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martes, 6 de agosto de 2019

El Club Dumas de Arturo Pérez-Reverte

Si mi memoria no me falla, fue en una noche de agosto en el pueblo de mis abuelos, hace ya muchos años, cuando oí hablar por vez primera de El Club Dumas. ¿O ya lo conocía pero fue mi amigo el primero en nombrarlo? Lo cierto y seguro es que en plena canícula, bajo el manto estrellado y la intimidad de la noche, se desarrolló entre éste y yo una amena conversación literaria que dio lugar a muchas otras con el correr de los años; tertulias que acabarían convirtiéndose con mucho en lo más sabroso de cada uno de nuestros encuentros. De modo que rodeados de muchas o pocas personas, mi amigo y yo siempre conseguíamos crear nuestro mundo paralelo, a veces durante horas, compartiendo nuestra común afición por los libros y la literatura. Se entenderá muy bien entonces que aquella noche, entre cubalibres e interrupciones de otros amigos, El Club Dumas llegara a ocuparnos gran parte de la velada.


El Club Dumas se publicó a comienzos de los noventa, concretamente en 1993. Siguiendo la estela del éxito de otros libros de intriga como El ocho de Katherine Neville o El nombre de la rosa de Umberto Eco, su autor, el controvertido escritor español Arturo Pérez-Reverte, saboreaba las mieles del éxito al crear un notable relato de suspense, sostenido por una trama cuyos enigmas principales estaban relacionados con los objetos más fascinantes que existen: los libros.

Por eso todos los tipos creados por Reverte para dar vida a esta historia poseen vastos conocimientos bibliográficos y literarios. Su máxima figura, sin ser un especialista al uso, pero siendo quizá el más entendido de todos los personajes que desfilan por las páginas de esta obra, Lucas Corso, hace acto de presencia como un mercenario de la bibliofilia, un cazador de libros por cuenta ajena que recibe el encargo de autentificar un manuscrito de Los tres mosqueteros, lo cual desencadena una peligrosa cacería por algunos de los escenarios con más solera de Europa.

Precisamente por su profesión, la libertad que poseía y los conocimientos que albergaba, Corso se erigía ante nosotros como un personaje irresistible. No menos interés despertaban en nosotros todos aquellos libreros sin escrúpulos y coleccionistas de arte descritos como "chacales de Gutenberg, pirañas de las ferias de anticuario, sanguijuelas de almoneda, [que] son capaces de vender a su madre por una edición príncipe; pero reciben a los clientes en salones con sofá de cuero, vistas al Duomo o al lago Constanza, y nunca se manchan las manos, ni la conciencia. Para eso están los tipos como Corso".

El Club Dumas, a fin de cuentas, pudiera resultar pedante en algún momento para las almas más críticas o las de gusto más exquisito, pero en modo alguno resulta anodino. Repite tópicos que funcionan y carece de personajes modélicos, pero mantiene cierto atractivo. Se puede hacer largo y pesado a ratos, enredándose con acertijos redundantes que alargan en exceso la resolución del caso, pero está bien escrito... 

Con todo, para bien o para mal, es cierto que me ha costado releerlo; y sin embargo, al quedar para siempre vinculado a un tiempo de mi vida feliz y desprendido, la sola contemplación de su lomo me provoca hoy, cada vez que lo veo sobre las baldas de mi biblioteca, mariposas bajo el ombligo.


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