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sábado, 15 de julio de 2017

Siempre el mismo día (o la vida como señal y milagro)

Hoy ha pasado algo misterioso en mi vida. Extraordinario. Así al menos lo he entendido yo. Y como movido por un resorte desconocido, me he visto impulsado a contarlo. De hecho aún dura en mí la conmoción, mientras tecleo estas líneas. Ciertamente, no sé si en las siguientes palabras mi emoción será capaz de palpitar, ya que este tipo de cosas no se pueden explicar: simplemente se saben. Trataré, con todo, de expresarme lo mejor posible, siendo lo más leal que pueda con lo que creo que me ha ocurrido. Porque desde luego es asombroso que vivamos rodeados de señales, y no precisamente de tráfico. 

Sobre señales sobrenaturales versa en concreto este escrito. Señales de las que he sido objeto. O eso creo yo. Ayer, sin ir más lejos, descubría una señal impresionante que nada tenía que ver conmigo pero que captó absolutamente mi atención. Se dio en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en la ceremonia de premios del tenis femenino. La señal a la que me refiero —aparentemente nimia, como aparentan ser todas las señales— fue la caída de la bandera de los Estados Unidos, que había sido izada a lo más alto mientras sonaba el respectivo himno nacional. Pues bien, en este simple detalle yo descubrí una terrible señal, pero aquí no importa qué significado le di, y por ello nada voy a revelar. Sin embargo, el hecho de que yo advirtiera ayer esa señal me puso, más si cabe, sobre aviso.

Lo cierto es que hace ahora casi un mes, en un hotel de Madrid, pedía al cielo como señal que me saliera en un examen de fin de carrera un tema en concreto. No salió ése. Me tocó uno mucho mejor. El tema ideal. Un tema que había elaborado personalmente y en el cual podía verdaderamente lucirme. Vi en ello una especie de vacile de Dios, una señal en toda regla. Días después, ya en casa, encontré una Virgen fosforescente que siempre tengo junto a mi cama y que había perdido varios meses atrás (y sé perfectamente el motivo de la pérdida). Lo curioso del caso es que encontré la figurilla justo después de pedir la intervención de San Antonio:

—Haz que aparezca y sabré que estás ahí.

Dicho y hecho. Para algunos será casualidad. Yo digo que las casualidades son cuentos. Como no fue ninguna casualidad que el 1 de mayo estuviese cerca de morir atragantado en un bar rodeado de amigos. Aviso, señal, indicio... si hablo con el corazón en la mano, sé que el Señor me estaba diciendo algo. Y entonces llega este día, 15 de julio de 2017 (sábado), y me ocurren ciertas cosas que me permiten hilar más fino aún, y convencerme absolutamente de que las señales están ahí, aunque no las sepamos descifrar, o directamente nos pasen desapercibidas. En fin, lo que ha ocurrido hoy es que, después de mucho tiempo sin pisar el salón para ver una película, me he puesto cómodo y he visto dos seguidas. No tengo la seguridad de haber sido yo quien las ha elegido, la verdad. La primera de ellas (La invitación) es una cinta de suspense inquietante y de gran calidad. No quiero destripar nada de ella, pero me ha parecido fabulosa, nocturna, claustrofóbica, y terrorífica si se cavila un poco sobre ella. Por otro lado, la segunda película (One day o Siempre el mismo día) me ha parecido —necesito enfatizar— una hermosa preciosidad.

Advierto que desconocía esta película, que es la que me ha dejado palpitante el corazón y temblorosa el alma, y la que ha suscitado, además, la señal que ha motivado todo este escrito. Como decía, no sé por qué la he escogido, pero la he encontrado al final una verdadera maravilla. ¿Exagero si digo que no han llorado solo mis ojos sino mi ser entero? Tal vez quien se asome a ella sin haberla visto le parezca que se trata de una historia romántica que es obligada ver con pasteles o helado y miel de la Alcarria. No tienen ni idea. Hay en ella una profunda sensibilidad y un excelente tratamiento de la condición humana. Sin duda su grandeza reside en su autenticidad, en la radical humanidad de sus personajes, en la verdad que desprenden Emma y Dexter, los protagonistas de esta historia, encarnados felizmente por Anne Hathaway y Jim Sturgess.

Pues bien, Emma y Dexter se conocen el día de su graduación universitaria, un 15 de julio. Ella es una chica idealista de clase trabajadora. Él, en cambio, un joven rico con ganas de comerse el mundo. La película transcurre a lo largo de 20 años, pero se centra únicamente en lo que acaece cada 15 de julio, mostrando así la evolución de la vida de ambos y de su preciosa amistad. Por fin, un día se dan cuenta de que lo que habían estado buscando en otras personas durante años, lo tenían más cerca de lo que imaginaban. Y hasta aquí deseo decir. ¿Dónde está, así pues, la señal que he detectado dirigida como un misil al centro ígneo de mis sentimientos? ¡En el 15 de julio, que es exactamente hoy! Cuando he caído en la cuenta, se me han abierto los ojos como platos. 

¿Cuántas probabilidades hay de ver por vez primera esta película un 15 de julio, fecha trascendental para estos dos amantes de película? No lo sé, pero calculo que muy pocas.

Lo cierto es que en otro momento no le hubiera dado demasiada importancia a este hecho. Pero, como he confesado más arriba, últimamente he notado en mi vida algunas señales. ¿Será también casualidad que hace un par de días acabara un artículo para un medio digital en el que trato de modo muy personal el asunto del amor humano? ¿Por qué me ha dado ahora por ahí? En realidad este punto siempre me ha atraído de manera poderosa: no en vano dediqué mi primer libro al amor, esa sed que hoy entendemos como necesidad de hallar lo absoluto en un ser humano. Por tanto, en mí esta sed no es puntual sino perpetua. 

¿Qué me querrá decir entonces el hado? Conjeturo que algo muy bueno. Algo que hizo al propio Adán exclamar admirado. Pero no me atrevo a formularlo, no sea que se conjure mi esperanza y se torne en simple sueño.

En Dios confío en cualquiera de los casos. Él sólo puede querer mi bien. Y yo pienso en servirle igualmente. ¡Me ha demostrado demasiadas veces que la vida es señal y milagro! Por eso, aunque anhelo junto a mí a Eva, por encima de todo está Él.


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