Roma construyó en la Antigüedad un imperio sin parangón. De hecho, su auge fue tan grande que los propio
romanos creían estar bendecidos por los dioses. Incluso Virgilio compuso la
épica Eneida para entroncar la fundación de su ciudad con un pasado mítico que
los emparentaba con ilustres troyanos y con divinidades olímpicas como el dios
Marte. Si su influencia en el mundo es inmensa, la repercusión de su caída no fue
menos determinante para la historia universal. Sobre esta cuestión se han
escrito cientos de volúmenes, y los eruditos han ido presentando tesis
diversas sobre los motivos fundamentales de la caída del Imperio Romano.
Clásicos como Gibbon o Mommsen establecieron interpretaciones oficiales que han
sido matizadas con los años. Me parece que Arther Ferrill es una voz autorizada
para discutirles. Y en este brillante estudio, La caída del Imperio Romano, el
autor analiza el fenómeno del derrumbe de Roma y apuesta finalmente por causas militares como elemento axial de la caída. Me pareció en su día un
estudio muy acertado y jugoso, y ahora me he animado a desmenuzarlo.
Antes de señalar las ideas centrales
del libro quiero advertir que La caída del Imperio Romano es un estudio
especializado en el que, a pesar de su pulcra redacción, sin un conocimiento básico
de Historia de Roma, difícilmente pueda seguirse el hilo del autor. Entre los libros de divulgación histórica, yo considero dos categorías: los que presentan una narración y no establecen discusiones, y los que
analizan unos hechos y los discuten para pulir lo más aproximadamente
posible los libros históricos de carácter narrativo. Y este libro (de divulgación histórica) es de
los últimos. Por tanto, sin unos conocimientos sobre los que trabajar no se
puede analizar nada. El lector, pues, ha de ser consciente de los libros por
los que se interesa.
Y después de esta breve tregua, entro por fin en materia.
«En este libro, sin negar la posible importancia de otras consideraciones, espero mostrar que los generales y sus ejércitos deben ser considerados como un componente esencial de la decadencia y caída del Imperio Romano» (p. 14).
Con estas palabras Ferrill adelanta las conclusiones de su estudio. Antes de desarrollar su análisis, sin embargo, el autor advierte sobre la diferencia entre declive (o decadencia) y caída, pues no son sinónimos. Como es natural, los romanos empezaron su declive gradual de riqueza y poder a gran escala siglos antes de que estuvieran en peligro real de caer. Así, Arther Ferrill precisa que su objeto de estudio es la caída del Imperio Romano, un problema histórico distinto al de su decadencia.
En este sentido, lo primero que hace este estudioso de la historia de Roma es explicar con brevedad las principales explicaciones que se han dado acerca de la caída de Roma. Y por tanto se enfrenta a posiciones clásicas como la responsabilidad del cristianismo, la corrupción, la despoblación, o la degeneración (y apatía) moral de los romanos en los últimos siglos del Imperio. Sus objeciones me parecen de una lógica aplastante:
- La acusación al cristianismo
Para anular esta visión sólo hay que recurrir a la observación siguiente: Si el Imperio Romano cae debido al cristianismo (que supuestamente diluye sus cimientos), ¿cómo es posible que en Oriente, donde la religión pesaba incluso más, el Imperio Romano no caiga? La acusación, por tanto, no se sostiene. Hemos de tener en cuenta que cuando se hace referencia a la caída del Imperio Romano en el año 476 d. C. se habla únicamente de su parte occidental. No hay que olvidar que el Imperio Romano se mantuvo durante un milenio en Oriente (Imperio Bizantino). No es serio advertir una causa mortal en una parte del imperio, cuando la dolencia estaba extendida en las dos.
- Corrupción gubernamental
Por la misma razón, la excesiva burocratización (extendida en ambas zonas del imperio) no pudo ser agente mortal de una y no de la otra. Arther Ferrill no resta importancia a este fenómeno, que evidentemente creció con el auge de la burocracia civil. Pero no lo considera determinante.
- Declive moral
En cambio, sí da mayor valor a la ausencia de espíritu público o a la decadencia moral. Esto para Ferrill es importante porque se refleja en la actitud de los romanos al enfrentarse a las invasiones bárbaras. Sin embargo, «la apatía y la docilidad de la población romana no refleja necesariamente una grave enfermedad social. Durante siglos, los indefensos romanos confiaron en la protección del potente ejército profesional» (p. 38).
