El 20 de noviembre de 1490 apareció la primera edición del mítico
libro de caballerías Tirante el Blanco. El responsable de la gran
novela de aventuras era Joanot Martorell, que escribía en valenciano
una obra llamada a perdurar en el tiempo. La misma fue salvada en la ficción
del Quijote de las llamas al calificarla don Miguel de Cervantes como «el mejor libro del
mundo». Es una creación sin par, de lo que no se ve en nuestros días, pero que ha
perdido interés y actualidad, aunque las emociones y aventuras que traslade el
autor medieval sean tan nuestras como las de los hombres de hace cinco siglos. Tirante el Blanco es un clásico, una historia potente de amor y guerra conjugada con
las virtudes de antaño, las de siempre, las eternamente vigentes y
válidas.
El protagonista absoluto de la historia es Tirante, que al inicio de la obra aún no ha sido armado caballero, pero
que al sobresalir excepcionalmente en los festejos de bodas del rey de
Inglaterra, es iniciado en la Orden de la Jarretera. La sublime explicación que
da a Tirante el ermitaño (antes el famoso Guillem de
Varoic) sobre el origen de la palabra caballero es digna de
mención:
«Habiendo desaparecido del mundo la caridad, la lealtad y la
verdad, comenzaron a reinar en él la mala voluntad, la injusticia y la
falsedad. Entonces se hizo necesario que la justicia se reinstaurase. Por esta
causa, el pueblo fue dividido en grupos de mil, y de cada mil fue elegido el
hombre más afable, más sabio, más leal, más fuerte y con más virtudes y buenas
costumbres. De semejante forma buscaron de entre todas las bestias del mundo la
más bella, la que más corría, la que pudiese soportar más trabajo y la que
fuese más conveniente para servir al hombre. De entre todas eligieron al
caballo y lo dieron al hombre que había sido elegido entre los mil. Es por eso
que aquel hombre fue llamado caballero» (p. 55).
Una vez armado caballero, Tirante decide poner su vida al servicio de la fe cristiana y los
desfavorecidos en virtud del ideal caballeresco y se enrola en múltiples
guerras contra los infieles. El trasfondo de Tirante el Blanco es la lucha entre cristianos
y musulmanes, que en el siglo XV estaba en plena ebullición. Varias Cruzadas
habían tenido lugar, y ahora el Gran Turco, el Imperio Otomano, se destacaba
como el enemigo indiscutible a batir. Por eso a partir de las segunda parte
(esta versión moderna del clásico editado por Algar se compone de cinco) cobran
protagonismo las acciones bélicas entre moros y cristianos, y el Gran Turco
surge de repente como la gran amenaza para el héroe y su mundo.
Mientras se suceden las peripecias de Tirante, sus gestas y heroicidades, su leyenda va creciendo entre los
reyes y soldados de uno y otro bando. Y en medio de las hostilidades, Joanot Martorell adorna esos
paréntesis con otro tipo de pasiones; romances y amores intensos se mezclan en
esta narración total con escenas apasionadas cargadas de sensualidad y
erotismo. Lo vemos con la emperatriz e Hipólito, Diafebus y Estefanía, y sobre todo en Tirante y Carmesina. La guerra y el amor, una vez
más, de la mano en la literatura y en la vida; como cosas distintas pero
hermanas.
El amor ocupa un espacio muy importante en Tirante el Blanco. No sólo lo vemos en las descripciones del autor de las escenas
amorosas o los flirteos abundantes entre los personajes de la historia, también
está constantemente en boca de éstos. Tal es la consideración que le otorgamos
al amor los seres humanos que no hay quien no haya reflexionado acerca de su
naturaleza. Así, no son pocos los personajes que tratan de definirlo, de
profundizar en su misterio, y leemos palabras tan deliciosas como éstas: «El
amor que viene de pronto, más pronto se pierde» (p. 160). Tirante dirá lo siguiente
al ser cuestionado: «Me pregunta qué cosa es el amor y de dónde procede.
