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miércoles, 22 de mayo de 2013

Duce! Duce! Auge y caída de Benito Mussolini, de Richard Collier

Benito Mussolini es una figura clave en la Europa del siglo XX. Fundador del Partido Fascista, es sin embargo un personaje ensombrecido por figuras como Hitler o Stalin. La época, fascinante y terrible a partes iguales, fue políticamente el siglo del comunismo y de sus adversarios. El diferente tratamiento de unos y de otros en la actualidad se debe a que unos salieron vencedores de la Segunda Guerra Mundial, y otros perdedores. No hay mayor misterio. Por eso unos todavía conservan un importante poder de seducción, y los otros son la personificación del mal. Sin embargo, Mussolini fue un personaje respetado profundamente por las democracias de su época, que veían en él a un líder capaz de detener el gran mal que corrompía las naciones: el comunismo. Hoy figura desconocida fuera de su país, provocó admiración en muchos hombres de su época (entre ellos Gandhi) y llevó a Italia a la ruina. Ésta biografía de Richard Collier es un espléndido relato de este polémico personaje. 


      Auge y caída de Benito Mussolini comienza con la marcha sobre Roma de los camisas negras (tropas de choque del Partido Fascista) en 1922. El propósito era claro: «Aplastar a sus enemigos socialistas y comunistas y adueñarse por la fuerza de las riendas del gobierno» (p. 15). Ojo, porque lo que unía a estas dos fuerzas enfrentadas era mucho más de lo que las separaba: tenían la misma raíz, estaban contra la democracia y el liberalismo, y sus políticas eran afines. Basta con acercarse al pensamiento de Mussolini plasmado de su puño y letra en El espíritu de la revolución fascista. No en vano —Mussolini, lo he dicho otras veces— era miembro destacado del Partido Socialista, pero la Primera Guerra Mundial lo cambia todo. La decepción internacionalista estimula los sentimientos nacionales, que se sitúan por encima de consideraciones clasistas o de otro orden. Por eso conviene situarnos en el marco histórico. 

      El gran coco de la época era el comunismo. Todo el mundo veía con preocupación cómo la corriente revolucionaria triunfante en Rusia en 1917 se extendía por Europa sin contemplaciones. Hitler atribuyó la responsabilidad del descalabro de Alemania a los rojos que saboteaban la recuperación de su propio país y en consecuencia condicionaban, para mal, las vidas de sus compatriotas alemanes. Mussolini también reconoció esta realidad en su país, y decidió, sanamente, que primero eran los suyos, y que era obligatorio tomar las riendas del gobierno italiano para levantar un país que tras la Primera Guerra Mundial se caía a pedazos. De esta manera, surge una reacción violenta contra el comunismo, fascismo en Italia, y nacionalsocialismo en Alemania. Comunismo y fascismo serán, pues, dos caras de una misma moneda, alimentadas por las ideas filosóficas previas que venían desarrollándose en Europa desde el siglo XIX. 

      La situación de Italia, que es lo que nos importa más en este comentario, era, a principios de las dos primeras décadas del siglo XX, un desastre. Y las cosas vinieron rodadas. El caos provoca desilusión, y ésta, junto a la necesidad y otras cuestiones asociadas como atractivas mitologías filosóficas, fue campo abonado para líderes carismáticos y vehementes. La situación de Italia, junto al brote del comunismo, fue punto de partida para que germinara un proyecto político como el fascista. Mussolini alcanzará el poder por la fuerza —de manera infinitamente menos sangrienta que Lenin en Rusia— y transformará Italia, entusiasmando a las masas. No hay que olvidar que fue un líder admirado por las democracias, en una época de grandes personalidades políticas y furor corporativista. No voy a hacer ningún balance de la figura de Mussolini, pues tampoco es central en la historia de España —ya lo haré con Franco, pues me parece que en este país la injusticia con su figura es infinita—, pero es obligado decir que su principal estigma fue estar en el lado de los que perdieron la guerra. 

