se
sitúa en el siglo XIX. La toma de Gerona es un hito castrense de la historia de
España, un triunfo del ejército español frente al invasor francés en la Guerra
de la Independencia. En el centro del cuadro una figura alienta a sus soldados parapetados
tras unos muros derruidos a continuar, mientras en la parte derecha del mismo
varios hombres se encuentran de espaldas al lado de compañeros caídos, y un
tercero acude en auxilio de uno de estos; auspiciados por un cielo revuelto por
la batalla desatada. Deber, patriotismo y compasión se dan la mano en este
pequeño y genial cuadro.
- Lanceros de la Legión Extremeña
Es
este un cuadro precioso. Milimétricamente pensado y pintado. Transmite la belleza serena de un momento de descanso
en plena guerra. El escenario es un trigal —nuevamente la preferencia del
maestro por un campo abierto—, y los protagonistas son un lancero descabalgado
que pregunta algo a una señorita mientras ésta recoge el cereal. Otro compañero
montado a caballo permanece en el extremo derecho del lienzo, alerta frente a
cualquier imprevisto, y un par de mujeres, en el margen izquierdo de la
composición, siegan la siembra. Entre las figuras centrales hay una distancia
prudente pero no desconfiada. El soldado descansa una lanza recta en el suelo y
conserva una postura esbelta mientras habla con la mujer, y ella, con un
pañuelo rojo en la cabeza, sostiene en el regazo un haz de siega. Los cielos
presumen duelos, y ni el bucólico y bello escenario, puede contrarrestar una
vaga sensación de amenaza. Magistral pintura.
- Coracero 1811
Pintado
en todo su esplendor, un coracero montado a caballo en medio de un llano, con
un cañón al fondo para que no se olvide el marco bélico. Una estampa asombrosa,
cuidada y digna. El uniforme, el petate para montar a la bestia, o el propio
animal entregado a su jinete, son exquisitos.
- Guardias Reales en el cielo
Inseparables
en el cielo, el Guardia Real y su caballo presentan un aspecto regio. La pareja
de soldados con sus caballos que narra este cuadro, envueltos por una bruma
uniforme y cerrada de color ocre, destaca sobre cualquier otra cosa. No hay
nada más que ellos cumpliendo con su deber también en el cielo, arrebatados
tras cruzar las puertas de la muerte, en un claro homenaje a su sacrificio y
labor. El caballero de detrás lanza una mirada al observador, que parece
haberlos descubierto trotando en el más allá, con un gesto conciso pero
cómplice. Sus ojos me dicen que, en brazos del Señor, puede afirmar que lo que
hizo en la vida tuvo valor.
- Húsares de la Princesa, 1836
Una
de las pocas piezas que no se desarrolla en campo abierto es ésta. El escenario de este
pequeño cuadro es el interior de un bosque. Dos húsares montados a caballo
conversan con una mujer que viene de recoger una gavilla de leña. Aquí no se
aprecia reserva en las figuras, sino que la charla es más distendida, o menos
incómoda, que en «Lanceros de la Legión Extremeña». El melancólico marco otoñal
que aporta el bosque, con multitud de hojas caídas tapizando la tierra, o las
que aún resisten en las ramas de los árboles con un tinte amarillo, ofrece un
conjunto bellísimo. Pero el verdadero retrato al cuerpo de húsares se puede
observar en el cuadro «Húsar de Pavía», escrupuloso y colorido.
- Carga de Zumalacárregui
También
hay pinturas de acción en la creación bélica de Dalmau: «Calderote», «Lanceros
de Navarra», «A por la embestida», «Oriamendi», «Carga de caballería en Cuba,
1897», son pinturas de acción, algunas por cierto magníficas. En todas ellas
detiene el tiempo el maestro Dalmau en un lance de la batalla, ya sea en un
enfrentamiento cuerpo a cuerpo, con las tropas desatadas escuchando las últimas
arengas o bendiciones, o a la carga. Este cuadro encoge verlo. Un puñado de
valientes con las sienes bombeando sangre subidos a lomos de bestias entrenadas
se viene encima del observador en una carga salvaje. Las expresiones de rocines
y hombres arrugan al que se pone en frente. Detrás de ellos, una nube de polvo
se levanta hasta fundirse con unos cielos furiosos, ciegos de venganza.
