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viernes, 1 de mayo de 2020

El 19 de marzo y el 2 de mayo de Benito Pérez Galdós

Verdaderamente original en la obra de Benito Pérez Galdós es su saga de Episodios Nacionales, en los cuales el gran literato grancanario se dedicó a historiar la historia de la España contemporánea, cubriendo la totalidad del siglo XIX.

Precisamente en el centenario de su muerte, se cumplen 212 años del histórico levantamiento del pueblo español contra el criminal ejército napoleónico. Los hechos fueron historiados en el Episodio Nacional titulado El 19 de marzo y el 2 de mayo. Las doscientas páginas aproximadas de esta obra, en las que se respira el dramatismo de aquellos días infaustos, se leen con enorme tensión y frecuentes sobresaltos. Y, como en otras ocasiones, el cronista de aquella sublevación, Gabriel Araceli, tampoco puede evitar verse envuelto en los tumultos madrileños de la primavera de 1808, describiendo primero con ritmo vertiginoso los acontecimientos que rodearon el golpe palaciego de Aranjuez, y con ardiente dinamismo después la heroica resistencia de sus compatriotas frente al agresor extranjero, en la que él también toma parte.

Uno de los pasajes más intensos e interesantes lo encontramos en el capítulo XXIX. En un punto especialmente crítico de la lucha callejera, con los cañonazos de la artillería de Daoiz y Velarde estallando en las calles, y las columnas francesas cosiendo a bayonetazos a los madrileños, un anciano sacerdote declama desde el balcón contra los invasores al tiempo que espolea a las masas, que defienden palmo a palmo el suelo de todos los españoles.
Gabriel, ¿sabes tú lo que es el deber? ¿Sabes tú lo que es el honor? Pues para que lo sepas, oye: Yo que soy un viejo inútil, yo que nunca he visto un combate, yo que jamás he disparado un tiro, yo que en mi vida he peleado con nadie, yo que no puedo ver matar un pollo, yo que nunca he tenido valor para matar un gusanito, yo que siempre he tenido miedo a todo, yo que ahora tiemblo como una liebre y a cada tiro que oigo parece que entrego el alma al señor, voy a bajar al instante a la calle, no con armas, porque armas no me corresponden, sino para alentar a esos valientes, diciéndoles en castellano aquello de Dulce et decorum est pro patria mori! 
Estas palabras, dichas con un entusiasmo que el anciano no había manifestado ante mí sino muy pocas veces, y siempre desde el púlpito, me enardeció de tal modo que me avergoncé de reconocerme cobarde de aquella heroica lucha sin disparar un tiro, ni lanzar una piedra en defensa de los míos.

¿Pero quiénes son hoy "los míos"? Me fijo en primer lugar en los españoles, muchos de los cuales se avergüenzan de mostrar la bandera de su país y de cantar la hermosa letra que escribió José María Pemán para su himno. ¡Caso insólito en el mundo! ¿Qué se puede esperar hoy de esa gente? ¿Qué se puede esperar de una sociedad adocenada y extremadamente ingrata, que, en definitiva, ignora o directamente desprecia lo que significa una patria?

Se puede esperar lo justo y a veces ni eso. Por eso habrá que vivir amotinado, alzado, sublevado... al menos contra la pésima educación que todos esos españoles han recibido, por parte de sus malos maestros, y de sus padres en sus casas. Hasta que lleguen, si llegan, tiempos mejores, en los que sería un gran error bajar la guardia; porque quien carece de educación, no puede apreciar el valor que tienen estas páginas de los Episodios Nacionales.


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Reflexiones en torno a la Guerra de la Independencia 

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En resumidas cuentas, y aunque resulte paradójico, tras la victoria conseguida en la Guerra de la Independencia contra los franceses, España vio reducida su independencia y pasó a ser un país subordinado de Inglaterra.

Los ingleses, que resultaron ser aliados muy poco leales, entre otros desmanes que cometieron, usurparon a España un enclave estratégico de primer orden: Gibraltar.

Y finalmente, el precio de la supuesta ayuda británica fue excesivamente elevado, porque propició la caída del Imperio español y por tanto la pérdida de las colonias.

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