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sábado, 10 de mayo de 2014

Sonata de invierno: Memorias del Marqués de Bradomín de Ramón María del Valle-Inclán

La última de las sonatas de Ramón María del Valle-Inclán, la de invierno (1905), concluye las memorias del Marqués de Bradomín, un donjuán de tintes erótico-satánicos al que le ha llegado, después de innumerables correrías amorosas, la hora de la vejez. Las cuatro novelitas del maestro gallego, excelsas y virtuosas, son un monumento de las letras hispanas; acaso alejadas de los gustos e inquietudes de los tiempos que corren, pero de innegable calidad literaria. 


En la Sonata de otoño encontramos al Marqués de Bradomín en la Corte de Estella, bien entrado en la madurez, y dispuesto a defender la causa carlista, encarnada en la figura de don Carlos VII. Rey legítimo para los tradicionalistas pero no para los liberales, cuyo desencuentro fue el origen de las tres guerras civiles que afligieron a España en el siglo XIX. 

Cuando llega a la corte el Marqués, a pesar de su ánimo y sentido del deber, reconocemos que el pájaro de la melancolía se ha posado en su alma: «Como soy muy viejo, he visto morir a todas las mujeres por quienes en otro tiempo suspiré de amor: De una cerré los ojos, de otra tuve una triste carta de despedida, y las demás murieron siendo abuelas, cuando ya me tenían en olvido. Hoy, después de haber despertado amores muy grandes, vivo en la más triste y más adusta soledad del alma, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando peino la nieve de mis cabellos». Por eso cuando posa sus pies en Estella para luchar por la causa carlista el Marqués siente «un acabamiento de todas las ilusiones, un profundo desengaño de todas las cosas». La paradoja, sin que podamos a estas alturas sorprendernos, es que lo han amado sin medida y ha gozado de las mieles de infinitas mujeres y en cambio llega a la última etapa de su vida desengañado e insatisfecho. 

Con todo, su irresistible personalidad sigue encantando a señoras y doncellas. María Antonieta Volfani se une con el Marqués consumando adulterio. La tierna Maximina, una niña que vela al Marqués después de la herida de éste en una celada, y que después descubrimos que es hija suya (tenida con la Duquesa de Uclés), también cae presa de los embriagadores encantos del Marqués. Pero este inesperado guiño incestuoso, y otro más velado aún, de carácter homosexual, muestra el espíritu sacrílego y cínico del protagonista. Su inclinación, disfrazada de erotismo y religiosidad, no podía conducirle a buen puerto. Y en efecto, Valle-Inclán dispone una nueva tragedia que apuntilla de forma dramática la desviada vida del Marqués. 

Por tal motivo no son las víctimas del Marqués las únicas que sufren tras el paso de éste por sus vidas. También a él le acaece la desgracia. Uno de los momentos más intensos y dramáticos de las sonatas es la escaramuza que describe don Ramón, donde el Marqués de Bradomín es herido en un brazo que horas después le habrán de amputar, en un episodio terrible y sobrecogedor. Así pues, también al donjuán valleinclanesco le alcanza la calamidad. Incluso el rechazo. 

María Antonieta Volfani, con la que se había acostado al llegar a Estella, se arrepiente de su miserable acción y le confiesa al Marqués que a pesar de amarle será fiel a su marido el resto de su vida. Ésta, al mantenerse firme frente a los halagos del Marqués -que sabe que quizá esta mujer sea la última que lo podrá querer-, lo rechaza suplicándole que no le guarde rencor. La respuesta de Xavier, y las últimas palabras entre los dos, son un broche magnífico, a la par que triste y clarividente, a las Memorias del Marqués de Bradomín reunidas en estas cuatro bellísimas sonatas: 

—No es rencor lo que siento, es la melancolía del desengaño: Una melancolía como si la nieve del invierno cayese sobre mi alma, y mi alma, semejante a un campo yermo, se amortajase con ella.
—Tú tendrás el amor de otras mujeres. 
—Temo que reparen demasiado en mis cabellos blancos y en mi brazo cercenado. 
—¡Qué importa tu brazo de menos! ¡Qué importan tus cabellos blancos!... Yo los buscaría para quererlos más. ¡Xavier, adiós por toda la vida!... 
—¿Quién sabe lo que guarda la vida? ¡Adiós, mi podre María Antonieta
Estas palabras fueron las últimas. Después ella me alarga su mano en silencio, yo se la beso y nos separamos. Al trasponer la puerta sentí la tentación de volver la cabeza y la vencí. Si la guerra no me había dado ocasión para mostrarme heroico, me la daba el amor al despedirse de mí, acaso para siempre.





Memorias del marqués de Bradomín

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