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viernes, 28 de diciembre de 2018

La incredulidad del padre Brown de Gilbert K. Chesterton

Pocos pensamientos han dado lugar a reflexiones tan fulgurantes y fecundas como el de Gilber Keith Chesterton. Chesterton nació en Londres en 1874, y fue ensayista, novelista y poeta. Estudió Arte y Literatura, comenzando su carrera literaria hacia el cambio de siglo en periódicos y revistas, colaborando primero como crítico de arte y, posteriormente, como autor de artículos y libros políticos, filosóficos y religiosos, la mayoría de ellos sumamente polémicos, escritos con un estilo nada convencional, llenos de imaginación y buen humor. En cuanto a los asuntos religiosos y filosóficos se rebeló contra el materialismo reinante, postulando una vuelta a los antiguos valores religiosos y morales. De hecho, se sintió fuertemente atraído por el catolicismo, al que se convirtió en 1922 y al que defendió y honró con su pluma hasta su muerte en 1936. Su principal personaje de ficción, el padre Brown, encarnó la defensa de esos ideales, con la agudeza y valentía propias de su creador, erigiéndose contra toda forma de nihilismo y saliendo en auxilio del orden sobrenatural y divino.


Precisamente, La incredulidad del padre Brown sitúa al lector ante el misterio de la vida y de lo real. En realidad en esta ocasión Chesterton se interroga acerca de la lógica que encierra toda creencia, preguntándose en el fondo en qué consiste la incredulidad.

Y es que la incredulidad a la que se refiere aquí el autor inglés es la que muestra el padre Brown ante hechos supuestamente sobrenaturales, pero a los que él encuentra una explicación racional. No en vano, a lo largo de la obra, personajes considerados racionales, modernos y de nuestro tiempo, califican con cierta facilidad hechos aparentemente extraordinarios como milagros. La sorpresa se produce cuando el personaje que se supone más supersticioso y que a priori estaría inmediatamente de acuerdo con esta lectura de los hechos se muestra incrédulo y es capaz de demostrar que esos hechos tienen un motivo «terrenal». De esta manera el padre Brown, al hacer un uso adecuado de su razón, va más allá de los datos aparentes y encuentra respuestas en los hechos cotidianos.

Así, el cura protagonista se muestra incrédulo ante aparentes milagros, profecías, maldiciones, destinos escritos en la sangre o fantasmas que desafían a la razón. Y así, ante la sorpresa de los personajes que desfilan en cada uno de los capítulos, y que en el fondo representan una posición ante el misterio, el padre Brown se muestra inamovible en su incredulidad. La genialidad de Chesterton reside, por tanto, en mostrar en cada una de sus historias que, frente al pensamiento moderno que opone el misterio a la racionalidad, existe un Misterio que no sólo no es contrario a la razón, sino que es la condición indispensable para que ésta pueda llegar a comprender, sin renunciar a ningún aspecto, la realidad. 

Lo cual queda ilustrado perfectamente por el autor en el siguiente pasaje:

«A propósito —prosiguió el padre Brown—, no crean que les echo en cara que llegaran tan precipitadamente a conclusiones sobrenaturales. En realidad, el motivo es muy sencillo. Todos ustedes juraron ser materialistas empedernidos; pero lo cierto es que se mantienen sobre el filo de la fe... dispuestos a creer en casi cualquier cosa. Hay miles de personas que viven así, aunque ello suponga un equilibro muy incómodo. Y no descansarán hasta que no encuentren algo en lo que creer; éste es el motivo que impulsó al señor Vandam a recorrer todas las nuevas religiones, peinándolas, como quien dice; y la razón por la que el señor Alboin propala ejercicios respiratorios como si fueran citas de la Biblia, y el señor Fenner se queja de un Dios cuya existencia niega. Ésta es la razón por la que todos ustedes se encuentran tan desorientados; es natural creer en lo sobrenatural. Nunca nos parece natural admitir las cosas naturales».

Dicho esto, se entiende que el genial escritor británico afirmara en una de sus más grandes obras (Ortodoxia) que el secreto de la cordura radica en aceptar el misterio de la realidad. Y yo no pienso llevarle la contraria.


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