La magna obra de Homero comienza con una disputa en torno al derecho o facultad de poseer un bien cualquiera y poder disponer de él dentro de los límites legales. Y termina con la celebración de unas solemnes exequias.
En primer lugar, hay en tan soberbio poema monumental una contraposición entre los hombres y los dioses inmortales. Estos últimos participan e influyen en la guerra y aun en las decisiones personales de los héroes. Pero hay mayor grandeza en los mortales que en sus belicosos dioses, porque a pesar del inevitable horizonte que amenaza sus efímeras vidas, demuestran una conmovedora fuerza moral al encarar su destino con firmeza admirable.
El canto primero suscita muchas y muy variopintas reflexiones, pero son especialmente relevantes las que giran en torno a cómo conciben la propiedad y el honor sus heroicos personajes. Los dos héroes más sobresalientes de entre los aqueos, Aquiles y Agamenón, riñen por desavenencias en torno a una propiedad: la esclava Criseida, trofeo de Agamenón. Aquiles, que ha consultado al arúspice Calcante para averiguar el motivo del mal rumbo de la guerra, advierte a su comandante en jefe que por el bien de la comunidad debe devolver a Criseida a su padre, el sacerdote Crises. Pero la respuesta es terminante: "No la soltaré".
Agamenón antepone así sus intereses al bien común, y replica a Aquiles con muy malas formas, más o menos de la siguiente manera:
-Tú conservas tu recompensa, ¿por qué debo quedarme yo sin la mía?
Pues porque no era legítimo que la tuviera. De hecho, los dioses homéricos envían males a los hombres para restituir el orden violado por éstos, siendo la injusticia, la desmesura o la excesiva arrogancia, la principal causa de la injerencia de los inmortales en los asuntos humanos.
Así pues, el egoísmo, la codicia de Agamenón, es lo primero que irrita a Aquiles, "porque no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos se salven junto a las naves".
La cólera definitiva de Aquiles sin embargo no es desencadenada por este motivo. Es más bien una cuestión de honor, dignidad que se tiene por suprema en la edad heroica evocada por Homero. Cuando Agamenón, privado de su esclava, reclama en virtud de la autoridad que le reconoce la milicia el trofeo de Aquiles (Briseida), éste, lleno de enojo, promete no volver al frente con sus huestes hasta que no se le restituya su posesión y la reputación de que gozaba.
Como vemos, el honor y el uso de la legítima propiedad están estrechamente relacionados.
A fin de cuentas, no es otro el cometido de Tetis, la madre divina del héroe de pies ligeros, que, conmovida por las lágrimas de su hijo, concierta solícita una audiencia con el padre de los dioses. Y de Zeus obtiene finalmente, en el primero de los cantos, la garantía de que a Aquiles le será restituida ante sus hombres la honra que merece, alcanzando sus hazañas un inmortal renombre.
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