No se ha escrito mucho sobre esta elegante disciplina. Tampoco el cine ha sabido sacar partido de este entretenido deporte, ni de sus campeones, aunque recientemente le ha dedicado una película notable: Borg McEnroe. Entre los escritores, quizá David Foster Wallace sea quien mejores lauros haya ofrendado a este maravilloso juego, llegando a afirmar que ver en acción a los tenistas de clase mundial puede resultar una experiencia de naturaleza religiosa.
El tenis como experiencia religiosa son dos extensos artículos que David Foster Wallace dedicó al tenis, reunidos posteriormente en un librito por el poderoso grupo editorial Penguin Random House. En el primero de ellos, Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos, el autor transmite a los lectores el ambiente del cuarto grand slam del año y el formidable tejido comercial que lo rodea. Más allá de las observaciones minuciosas del escritor norteamericano, y de los entresijos que revela del US Open, interesan sus juicios de valor sobre figuras como Sampras y Agassi.
Con todo, al mismo tiempo que el autor encumbra la genialidad y belleza del juego de Federer, también alaba a su Némesis: Rafael Nadal, «el hombre que ha llevado a sus límites el estilo moderno de juego de fondo», un tenista marcial e impetuoso al que contrasta Foster Wallace con Federer, síntesis éste del dios Apolo y aquél de Dionisos. La contraposición es brillante y en parte cierta.
Pero no todo son alabanzas, también abundan los análisis técnicos y las valoraciones sobre el juego moderno, modificado por los nuevos materiales de las raquetas, las nuevas pelotas, las nuevas pistas..., y que a pesar de ser más estático y limitado (se refiere aquí al juego masculino), no ha perdido toque y sutileza.
El tenis, finalmente, simboliza muy especialmente la guerra, comenta el escritor norteamericano. Pues no hay más alternativa que avanzar y resistir o ser eliminado. Pero como en la vida, en el deporte también se dan las paradojas, pues la lucha puede ser bella, como bello puede ser morir dignamente. En realidad, «la belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana». Y así como la danza, el tenis también es un arte en que se baila, es decir, un arte en que se ejecutan movimientos acompasados con el cuerpo, los brazos y los pies, y cuanto más perfectos sean, mayor eficacia proporcionan. Esa es la razón por la que este deporte ha llegado a ser una experiencia en la que los seres humanos se reconcilian con el hecho de tener un cuerpo, que al fin y al cabo es lo que muere, perviviendo únicamente nuestra alma.
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