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lunes, 1 de abril de 2013

El conde de Montecristo de Alejandro Dumas


El conde de Montecristo es no sólo todo un clásico, sino además toda una novela popular. La diferencia entre aquella literatura y la nuestra es que lo que hacía Alejandro Dumas y compañía, aunque fuera popular, trataba de fondo asuntos serios. Al margen de que la diferencia de calidad entre una y otra es enorme. Hoy en cambio predomina entretener a toda costa. Antes entretener era ser hábil en la forma de narrar, ahora es prácticamente la única preocupación del novelista. Tendrá que ver con la demanda, digo yo, que cada vez es menos exigente y culta. 

     En Dumas tiene el público literatura para resarcirse. Con asuntos para pensar y también para divertirse. También para pasear por la Historia y repasar la condición humana. Aquí daré sólo algunas pinceladas de lo que me han sugerido los principales temas del relato. Porque El conde de Montecristo bien merece estar en La Cueva.


     La historia comienza en febrero de 1815. El protagonista indiscutible es Edmundo Dantés, un joven con un prometedor futuro que se ve perjudicado fatalmente por al envidia de un compañero suyo. Danglars, para más señas, con la colaboración del catalán Fernando y de un vecino codicioso llamado Caderousse. Dantés, al parecer, va a ser nombrado capitán del naviero El Faraón por el propietario del barco. Pero éste, Morrel, habrá de tomar una decisión bien distinta después de que su querido Edmundo sea apresado falsamente por agente bonapartista. Una vez cae la fatalidad sobre el desgraciado, que tampoco puede casarse con su adorada Mercedes, se teje una malla de infortunios y relaciones personales durante varias décadas precipitada por el juramento de venganza de Dantés que incluye a todos aquellos que le causaron su terrible desgracia. 

     No es menester resumir aquí la historia entera, que por cierto es muy bonita y no decae pese a su gran extensión, pues está contada en forma de folletín de aventuras con historias intercaladas que van enriqueciendo la trama. Para mí tiene mayor interés sugerir algunas ideas que oculta el relato.

     Por ejemplo. La historia entera gira en torno de una venganza. Desde sus años de encierro acumulando odio, Edmundo elabora un plan, que pondrá en marcha tras su huida y una vez convertido en un nuevo hombre rico. ¿Qué lección nos transmite aquí Dumas? ¿Qué nos enseña a partir de la evolución de su gran protagonista y de su final? Lo que yo quiero entender, en el fondo, es si se hace justicia con la venganza. Para tratar de aclararlo arrojo algunas de mis impresiones:

  • La venganza es un deseo legítimo. No obstante, es un deseo que esclaviza. Esclaviza porque un hombre dispuesto a vengarse es un hombre dominado por la ira.
  • Aunque la venganza se dilate en el tiempo, el hombre dispuesto a tal fin dedica toda su alma a una empresa que sólo puede dejarlo vacío y peor que estaba.
  • La venganza es insaciable. 
  • El sujeto dispuesto a vengarse siempre se envilece.
  • No se puede ejecutar una venganza perfecta. Siempre hay consecuencias. Y la sensación de impotencia que surge a partir de la imposibilidad de vengarse de manera efectiva, de resarcirse completamente, es decir, de que se nos restituya a nuestro estado anterior, crea un agujero sin fondo. Porque al final de todo no vamos a recuperar lo que perdimos al ser agraviados.
  • Esto quiere decir, evidentemente, que la venganza no nos corresponde a nosotros. Dios es el único capaz de reconciliar esas cosas que a nosotros se nos escapan y superan. Por eso llega a decir Dantés, al final del libro, y esto desvela la clave: «toda la sabiduría humana estará resumida (yo diría debería descansar) en dos palabras: ¡Confiar y esperar!» (p. 1138).

      Para mí está más que respondida la pregunta que formulé más arriba: ¿Se hace justicia con la venganza?


     Todo esto me lleva a preguntarme por la justicia humana. Que quizá sea en el fondo sobre lo que Alejandro Dumas quiere situar su dedo acusador. No hay que olvidar el ejemplo vergonzoso que da el juez Villefort al principio del libro. Un procedimiento indigno, y una injusticia evidente. Está claro que la justicia humana es insuficiente (p. 355). Por eso hay que hacer notar que una infinita mayoría de sentimientos comunes a los deseos de venganza proceden del daño hecho entre unos hombres a otros. Si después la justicia humana no es capaz de consolar con rapidez a la víctima, no hay justicia humana que valga. Eso ya no es justicia, es una farsa. Y es precisamente la enfermedad de la justicia occidental, que cuando se escucha decir que ésta sigue su curso, quiere decir que se eterniza.

     Habiendo dicho lo esencial sobre la venganza y la justicia humana, merece la pena detenerse un segundo en dos cuestiones más de El conde de Montecristo. Por ejemplo, Dumas llama a las cosas por su nombre. A la envidia, envidia, a la codicia, codicia, «el crimen siempre es crimen» (p. 548) y así con todo. 

     Los personajes, por otro lado, son figuras muy vivas. Los hay buenos y malos, nobles e indignos, pero casi todos se contradicen y se arrepienten, luchan por hacer las cosas bien, conocen dónde está el mal y quieren a los suyos. Pero Edmundo Dantés requiere más atención.

Edmundo Dantes - Conde de Montecristo

     El personaje protagonista de este clásico nacido de la narrativa francesa es un personaje mítico. Su humillación pone pronto al lector de su parte, pero son sus acciones, algunas crueles y otras generosas, las que lo van distanciando del público, hasta que llega a resultar, primero despreciable, después patético.

      Es cierto que la injusticia que sufre Edumundo es tremenda. Pero el personaje siempre tiene presente el temor de Dios aunque desprecie a los hombres. 
«Yo tengo mi orgullo para los hombres, serpientes siempre prontas a erguirse contra el que las mira y no les aplasta la cabeza. Sin embargo, abandono este orgullo delante de Dios, que me ha sacado de la nada para hacerme lo que soy» (p. 514).

      Sólo cuando olvida esto y se envanece se acelera su ruina. Para abrir los ojos necesitará una dura lección. No puede ser de otra manera. Piensa que es un ser superior, y que su fortuna caída del cielo es sólo obra suya. Por suerte al final reconoce, después de ser rebajado con un justo castigo divino, que cualquier hombre que tenga más de dos dedos de frente debería en todo momento confiar y esperar.


FICHA

Título: El conde de Montecristo

Autor: Alejandro Dumas

Editorial: Mondadori

Otros: 2010,  1160 páginas

Precio: 20 €

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