      Dicho lo que me parece más relevante, a Mussolini se le suelen reconocer dos errores fundamentales, y hablo de su política exterior. Uno fue la entrada en Abisinia, y el segundo fue ir a la guerra del brazo de Hitler (bestia oficial para vencedores, y personaje demonizado por el celuloide y la literatura, con razón o no, pero siempre retratado de forma superficial y adulterada). En cualquier caso, más allá del «innoble» final de Benito Mussolini, apaleado y colgado de una gasolinera junto a su joven amante, dejó a su querida Italia en ruinas, al igual que hizo su camarada alemán con su propia nación. 


*No creo en la democracia

      Me gustaría hacer un pequeño comentario acerca de la democracia, ya que ésta mira por encima del hombro todo lo que no sea ella misma. Me parece, pues, honesto hacer este paréntesis. 

      Quien viene leyendo este blog desde hace un tiempo sabrá que escribo sin complejos. Cuando digo una cosa no me justifico para desligarme de la contraria. Por ejemplo, si escribo que no creo en la democracia no digo rápidamente que no soy fascista o comunista. Primero porque no es necesario, y segundo, porque si se estudia de buena fe un período histórico, o un personaje, hay que ser justos, y los acomplejados, y otra clase de tibios, suelen decir bastantes verdades a medias. Por tanto, digo lo que digo y punto.

      Y si he de hacer alguna excepción que sea la siguiente. Dos: Si algo siento por la política, es profundo asco

     Soy consciente, además, de que los documentos de demócrata que reparten, por lo visto, al nacer, se quemarían con gasolina si cambiara el patio. La vida pública española está llena de chaqueteros y de seres que escupen sobre sus muertos. No me apetece casarme con ellos, me parece sencillo de entender. 

      Luego están los beneficios de la democracia. Los conozco. He perdido el tiempo en estas cosas, pero ahora soy un pecador arrepentido. Y como conozco los beneficios de este sistema no necesito que los ejércitos de mancebos que salen cada año de las facultades de ciencias políticas, con el barniz fresco para que fijen bien sus ideas, me cuenten sus bondades. Ya están ellos para darse golpes en el pecho y presumir del carné de demócrata. 

      Ahora bien, no soy un experto en este tema y reconozco que me guío mucho por sensaciones. Puede que atribuya responsabilidades al sistema que no le pertenecen. A mí, a simple vista, me lo parecen y se las cargo a él. Además, no sé qué es en realidad la democracia. Yo tengo un concepto de ella, pero por lo que veo en todos lados, cada uno la entiende a su manera. Basta con preguntar a varias personas qué consideran que es la democracia y se pueden escuchar disparates cósmicos. Luego tampoco nos puede parecer muy sincero este convencimiento democrático del «pueblo».

      Con todo, lo que me pide el cuerpo es decir cuatro cosas de la democracia. Lo primero que quiero es recordar que la democracia fue un experimento fallido en Atenas, hace más de 2.000 años. Los propios griegos acabaron echando pestes de su propio sistema, y éste pasó al olvido. La democracia se convirtió en un cadáver que a nadie quitó el sueño. En el siglo XVIII fue recuperada por los Estados Unidos, y le insuflaron una vitalidad sin precedentes. Su fundamento fue descansar en valores religiosos, y a partir de estos principios cristianos se organizó una nueva forma de gobierno, reformada y sólida, que prestaba mucha atención a los límites del poder. Muy poco después la Revolución Francesa pariría otra variedad de democracia, monstruosa y destructiva; para ilustración, la devastación de Europa en el siglo XX, o la actual democracia europea, laicista y podrida. 

      Pues no nos engañemos, aquí está la debilidad principal de la democracia europea: No tener como soporte una razón trascendente. Yo no puedo creer en un sistema que dice que la soberanía reside en el pueblo porque esto es un disparate. La soberanía reside en Dios, se crea en él o se deje de creer. Al prescindir de él, y si las cosas van bien, tira que te va; pero si las cosas se tuercen con una crisis severa, no hay Dios que nos ampare. Platón, en La República, advierte del riesgo de degeneración del gobierno democrático. Y, aunque su democracia no fuera semejante a la nuestra, ya sabemos que el pueblo en realidad pinta menos en una democracia que un nonagenario en una guerra.