- El final de la batalla
Este pequeño lienzo es abrumador y
terriblemente bello. Recrea los instantes finales de una batalla cualquiera. En
él, un soldado sobre su cabalgadura fija la vista en los restos de la lucha, en
los cuerpos inertes de sus compañeros caídos, y respira, solitario y
meditabundo, pero noble y heroico, la turbada calma a la que da paso el
enfrentamiento feroz entre unos hombres que fueron consagrados como hermanos
por Dios. Sobre el afortunado que ha salvado la vida se cierne la inmensidad de
un cielo turbio, que a modo de inmensa ventana, permite a las invisibles
legiones celestiales no perder de vista las actividades de los hombres, o como
estos padecen incontables males, o entregan su vida por causas en las que
esperan hallar un bien mayor. Las preguntas que se formularía el soldado de
cualquier época histórica que participa en una guerra girarían todas ellas
sobre el sentido de la vida. Sobre su relación con la muerte violenta pero
previamente anunciada. Y después el vacío que dejan los camaradas desaparecidos,
el silencio que sigue a las preguntas enunciadas, la soledad que se introduce
hasta el tuétano de los huesos y el alma. Ese desamparo transmite el jinete que
se mantiene erguido sobre su corcel al final de la batalla en este lienzo. Y
todas sus emociones se reflejan en esta joya pictórica, de profunda belleza y
honda nostalgia, gracias al trabajo de iluminación del maestro Dalmau, que ha
sabido tratar con profundo respecto el admirable misterio de la vida, que la
guerra por cierto despoja de sus caprichos y quincallas, mostrando a aquélla
descarnada y real.
- Pareja de Guardias Civiles
La Guardia Civil también cuenta con su
particular homenaje en la obra de Dalmau, pues no deja de ser otro distinguido
cuerpo militar con tradición en el Ejército español. Fundada en 1844 por el II
Duque de Ahumada, sus servicios de auxilio y mantenimiento del orden
concedieron al cuerpo una gran popularidad, que llegó a recibir incluso el
sobrenombre de «Benemérita». En el lienzo aparecen dos inseparables guardias
civiles montados a caballo, adentrados unos pocos metros en una especie de
pantano. La pintura es preciosa, y pone de manifiesto una vez más el afán
retratista del pintor barcelonés.
- Donde muere mi caballo
Este es otro gran lienzo de acción. En
él se ve un instante del fragor de la batalla, un choque desesperado entre un
soldado a pie enfrentado a la caballería mahometana enemiga. Ferrer-Dalmau
pinta un momento crucial de ese choque, con el caballo del soldado fulminado en
el suelo, y dos hombres a punto de cruzar aceros desde diferentes alturas. La
situación del héroe español es delicada, pero ya prepara la descarga con su
espada sobre el jinete árabe, y que Dios reparta suerte. Cualquier pintura
bélica del artista español ennoblece el oficio —o la condena— del militar, pero
esta pintura me desasosiega a pesar del arrojo que demuestra el guerrero que
ocupa el centro del lienzo con su acción suicida frente a varios enemigos. Es
la confusión que causa el polvo levantado lo que difumina los horrores que
suceden más allá de mis ojos; y también el enfoque utilizado por Dalmau, que no
deja ver más que ese minúsculo acto de valor, y priva de la posibilidad de
hacerse una idea, mediante una vista panorámica, del acontecer de la batalla.
Sólo nos señala un pequeño hombre, seguramente en sus últimos segundos de vida,
entregado a la Providencia y echando los restos por una causa que quizá no
asuma del todo. El idealismo de Dalmau no desconoce, al representar esos
momentos agónicos de sangre y violencia,
la urgencia que promueve una guerra. El pintor español no olvida tampoco
a los que padecen la guerra lejos del frente, aguardando el regreso de los
suyos. Una pintura única de Augusto Ferrer-Dalmau en relación con esto es «La
madre».
