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sábado, 22 de febrero de 2014

El Cuervo (The Raven) de Edgar Allan Poe

El mayor talento literario en la historia de Norteamérica, Edgar Allan Poe (1809-1849), fue uno de los locos más lúcidos  y pasionales que han pisado la Tierra. Su vida, inseparable de su fascinante obra, es uno de los testamentos más magnéticos, terribles y conmovedores que ha dejado a su paso por la existencia un ser humano. Con razón decía el genio de sí mismo que su mirar era distinto al común de los mortales: «No fui en la infancia como los otros, ni nunca vi como los otros vieron. Mis pasiones yo no podía hacer brotar de fuentes iguales a las de ellos; y era otro el origen de mi tristeza, y era otro el canto que despertaba mi corazón para la alegría...». De su portentosa imaginación, y de su febril escritura, nació entre otras maravillas, su obra más conocida, el sorprendente poema, oscuro y romántico como su corazón, intitulado El cuervo.


«Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada, meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral...» Toda persona culta, al escuchar o leer estas contadas palabras, reconoce al instante y sin titubeos que pertenecen a las primeras líneas de El cuervo, obra cumbre del formidable escritor Edgar Allan Poe. Fue publicado en 1845, en el periódico Evening Mirror de Nueva York. Y fue gestado bajo la embriaguez y el tormento de su última época en Filadelfia. En el mismo, su mejor poema, al menos el más sorprendente, un hombre ilustrado devora complicados volúmenes bien entrada la madrugada de un día cualquiera de diciembre, con la intención, confiesa él, de hallar consuelo por la pérdida de la mujer que más quiso en su vida, «aquella que los ángeles Leonor podrán llamar». Pero algo interrumpe de pronto su estéril propósito. Unos golpes se escuchan en la estancia del sabio, como si alguien llamara a su portal. Aturdido, el hombre agudiza los sentidos y en el atroz silencio que invade la sala cree escuchar el nombre de su amada, sólo eso y nada más. A continuación, nuevamente unos golpes extraños se oyen, quebrando la angustiosa calma, esta vez en la ventana. Entonces, al abrir el desdichado la ventana para mirar afuera, agitando su plumaje, se coló en los aposentos un cuervo solemne y ancestral, que fue a posarse en un busto de la diosa Minerva que había en el umbral. Se establece entonces el diálogo más surrealista y trágico que haya dado la literatura en toda su larga historia. 

El animal, que sólo pronuncia las palabras «Nunca más» (Nevermore) cada vez que el desdichado le pregunta algo, supone para el hombre un terrible augurio que viene a recordarle que sus esperanzas de encontrarse de nuevo con su amada Leonor no se verán realizadas jamás. A pesar de que parece que el hombre es incapaz de resistirse a formular las preguntas más urgentes y comprometidas para él como si no pudiera eludir su inevitable destino. Irá así ensombreciéndose su humor. El estupor inicial dará lugar a una reacción furiosa, llegando a llamar al cuervo «cosa del demonio» y «profeta», y conjurándole para que regresase a la negrura abisal, mientras el aire del aposento se enrarece y la tensión avanza hacia un crescendo casi insoportable.

La riqueza simbólica, la variedad de matices, y la erudición que destilan las escasas páginas que conforman El cuervo, resulta admirable. Desde luego Poe, además de ser un talento puro, poseía una vasta cultura, reflejada en estas pocas estrofas con sutil maestría. En ellas Poe hace referencia al busto de Palas Atenea (diosa griega de la sabiduría), a la Ribera Plutónica (el Hades) o abismo, incluso al Edén; y también a otros cultismos indetectables para quienes no conozcan medianamente bien la Sagrada Biblia, como son el bálsamo de Galaad y los serafines. Pero su estilo, su poderosa fuerza de sugestión, o la originalidad del relato, no son de las virtudes menos descollantes de este cuento fantástico. En él, finalmente, el personaje acaba loco, al no poder reponerse del todo a la pérdida de su amada Leonor. Lo que guarda un aciago paralelismo, incluso un eco profético, con la propia vida del autor. 

Edagar Allan Poe fue un verdadero genio, un auténtico incomprendido, que sufrió el odio de envidiosos enemigos y todo tipo de mediocres que le hicieron la vida imposible. Y él, que era un portentoso escritor, un frenético urdidor de mundos fantásticos y tétricos, también era débil y enfermizo: «soy, por constitución, sensible y nervioso en grado superlativo». Y su apasionado corazón descarriló junto a su cabeza después de una corta vida (cuarenta años) recorrida a galope tendido por inercia del alcohol, las drogas y amores límite que no supo superar (la muerte prematura de su mujer Virginia). En cambio nos dejó un frenesí de palabras y cuentos que las generaciones del último siglo y medio no agradeceremos lo suficiente. 

Acabó loco, como el personaje principal de su obra maldita, a punto de desposarse de nuevo con otra joven. El 3 de octubre de 1849 fue hallado en un oscuro callejón de la ciudad de Baltimore, casi irreconocible y vestido con andrajos, en la peor de las condiciones. Había sufrido una crisis de delírium trémens (delirio caracterizado por una gran agitación y alucinaciones, que sufren los alcohólicos crónicos). Cuatro días después moría en el Washington Hospital, sucumbiendo a las pesadillas que forjaba en sus últimas horas su imaginación enajenada. Al final sólo pronunció: «Que Dios ayude a mi podre alma».

No hay nada más que se pueda decir. Su vida fue tormentosa y triste, pero de su nostalgia, de su incomparable sensibilidad, y de su apasionado corazón, brotó una obra que eclipsó su negro mundo y le concedió la inmortalidad. Edgar Allan Poe alcanzó la fama después de mucho sufrir, es cierto, y a título póstumo; qué pena tan grande que padeciera tanto su excelsa alma, su prominente espíritu, su intoxicado cuerpo. Sus escritos testifican por él que fue un personaje único: «Todo lo que amé, lo amé solo. Así en mi infancia, en el alba de mi tormentosa vida, irguióse, desde el fondo de todo bien y todo mal, desde cada abismo, encadenándome, el misterio que envuelve mi destino...» 


«Mi vida no ha sido más que un capricho, ilusión, pasión, deseo de soledad, desprecio del presente, anhelo del porvenir...»

 Ojalá, amigo, Dios se haya acordado de ti. 




FICHA
Título: El cuervo (The Raven)
Autor: Edgar Allan Poe
Editorial: Tatanka
Otros: 2012, 32 páginas
Precio: 6,50 €

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