De entrada, todas aquellas personas que sinceramente desean tener fe, en parte ya la tienen. Es decir, de alguna manera ya están en camino. Así pues, la fe a la que se refieren habitualmente estos futuros creyentes es una virtud, y en tanto virtud, ha de ejercitarse. El crecimiento espiritual es como nadar contra la corriente; cuando se deja de remar, se retrocede. Pero para obrar en consecuencia hay que reunir primero dos condiciones y salvar un par de obstáculos.
La primera condición que se precisa para tener fe es recibir la gracia necesaria para tenerla. En este sentido, la fe exige en primer lugar una condición que no depende de nosotros. Sin embargo, en este caso concreto, quien la pide, la recibe.
La otra condición, en cambio, sí depende de nosotros. Consiste en estar dispuestos realmente a confesar a aquél del que deriva la fe, que para los cristianos no es otro que Jesucristo. Es decir, la fe también entraña voluntad.
Más allá del común de los mortales están las personas sencillas, los pobres de espíritu que dice el Evangelio. Personas sensibles que, sin literaturas, advierten, sólo con su experiencia diaria, que la realidad de Dios es evidente. Por ejemplo mi abuela materna. Que está tan convencida de la realidad de Dios como su nieto, sin haber leído como él decenas de libros de teología y sin haber estudiado una carrera de Ciencias Religiosas.
Así pues, ¿cómo se puede creer en Dios frente al mundo moderno que lo niega?
1. Pidiendo la gracia necesaria para tener fe y obrar mientras tanto como si ya se tuviera.
2. Superando con educación y afán de conocimiento las resistencias intelectuales que nos salen al paso negando la existencia de Dios, y
3. Superando también las resistencias emocionales, que no niegan a Dios pero son difíciles de digerir, reconociendo nuestros límites, nuestras carencias y debilidades. Sabiendo que no somos nada y que dependemos de otro más fuerte. Y con la seguridad de la promesa de Cristo, vivir la fe sin ningún miedo, recodando siempre que este mundo no se entiende sin admitir la noción de misterio.
Por tanto, si hemos decidido creer, que este último obstáculo, el emocional, no nos vuelva soberbios y queramos entender todos los caminos de Dios, pues aunque no los comprendamos y haya que soportar las desgracias con dificultad, el sufrimiento no carece de sentido. Cierto es que hay que soportarlo, y que a veces ésto resulta una empresa muy ardua. No obstante, para el creyente, la promesa permanece en todo momento, recordándonos lo más importante, que en Cristo alcanza la plenitud el ser humano.
Don Luis: A mi me parece más fácil llegar a tener Fe a través de lo que hizo Jesucristo y las cosas que le sucedieron. Supongo que sabe usted lo que se dice de que con Jesucristo se pueden pensar tres posibilidades: o estaba loco, o era un mentiroso, o era Dios. Y ahí es donde está claro.
ResponderEliminarAdemás, uno puede sentir que el mismo combate que libró Jesucristo es el que nos encontramos cada uno de nosotros si queremos verdaderamente que se termine el dolor y el desamparo de los más débiles y que el mundo sea justo. Ahí es donde yo siento más cerca de mí a Jesucristo que a ningún otro personaje histórico.
Por último, el único Dios que es adorado o lo ha sido, y que ha venido a recatarnos de la única manera que se nos puede rescatar a los seres humanos, ha sido Jesucristo. Para rescatarnos a los seres humanos hay que ponerse en nuestro lugar y pasar por donde nosotros tenemos que pasar queramos o no, fracasar, y después resucitar.
Esta es mi experiencia. La comprensión intelectual de la existencia de Dios a mi no se me da muy bien. Pero con lo que le cuento, me las arreglo para que la fe me parezca cada vez más razonable, y que la realidad se explica mejor con ella que sin ella.
Un saludo afectuoso.
Jesucristo es, desde luego, la persona en la que está asentada nuestra religión. Quien lee los Evangelios acaba admirando a ese hombre, y no pocos, con mayor o menor fortuna, siguiéndole.
EliminarUsted, Jotape, es seguramente un pobre de espíritu a los que yo hacía referencia en el texto; hombres y mujeres de los que habla el Evangelio, y a los que les resulta evidente, por su experiencia cotidiana, la necesidad de un ser necesario.
Pero cada persona descubre a Dios por caminos distintos. Y no son pocos los que dudan de su existencia porque no conocen los motivos racionales que la sustentan. O que se topan con acontecimientos desgraciados que les superan porque no encuentran respuestas lógicas para ellos. Por ejemplo la tragedia del autobús que se despeñó la madrugada del sábado pasado en Murcia, costando la vida a más de una docena de personas, que, ¡vaya por Dios!, venían de una excursión religiosa. Este tipo de cosas, naturalmente, suscita muchas preguntas, y se comprende que muchas personas se paralicen en su búsqueda de Dios cuando se enfrentan al argumento del mal, que es sobre todo de carácter emocional, aunque debe ser combatido en primer lugar desde un frente filosófico o racional. Por eso, una vez fundamentado que la existencia de mal en el mundo no es incompatible con Dios, las tragedias habremos de tragarlas con gran dolor, pero no deberían hacernos dudar a la postre de Dios. ¿No reservó Jesucristo para su santa madre una vida de sufrimiento incomparable?
En fin, el verdadero alimento de los cristianos es la Palabra de Dios, que es el Verbo hecho carne, una persona que pisó nuestro mundo sin ser de este mundo, y cuya vida y mensaje se encuentran en el Evangelio. Si se conoce a Jesús, es muy difícil no salir a su encuentro.
Un fuerte abrazo, Jotape. Y paz y bien.