El 13 de mayo de 1917 se presentó por primera vez a los niños la Santísima Virgen, bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario[1]. No era una fecha cualquiera. La Primera Guerra Mundial estaba encharcando de sangre los campos de Europa, revelando un nuevo tipo de guerra capaz de diezmar a millones de almas. Mientras tanto, el imperio de los zares se hundía y llegaba al poder el dragón rojo. También fue la fecha exacta en la que se produjo la consagración episcopal de Pío XII (no perdamos de vista este hecho). Fue entonces cuando el cielo envió varios recados precisos:
La
Virgen fundamentalmente pedía que se rezara el Rosario a diario y se hiciera
penitencia.
Dos
meses después, el 13 de julio de 1917, María reclamó la consagración de Rusia a
su Corazón Inmaculado, y mostró a los niños el mismísimo infierno: «Ustedes han
visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para
salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. Si se hace lo que yo les diga, muchas almas se salvarán y tendrán paz.
La guerra pronto terminará. Pero si no dejan de ofender a Dios, otra guerra
peor comenzará durante el pontificado de Pío XI. Cuando ustedes vean una noche
iluminada por una luz desconocida (esto ocurrió el 28 de enero de 1938), sabrán
que esta es la señal que Dios les dará de que va a castigar al mundo por sus
crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la
Iglesia y al Santo Padre»[2].
Es
evidente que la Santísima Virgen vaticinó la Segunda Guerra Mundial, y también
que de esta tragedia tuvo noticias la Santa Sede por boca de los niños, pues no
en vano el obispo de la diócesis, Mons. José Correia da Silva, había reconocido
el carácter sobrenatural de las apariciones de Fátima en 1930, tras las
conclusiones de la escrupulosa comisión creada por él en 1922. Pues bien, la
Segunda Guerra Mundial fue, como prometió la Virgen, aún peor que la primera.
El mundo quedó conmocionado por las secuelas que esparcieron los hijos de Ares
en aquellas décadas malditas. Pero el mundo no cambió, sino que fue a peor. En
las siguientes cuatro apariciones de la Santísima Virgen en 1917, ésta siguió
pidiendo exactamente lo mismo: conversión, oración y penitencia; además de la
Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Junto a todo esto, ese mismo año
70.000 personas se convencían de la autenticidad de las apariciones por el «milagro
del sol», y entre ellas los periodistas de varios diarios anticlericales como O Seculo y O Dia.
Lo que
en Fátima ocurrió desde ese momento fue algo imparable, algo que traspasaría
todas las fronteras, asombrando al Vaticano y al mundo entero.
Muy
pronto, como por cierto lo había anunciado la Santísima Virgen, el Señor se llevó consigo a dos de los pequeños. Francisco se fue al cielo el 4 de abril de 1919,
y Jacinta un año después, el 20 de febrero de 1920. Quedaba sola Lucía. Pero
Lucía recibiría la visita de la Santísima Virgen en más ocasiones. Para
nosotros, en cualquier caso, lo decisivo de este acontecimiento sobrenatural es
que la Virgen les comunicó a los niños el 13 de julio de 1917 (la visión del
infierno), un secreto dividido en tres partes, cuya tercera parte las
criaturitas guardarían, según lo mandado, celosamente. Con dos de los
pastorcillos muertos, quedaba solamente Lucía para revelar el secreto, eso sí,
cuando estuviera autorizada desde lo alto para hacerlo.
Pues
bien, la tercera parte del secreto de Fátima fue puesta por escrito por la
propia Sor Lucía el 3 de enero de 1944. A continuación, el escrito fue guardado
en un sobre lacrado por el obispo Mons. Da Silva, que no se atrevió a leerlo,
hasta que lo envió al Santo Padre, por aquel entonces Pío XII, en abril de
1957. Era preciso que el obispo no se demorara mucho más en hacer llegar esta
carta al Papa Pacelli, puesto que el sobre que contenía el secreto tenía
escrito «1960», la fecha en la que según Lucía debía ser revelado su contenido.
¿Por qué esa fecha? Según Lucía «porque la Santísima Virgen así lo quiere»[3].
Y sin
embargo el secreto tampoco fue revelado para entonces. El sucesor de Pío XII,
Juan XXIII, leyó su contenido y decidió no revelar la tercera parte del
secreto. Como Pablo VI, que también después de leerlo lo devolvió al Archivo
del Santo Oficio sin querer publicar el contenido de dicho documento. Andando
el tiempo la Santa Sede no pudo seguir eludiendo el asunto. Así que Juan Pablo
II tuvo que dar luz verde a la publicación del secreto en el año 2000,
encargando al entonces cardenal Joseph Ratzinger una glosa del texto[4].
Sus explicaciones, no obstante, no han convencido a casi nadie.
En fin,
al margen de las especulaciones, parece indudable que el cielo se pronunció
positivamente aquel año de 1917. Resumamos al máximo de nuevo los mensajes y
perfilemos mejor el contexto.
MENSAJES
PRINCIPALES
1.
La Virgen Santísima pidió en Fátima que se
rezara continuamente el Rosario.
2.
Insistió en la necesidad de conversión y
penitencia.
3.
Mostró la realidad del infierno a los pastores,
donde van a parar las almas de los pecadores.
4.
Anunció todo esto para prevenir una guerra peor
que la del 14, y para prevenir todo esto y preservar a muchas almas del
infierno anunció que Dios quería establecer en el mundo una devoción a su
Inmaculado Corazón.
5.
Por último, podemos decir que la Virgen insistía
ardientemente en la Consagración de Rusia por parte del Santo Padre. De no
suceder así, Rusia acabaría extendiendo sus errores por el mundo.
CONTEXTO
Las
apariciones de Fátima suceden en la etapa final de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918). En la conferencia de Versalles (1919) se firma la paz, y se abre
el período llamado de entreguerras, que finaliza en 1939 con el inicio de la
Segunda Guerra Mundial. La Virgen, como se ha visto, profetiza esta guerra, una
guerra que condiciona a la conversión y penitencia del mundo y a la
consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón.
Precisamente
en el año 1917 acontece un hecho crucial en Europa: la Revolución Rusa, que
comienza en febrero y culmina en octubre, coincidiendo con la última aparición
de la Virgen en ese año. Como es sabido, la Revolución Rusa supone el
derrocamiento de los zares y el advenimiento del comunismo, una ideología totalitaria
y anticristiana de corte materialista y nihilista.
Este es
el marco del que la Virgen advierte al mundo, pues por lo visto habría de traer
innumerables desgracias. Y en ese marco, y no en otro, se entienden sus mensajes y avisos.
Otra cuestión interesante es la
fecha límite que la Virgen da a Lucía para que la parte del mensaje que hasta
entonces no ha sido revelado se haga pública. La Virgen habla de 1960 (así
queda recogido por ejemplo en el libro citado del Padre Santiago Lanús). Es
decir, justo cuando acaba de ser anunciada la convocatoria de un nuevo concilio
ecuménico por parte de Juan XXIII, el 25 de enero de 1959. Por tanto, si la
fecha tope tenía relación con el CVII, ¿qué quería la Virgen que se supiera de éste?
En fin, muchos ríos de tinta han corrido en estos 100 años acerca de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima. Lo que ocurrió entonces guarda, indudablemente, una relación muy estrecha con el presente. Veremos por tanto en qué acaba la cosa, porque es muy evidente que el mundo ha entrado en una fase crítica, una fase en la que distintas visiones están chocando violentamente y tensionando el mundo. Es muy probable, así pues, que tal orden de cosas reviente pronto por algún sitio.
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