Y es que fue el ejército (encargado de defender las fronteras) el que se vino abajo, y con él cualquier oportunidad de mantener vivas las instituciones. Aunque la vida de los súbditos romanos no cambió, la caída del Imperio Romano Occidental como entidad política fue uno de los sucesos más importantes para el hombre occidental. Roma sería en siglos posteriores un fantasma con apenas 20.000 almas gobernado por papas e invadido constantemente por hordas bárbaras. Cuando el Imperio Bizantino fue incapaz de seguir protegiendo a sus hermanos occidentales, los papas se vieron obligados a formalizar nuevas alianzas, y el privilegio recayó, primero, en los monarcas francos (entre ellos el más importante Carlomagno).
Para Arther Ferrill: «La destrucción del poder militar romano en el siglo V. d. C. fue la causa clarísima del colapso del poderío romano en Occidente» (p. 40). Y todo comenzó con una serie de invasiones (el cruce del Danubio). Llegados a este punto voy a ordenar de la mejor manera posible la explicación del autor de este fenómeno, y por tanto a dejarle hablar en lo que resta de comentario. Merece la pena:
«El Imperio Romano en vísperas de Adrianópolis no llevaba obviamente una trayectoria en declive. Ni los ciudadanos romanos habían perdido la confianza en su destino de gobernar el mundo. El Imperio era fuerte, a pesar de una reciente derrota en Persia, y siguió demostrando fuerza extraordinaria durante los treinta devastadores años más o menos entre la derrota de Adrianópolis y el saqueo de Roma por Alarico. Desde los tiempos de las guerras Púnicas la fuerza estratégica de Roma había consistido hasta cierto punto en la capacidad del Imperio de sufrir derrotas tácticas en el campo de batalla y, a pesar de todo, movilizar nuevas fuerzas para continuar la lucha.
(...) pero existía una diferencia, particularmente en Occidente. Roma casi había dejado de producir sus propios soldados, y a los que hizo entrar en el servicio militar se los entrenó poco tiempo en las antiguas tácticas de formación de orden cerrado aunque intentaron luchar de esa manera. (...) Después de 410, el emperador de Occidente no pudo proyectar por más tiempo el poder militar sobre las antiguas fronteras. Este debilitamiento condujo de forma inmediata a la pérdida de Britania, y en el transcurso de una generación a la pérdida de África. No hay necesidad de una serie de batallas decisivas para demostrar un fracaso militar. El estrechamiento de las fronteras imperiales desde 410 a 440 fue el resultado directo de las conquistas militares por las fuerzas bárbaras. En efecto, la pérdida de recursos estratégicos en moneda, material y potencial humano agravó la mera pérdida de territorio e hizo la defensa militar de lo que quedaba del Imperio aún más difícil.
(...) Está claro que después de 410 el ejército romano no tuvo ya ninguna ventaja especial, tácticamente, sobre los ejércitos bárbaros —simplemente porque el ejército romano se había barbarizado. (...) El ejército de Roma había sido siempre pequeño con relación a la población del Imperio, porque el entrenamiento y disciplina romanos le dieron una ventaja incomparable en la tácticamente eficaz formación de orden cerrado.
(...) Cuando el ejército romano se barbarizó, perdió su superioridad táctica y Roma sucumbió a la embestida del barbarismo» (de la p. 276 hasta la 286).
(...) pero existía una diferencia, particularmente en Occidente. Roma casi había dejado de producir sus propios soldados, y a los que hizo entrar en el servicio militar se los entrenó poco tiempo en las antiguas tácticas de formación de orden cerrado aunque intentaron luchar de esa manera. (...) Después de 410, el emperador de Occidente no pudo proyectar por más tiempo el poder militar sobre las antiguas fronteras. Este debilitamiento condujo de forma inmediata a la pérdida de Britania, y en el transcurso de una generación a la pérdida de África. No hay necesidad de una serie de batallas decisivas para demostrar un fracaso militar. El estrechamiento de las fronteras imperiales desde 410 a 440 fue el resultado directo de las conquistas militares por las fuerzas bárbaras. En efecto, la pérdida de recursos estratégicos en moneda, material y potencial humano agravó la mera pérdida de territorio e hizo la defensa militar de lo que quedaba del Imperio aún más difícil.
(...) Está claro que después de 410 el ejército romano no tuvo ya ninguna ventaja especial, tácticamente, sobre los ejércitos bárbaros —simplemente porque el ejército romano se había barbarizado. (...) El ejército de Roma había sido siempre pequeño con relación a la población del Imperio, porque el entrenamiento y disciplina romanos le dieron una ventaja incomparable en la tácticamente eficaz formación de orden cerrado.
(...) Cuando el ejército romano se barbarizó, perdió su superioridad táctica y Roma sucumbió a la embestida del barbarismo» (de la p. 276 hasta la 286).
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