- ¡Adelante jinetes de Farnesio!
En cada una de las aproximaciones a
estas ilustraciones magníficas del mejor pintor vivo del mundo, cato primero
los lienzos al margen del marco histórico en el que se mueven sus figuras.
Después me sumerjo en su historia, pero prefiero eludirla para exprimir antes
de nada la estética del cuadro. «¡Adelante jinetes de Farnesio!» es una
composición que posee las virtudes fundamentales del pincel de Dalmau; pero no
puedo sustraerme a las expresiones de los corceles y a la sensación de apremio
que destila este magnífico cuadro.
- El capitán Arenas
También
hay espacio en la creación pictórica de Dalmau para el siglo XX. Incluso
aparece en alguno de sus cuadros la Legión, que participó en la Guerra Civil, o
los divisionarios españoles, estos más habituales en sus pinturas. En «El
capitán Arenas» un nuevo escenario se despliega ante mis ojos atónitos, con una
figura épica en el centro sosteniendo un fusil. Se trata de un capitán con
gesto encendido, con casquillos de bala a sus pies y varios compañeros abatidos
en el suelo. Al fondo, un cielo encapotado y enrojecido, reflejo de los
trágicos días que acontecen. Me fijo en el uniforme roto y sudado del soldado,
que mira con ira fuera de plano, y en la sangre de los hombres derribados,
apagada y respetuosa con los caídos representados. De un vistazo se ve que el
hombre sigue encerrado en los mismos escenarios del horror, pero ahora está
mejor preparado para destruir y multiplicar la devastación. Y por encima de
eso, que prefigura los desastres del siglo XX, el lienzo conserva un aire noble
y heroico.
- Voljov. El batallón Román
De
las obras que Ferrer-Dalmau ha dedicado al siglo XX, hay sobre todo dos que me
fascinan intensamente. Ambas tienen que ver con los voluntarios españoles que
se enrolaron en la División Azul para combatir el comunismo en tierras
soviéticas. «Voljov. El batallón Román» es un cuadro impecable frente al que
palidece cualquier fotografía. Es difícil comprender cómo un escenario tan
tremendo puede parecer algo tan bello. Los minutos vuelan cuando me recreo en
esta obra maestra, alucinando con la recreación luminosa y bella de la nieve,
con los incendios de las isbas, las explosiones de los obuses al encontrar su
destino, los troncos tras los que se atrincheran los soldados, o la sensación
hipnótica de realidad que alcanza este lienzo del genio catalán.
- Camino a Possad. 1941
Este
es un lienzo cautivador y único. De dimensiones importantes, contemplado de
cerca es un deleite estético que anula cualquier otro pensamiento. La tropa
marcha con dificultad por un paisaje nevado, trazando una senda con sus pisadas
que al punto se convierte en barro. El cielo plúmeo y helado sobre las cabezas
de los soldados, o los pelados árboles que forman los bosques rusos en invierno
y que flanquean la carretera por la que pasan los divisionarios, ofrecen una
imagen tan bella como tétrica, o lo que es lo mismo, un escenario demasiado
grave y melancólico. Un paraje que, por otra parte, no hace sino ensalzar por
su dureza la gesta de esos héroes, y también la de tantos otros combatientes.
«Camino a Possad. 1941», es una obra maestra con la que pongo el broche a este
repaso personal de algunas de las pinturas bélicas del que considero el mejor
pintor vivo del mundo: Augusto Ferrer-Dalmau.
Hermosas pinturas. Me sentí particularmente atraído por la Carga de Zumalcárregui y las dos obras de la División Azul. Simplemente hermosas y que retratan la valentía y gallardez del hombre íbero, hispano.
ResponderEliminarSaludos de Uruguay.
Excelente análisis. Soberbio. María Fidalgo Casares.
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