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jueves, 9 de octubre de 2014

Al otro lado del túnel de José Miguel Gaona

Un lector de La Cueva me preguntaba hace poco si conocía la última obra del doctor José Miguel Gaona. Efectivamente, conocía a este eminente profesor y psiquiatra español, y también había recibido la noticia de su último libro: Al otro lado del túnel; sin embargo, no había tenido la oportunidad de leer el citado trabajo. Las experiencias cercanas a la muerte, a pesar de ser un fenómeno más que interesante, no habían sido para mí un asunto urgente del que ocuparme hasta ahora. No obstante, conocía los primeros estudios del célebre Raymond Moody e incluso había leído un libro sobre la materia hace mucho tiempo: Vida en el más allá del doctor Tim LaHaye. Pues bien, después de leer el libro de Gaona sobre las populares experiencias en el umbral de la muerte, puedo decir que la satisfacción ha sido completa. No solo por la calidad en sí del trabajo, sino por las reflexiones que me ha suscitado. Trataré de compartir algunas en el resto del artículo.

Las experiencias cercanas a la muerte, en adelante ECM, son comunes a muchas miles de personas. Sus testimonios han sido recogidos por psiquiatras y psicólogos en todas partes del mundo, con particularidades propias de cada cultura, como por otra parte es lógico dada la percepción subjetiva del hombre, pero con un mensaje idéntico: Al borde de la muerte, o declarados clínicamente muertos, estas personas afirman haber vivido una experiencia de carácter inmaterial y muy difícil de traducir con palabras, que deja secuelas importantes en el modo de afrontar la vida una vez devueltos a esta forma de existencia.

De entrada, las ECM son un fenómeno religioso. La ciencia, en cambio, quiere adueñarse de todo. La psicología se ha ocupado de ellas solo marginalmente, en lo que afecta a la conducta humana posterior a estas experiencias. La neurología, por su parte, no ha hecho otra cosa que tratar de explicar este fenómeno como una causa física propia del funcionamiento cerebral. Pero a cualquier científico serio le resultará indudable que la realidad no se reduce a lo que puede conocer el método científico. Por eso algunos científicos valientes y lúcidos, como José Miguel Gaona, se niegan a llevar orejeras para investigar fenómenos como las ECM, llevando al límite el método científico y traspasando en su intento de explicación el umbral sagrado de las causas materiales.

Lo que ponen de manifiesto estas experiencias, lisa y llanamente, es que existe algún tipo de conciencia independiente del cerebro. No queda más alternativa que afirmar esto, cuando por ejemplo personas que estaban totalmente anestesiadas aseguran haber sido conscientes de todo lo que pasaba mientras eran operadas de urgencia.

Sin embargo, existe un matiz que me ha hecho reflexionar a fondo sobre estas cuestiones. Al parecer, como decía al principio, las ECM son un fenómeno universal con un fondo común pero también con las peculiaridades propias de cada cultura. De esta manera, si la salvación está al alcance de todos y hombres de todas los credos y religiones se salvan, la doctrina católica según la cual solo los que creamos en Jesús seremos salvos, está equivocada. O quizá no tanto, si tenemos en cuenta a San Pablo en relación con los paganos: "pues ante Dios todos son iguales. Todos los que pecaron sin estar bajo la ley, sin la ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, según la ley serán juzgados. Porque para ser justos ante Dios no basta con escuchar la ley: hay que cumplirla. Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque no tengan ley, ellos mismos son su propia ley. Ellos muestran que llevan la ley escrita en sus corazones, según lo atestiguan su conciencia y sus pensamientos, que unas veces los acusan y otras los defienden, como se verá el día en que juzgue Dios los secretos del hombre, por medio de Jesucristo y según el evangelio que yo predico" (Romanos 2, 11-16). 

La conclusión me parece forzada: Dios nos examina con arreglo a sus ojos y no como cada uno se ve a sí mismo.