      Por otra parte, la democracia entiende la libertad como el derecho de adherirse voluntariamente al error, y destierra el concepto de verdad. Otro disparate más y un error muy grave. Además, es irritante la impunidad de los gobernantes cuando dejan la nación hecha unos zorros, o la máxima de que el fin justifica los medios. Más aún: A través del imperio de la ley se ampara y financia a terroristas; la justicia produce insatisfacción y bochorno; se asfixia a los contribuyentes con impuestos elevadísimos que sólo sirven para engrasar el entramado clientelar de los partidos políticos y para que éstos llenen los bolsillos de sus miembros, que son antes que nadie en organismos públicos; y los medios de comunicación son un poder enorme que forma opinión, manipula, agita y emponzoña, hace y deshace sin ningún tipo de contrapeso... La libertad de expresión es un paraguas bajo el que se cobijan delitos, y a cualquier capricho se le otorga la consideración de derecho. 

      Por estas razones, y otras tantas, no confío en la democracia. No al menos en la variedad europea, hija de la Revolución Francesa. Quien lo quiera entender que lo entienda.



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Hitler: una biografía narrativa de John Toland

FICHA
Título: Duce! Duce! Ascenso y caída de Benito Mussolini
Autores: Richard Collier
Editorial: Acervo
Otros: 1987, 507 páginas

2 comentarios:

  1. hola, sobre el duce queria decir que lo se ve como socialista en este señor y su amigo el pintor, para mi no es mas que humo, estos señores solo buscan el poder, las ideas son un barniz bonito para ellos. es dificil que llegue a ser gobernante alguien asi, se tienen que dar circunstancias historicas como en este caso, pero aun los que administran relativamente bien como franco o pinochet, nadie los quiere recordar, porque gobiernan por medio del terror y eso no se olvida facilmente.
    Sobre la democracia, yo tampoco se mucho, para mi votar o tener parlamento no es democracia, es una cultura una forma de vivir, donde por escribir o leer un libro no te torturan y se puede luchar por mejorar algo, la politica viene de polis de hablar los asuntos del estado, los griegos lo hacian en el agora, ahora es casi imposible para una persona comun ser tenida en cuenta. La democracia no vino con robespierre o napoleon, mas bien al contrario, la revolucion francesa viene de ideas previas de diderot rousseau etc, ademas de que habia muchos sistemas, se habla de republica democratica como si fuera un sistema solamente. sobre q el populismo es malo todos lo saben, deben gobernar los que saben pero cuando un gobierno es malo se debe poder sacarlo, eso es una republica y eso lo tiene que decidir la gente, no como en una dictadura que gobierna el fusil. Por ultimo dice usted que fue falllido el experimento en grecia, si bien no siempre goberno este sistema en atenas el espiritu democratico existia, por lo menos para los no esclavos, por esto pudieron vivir alli gente como Diogenes o Socrates, en Esparta no hubieran podido. saludos.

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  2. Hola Sócrates:

    En cuanto a Mussolini, es verdad que estos hombres encarnaban la voluntad de poder de la que hablaba Nietzsche. Era un tiempo de acción y no de contemplación. Pero también es cierto que era la época del auge de las ideologías y estaban convencidos de aquello que defendían, más allá de su sed de poder. El entorno político o ambiente histórico en que se movieron el Duce y el Fürher no permitía vivir al margen de las ideas políticas. Y Mussolini no puede separarse de sus escritos o discursos públicos. A partir de ellos, por tanto, se puede afirmar que era un socialista desencantado tras el fracaso internacionalista de la Primera Guerra Mundial que acabó defendiendo el concepto nacional. Pues no hay que olvidar que Mussolini tuvo tiempo de aplicar un programa político y que éste tenía unas señas ideológicas claras.

    De Franco hablaré más adelante apoyándome en un libro de Pío Moa que me parece magnífico. Pero aún no he decidido cuando. Dices que gobernó relativamente bien y así lo creo. Pero en cuanto a que lo hizo a través del terror, es evidente que el reciente pasado bélico no permitía otra cosa. España acababa de salvarse del principal problema que tenía, la revolución. Si tras la guerra, a Franco se le hubiera ocurrido otra cosa que no fuera dirigir los destinos del país de manera autoritaria, sabe Dios en qué situación estaríamos.

    Y en cuanto a la democracia no deseo decir mucho más que lo que he dicho en el escrito de arriba. Me remito a él. Sí te diré que cada vez veo más claro que la democracia es "una forma de vida" donde los buenos se corrompen y los malos viven a sus anchas.

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