Decía al principio que Defoe no ocultó el contenido de esta obra, pues advirtió a los lectores en el título de ésta que Crusoe «vivió veintiocho años en completa soledad en una isla deshabitada de la costa de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco, tras haber sido arrastrado a la orilla después de un naufragio en el que perecieron todos los hombres salvo él»...
Pues bien, las aventuras de Robinson comienzan un día en el que, desobedeciendo la voluntad de su padre, y lo que es peor, no escuchando sus terribles advertencias, el joven decide acompañar a un amigo en un viaje por mar. Este primer viaje despierta en el joven el ansia por conocer mundo, embarcándose acto seguido en distintas expediciones. Y Robinson, que había nacido para ser su propio destructor, como él mismo reconoce y confiesa, no pudo rechazar la oferta.
A mi modo de ver, lo determinante en la novela ya se ha dicho, más allá de interpretaciones novedosas u otras consabidas. Y lo fundamental de dicha novela es la idea de que el hombre necesita educarse, dominarse a sí mismo y dominar el medio hostil en el que habita. Y para ello es necesaria una visión espiritual de la vida. De ahí que en la presente novela pese especialmente la actitud religiosa del protagonista, o lo que es lo mismo, su concepción religiosa del mundo. Ciertamente, Crusoe se lamenta amargamente de verse «despojado de todo consuelo y compañía», pero no se hunde, y consigue salir adelante una y otra vez, con ayuda de su fe y de las inspiradas palabras encerradas en la Biblia. Precisamente gracias a esa concepción religiosa del mundo, el protagonista es capaz de ver que nuestras acciones tienen consecuencias inesperadas que repercuten en un mundo que no vemos y que de alguna manera nos afectan. Por eso Crusoe entiende que detrás de su desgracia puede haber un castigo divino, al abandonar a su padre, actuando «como un rebelde contra su autoridad y como un loco contra sus intereses».
Y de esa educación religiosa, al fin y a la postre, brota la reflexión más jugosa de toda la obra; reflexión que hace referencia, claro está, a la necesidad de educación o civilización que tienen todos los hombres para considerarse tales:
«He observado con frecuencia que la juventud no se avergüenza de pecar y pasar por loca, pero sí de arrepentirse y pasar por sabia». La vida, sin embargo, es una lección constante, un camino de iniciación y de aprendizaje que no cesa hasta el final. Robinson Crusoe, finalmente, nos enseña muchas cosas; entre ellas, que podemos enmendar nuestros errores, que la fe es una virtud y un valor que conviene apreciar, y que siempre hay que tener esperanza y ser tenaz.
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