Sea como fuere, lo que debe quedar claro acerca de este tipo de experiencias es que todas ellas apuntan, como decía, hacia un tipo de conciencia independiente del cerebro y por tanto no física sino espiritual. Lo sorprendente de las ECM, así pues, es que parecen corroborar la creencia en un infierno y un paraíso. Es decir, estarían confirmando en principio la religión cristiana y otras como la musulmana y la judía que conciben también el cielo y el infierno en términos semejantes. Sin que esto lleve a pensar que estas tres religiones puedan ser verdaderas al mismo tiempo, lo cual es un disparate. Es cierto, por otra parte, que este tipo de experiencias se dan en el umbral de la muerte y no en la muerte real, totalmente consumada (la única prueba segura de muerte real es la descomposición del cuerpo; a partir de aquí solo cabe el milagro pues se trata de una muerte no reversible). El propio Cristo advirtió en este sentido a los suyos diciéndoles que entre los vivos y los muertos hay un gran abismo, "de tal manera que los que quieran ir de acá para allá no puedan, ni los de allí venir para acá" (Lucas cf. 16, 19-31). En cualquier caso, este tipo de experiencias marcan tan profundamente las vidas de quienes las han padecido que no es imaginable pensar que no son reales.

Antes de acabar, quisiera hacer referencia a un hecho que muy pocas personas conocerán sobre estas experiencias, y es que no todas, ni mucho menos, son vivencias complacientes o placenteras para las personas que las sufren. No siempre hay una luz al final del túnel, o presencias amables cerca de la persona, o una sensación de liviandad, paz y felicidad nunca antes conocida. Los especialistas también han recogido testimonio menos agradables. Los llaman experiencias inversas. Pues bien, he llegado al máximo de estupor cuando he leído el contraste entre los detalles de las experiencias paradisíacas y las terroríficas, porque encajan con la escatología católica cien por cien. En fin, estas vivencias negativas, como es comprensible, dejan en las personas heridas traumáticas que arrastrarán toda la vida. 

La psicóloga inglesa Margon Grey, citada por Gaona en Al otro lado del túnel, define estas experiencias inversas de una forma aterradora: "Una sensación de ser arrastrado por fuerzas diabólicas que, en ocasiones, son identificadas como fuerzas de la oscuridad. A este nivel son frecuentes las visiones de criaturas demoníacas que amenazan a la persona, mientras que otros relatan ataques por seres invisibles o figuras que carecen de cara o bien van cubiertos con capuchas. La atmósfera puede ser intensamente fría o insoportablemente cálida. También suele resultar frecuente escuchar sonidos como de almas en pena o bajo tormento. También se pueden escuchar sonidos similares a bestias salvajes. Ocasionalmente, algunas personas reportan situaciones que se asemejan mucho a un infierno arquetípico, con encuentros con una figura diabólica". Ver para creer, pero absolutamente cierto.

A mí, en cambio, me dejó más estupefacto si cabe el testimonio de una mujer que llegó a sufrir dos ECM en minutos, al complicarse su parto mientras era asistida para dar a luz. La mujer se resistía a marcharse a la otra vida porque deseaba ver a su hija recién nacida, y al volver a su cuerpo de nuevo, comenta que dio gracias infinidad de veces por haber podido disfrutar de su pequeña. Ella lo cuenta de esta manera: "Esta segunda experiencia sucedería sobre las ocho de la mañana. Mi hija nació a las once menos doce minutos. Yo no sé de dónde salieron las fuerzas para resistir, pero en cuanto puede verla me sentí feliz y satisfecha. Y me entregué a lo que fuera, porque pensaba que iba a morir y lo hacía feliz. Mi sorpresa es que sigo aquí, entre vosotros, que he podido ver crecer a mi hija, que es un regalo y un milagro para nosotros y que creo que el amor me devolvió a la vida o que vivo porque lo único que me ataba a la vida en aquel momento era dar vida. Dar la vida a mi amor hecho carne, no lo sé. Solo sé lo que viví, lo que sentí, por lo que no quise morir, pues os aseguro que nadie querría volver de allí. Morir es como volver de nuevo a casa. No hay mejor sensación, allí donde eres amado, protegido, donde siempre te esperan... Yo sentí algo así".

Claro que si esto es tan solo la antesala del cielo, ahora comprendo mejor que nunca a Santa Teresa de Ávila, cuando se dirigía a Jesús con aquello de Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero; o La vida terrena / es continuo duelo; / vida verdadera / la hay solo en el cielo. / Permite, Dios mío, / que viva yo allí. / Ansiosa de verte, / deseo morir.