También ha inquirido dónde se pone el amor. La verdad es que yo no sé lo que es
el amor ni de dónde procede, pero creo que los ojos son mensajeros del
corazón»... (p. 189). «Mucho me gustaría conseguir una persona que fuese
plenamente de mi agrado —comentará después la infanta—. Pero, ¿de qué me
valdría tener una estatua cerca de mí que solamente me diese dolor y
tribulación?» (p. 190).
«El amor —dirá Tirante en otra ocasión— es la más
fuerte obligación que hay en el mundo» (p. 207). Y Estefanía, hablando con la Viuda Reposada, princesa de Constantinopla,
convendrá en que hay tres formas de amor: «el virtuoso, el provechosos y el
vicioso. El primero es cuando algún gran señor, infante, duque, conde o marqués
que sea favorecido y caballero virtuoso, requiere en amor a una doncella. Para
ella es un gran honor que todas las otras sepan que aquél danza, se junta o
entra en batalla por su amor; en tal caso, la dama tiene obligación de amarlo
porque es virtuoso caballero y su amor también lo es. El amor provechoso ocurre
cuando algún gentilhombre o caballero de antiguo linaje y muy virtuoso ama a
una doncella con donativos, intenta inducirla a su voluntad y ella solamente lo
ama por el provecho. Este amor a mí no me agrada porque, tan pronto como cesa
el provecho, muere el amor. El amor vicioso es cuando una doncella ama al
gentilhombre o al caballero solamente por su placer. En este caso, el caballero
tendrá que justificar sus razones con palabras que os dan vida por un año. Pero
si pasan de las palabras, pueden llegar a la cama encortinada y a las sábanas
perfumadas, y así pueden estar toda una noche de invierno. Y este amor es el
que me parece mejor que ninguno de los otros» (p. 240). Al menos a la princesa
le roba una sonrisa de la boca con su particular visión del amor, centrada en
los deleites carnales, y visión además que manifiesta en parte la sensualidad
de esta obra. Con todo, «el gran poder del amor mueve los cielos» (p. 243)
según Tirante; no sorprende que el héroe, perdidamente
enamorado de Carmesina, sufra por el amor que lo consume
mientras está en medio de la guerra.
Pero Tirante se debe en primer lugar al
juramento de caballero. Sus victorias en el frente —el sitio de Rodas, Sicilia,
etc.— pronto tienen repercusión el la corte de Constantinopla y el héroe va
ascendiendo en el escalafón militar. Más adelante naufragará en las costas del
norte de África y será hecho cautivo. Allí conseguirá la hazaña de bautizar al
rey moro Escariano, a la reina de Tremicén (actual
Argelia) y a muchos otros musulmanes. Tras conquistar Berbería (Magreb) al lado
de sus nuevos aliados, Tirante regresará a Constantinopla entre vítores. Finalmente, cuando
prepara la expedición para completar la liberación de Grecia del ferreo brazo otomano,
enferma y muere. Inspirado seguramente en Alejandro Magno, Martorell da ese fin
clásico a su héroe. Inmediatamente, al enterarse de la noticia, Carmesina fallece de pena. En la tumba de ambos, que son enterrados juntos,
escritas en letras griegas vaciadas en oro fino, se leía:
El caballero que
fue el fénix
en las armas y la que fue de todas
la más bella, muertos están aquí,
en esta pequeña tumba; a pesar de esto,
su fama resuena en el mundo: Tirante el Blanco y
la alta Carmesina.
la más bella, muertos están aquí,
en esta pequeña tumba; a pesar de esto,
su fama resuena en el mundo: Tirante el Blanco y
la alta Carmesina.
FICHA
Título: Tirante el Blanco
Autor: Joanot Martorell
Editorial: Algar
Otros: Alzira, 2005, 720 páginas
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