Cuando nos remontamos varios milenios antes del nacimiento de Jesucristo, la reconstrucción del pasado histórico se vuelve una labor cada vez más ardua. Y la razón es sencilla. La investigación ofrece resultados que proceden en buena medida de datos o testimonios oscuros y difíciles de descifrar.
Hoy por hoy, las cunas de la civilización son Egipto y Mesopotamia. En concreto, en Mesopotamia se desarrolló propiamente una cultura urbana y por tanto sedentaria que trajo consigo la invención de un sistema de signos necesario para representar las palabras o las ideas y dar fe de las mismas. Además de la invención de la escritura, que muy probablemente nació de la necesidad de llevar un registro de compraventas o intercambio de bienes y servicios y de otras necesidades administrativas, el misterioso pueblo sumerio erigió templos en honor de sus dioses, y se dotó de gobernantes que reunían en su persona el poder político y religioso.
Hacia el tercer milenio antes de Cristo ya tenemos constancia de enfrentamientos armados entre las numerosas ciudades sumerias que por entonces salpicaban las cuencas de sus dos grandes ríos. De una de aquellas ciudades, Uruk, descendía Gilgamesh, el mayor héroe del patrimonio cultural sumerio.
Las aventuras, proezas e inquietudes de este rey mesopotámico, tal vez mítico, fueron recogidas en un poema épico narrado a mediados del tercer milenio antes de Cristo y fijado por escrito varias centurias más tarde.
En torno a la figura de Gilgamesh, así pues, arranca el interés literario de la humanidad...
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