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domingo, 26 de junio de 2016

Madrid 11M Alta Traición de José María Manrique García

Cuando se cumple en España un episodio más del decrépito y corruptor sistema democrático (enésimo simulacro electoral), me parece oportuno echar la vista atrás y a la vez recomendar algunas lecturas para entender que vivimos en una ficción política sostenida por mamarrachos que nos conducen al abismo. Participar en ella, en esa ficción, digo, mientras no surja una alternativa que defienda como en otros países de Europa los intereses nacionales, es legitimar a los que desean una sociedad de psiquiátrico.

Un día trágico significó el bautismo de este nuevo orden aciago en España. El 11 de marzo de 2004 fue un día sangriento, un día que cambió dramáticamente la historia de España. Ese día 200 personas reventaban en unos trenes, y otras 2000 sufrían heridas y mutilaciones de todo tipo. El atentado se atribuyó con sorprendente impaciencia al terrorismo islamista. Pero como quedó demostrado en seguida, la matanza nada tenía que ver con los mahometanos. Aun así, lo que ha calado en la plebe es otro cuento. Y sin embargo este crimen en masa fue cocinado por ciertas élites a partir de diversos servicios de inteligencia, para aplicar una agenda concreta; una agenda por cierto que fue aplicada a rajatabla.

Muy pronto Fernando Múgica escribía en El Mundo una serie de artículos que mostraban las vergüenzas de la versión oficial. Era evidente que la matanza de Atocha había sido diseñada desde las más negras sombras. Poco a poco fueron surgiendo trabajos muy serios que ponían en duda la mendaz versión de los políticos y los principales medios de comunicación. Se me ocurre 11M La Venganza, de Casimiro García-Abadillo; Las mentiras del 11M de Luis del Pino; La cuarta trama de José María de Pablo, comentada en este espacio; 11M Demasiadas preguntas sin respuesta, de Jaime Ignacio del Burgo, y El atentado que cambió la historia de España; Las cloacas del 11M de Ignacio López Bru; el extraordinario ensayo de don Manuel Guerra sobre los enigmas del 11M; y recientemente Madrid 11M Alta Traición, del coronel de Artillería del Estado Mayor José María Manrique García.

En este último trabajo, intitulado de forma contundente «Alta Traición», se afirma que el infame atentado fue un golpe de timón en toda regla. En España había que introducir con urgencia los nuevos aires que las masonerías deseaban esparcir por Europa. Y la marioneta elegida por las élites oscuras para inocular en la más antigua de las naciones europeas sus avanzadas ideas fue el masón Rodríguez Zapatero (un demonio con cara de bufón y de idiota). 

Lo primero que haría el infeliz, el mismo día de acceder al mando, fue sacar a las tropas españolas de Iraq (cortina de humo para subrayar en las conciencias del populacho que la matanza de Madrid había sido consecuencia de la participación española en Iraq). Después desarrolló con cirujana precisión la agenda masónica que la Unión Europea y la progresía de Europa defendía ya con insolencia. Con él España se convirtió en adalid del homosexualismo, de la ideología de género, del aborto libre, del laicismo y el odio a la Iglesia; promovió además, y con alevosía, los separatismos; fomentó el rencor y la división entre un pueblo que cada vez se tragaba menos; mangoneó todo lo que pudo en la Historia de España, que reescribió a su antojo, tirando estatuas y retirando placas, y sobre todo resucitó los fantasmas de la Guerra Civil, envenenando una sangre ya de por sí bastante brava. Rodríguez Zapatero fue a fin de cuentas el miserable útil de la élite para emponzoñar el viejo solar hispánico. Los que vinieron tras él, todos ellos, pueden ser considerados sus vástagos. Pues hijos del progresismo zapateril son los Rajoys y Sorayas, los Iglesias y Garzones, los Riveras y los Pedro-Nadies.

Es España desde entonces no hay izquierdas y derechas; hay un mestizaje progre que no escucha el deseo de los españoles y que por supuesto no atiende a los intereses nacionales. Atraer a millones de musulmanes a Europa será tal vez letal e irreversible; seguir en la UE significa entregar la soberanía y asentir a las masonadas ideológicas de Bruselas, a sus pedofilias educativas y a sus demencias económicas; votar a esta gentualla, además, implica la legitimación de un sistema guiñolesco que asume el relativismo como filosofía básica y la Voluntad General como religión suprema. Alta traición es defender todo esto.

A estas alturas hasta el más torpe debería haberse dado cuenta ya de que la voluntad general, la soberanía popular o el sufragio universal se identifican en buena medida con la opinión pública; y que la opinión pública, que coincide en efecto con la opinión publicada, es obra de los partidos políticos y los medios de comunicación.

Yo no creo en la democracia moderna o liberal. Los cristianos sabemos por experiencia en qué acaban las cosas cuando al pueblo se le pide opinión. Primero se le manipula a conciencia para que no obre en interés suyo sino contra sí mismo; después se le oprime con el aval de su conformidad. La primera vez que en la era cristiana se brindó una oportunidad al sufragio universal el pueblo pidió la muerte de Cristo y la liberación de Barrabás.



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