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miércoles, 2 de septiembre de 2020

La luz de mi vida: una aventura de amor en un mundo postapocalíptico

El género apocalíptico está de moda. Sea por sugestión, sea por una corazonada colectiva, en el ambiente se nota un singular presentimiento: la humanidad vive un período crítico y un gran mal parece cernirse en torno a ella. Los libros y películas que tratan de situaciones catastróficas y escenarios futuros indeseables se multiplican por momentos. Una de las mejores historias que he podido ver en los últimos tiempos sobre este género antiutópico es La luz de mi vida: una aventura de amor en un mundo postapocalíptico.
Sin duda, la principal preocupación del protagonista es proteger a su hija de un mundo deshumanizado. Para ello, busca de manera incesante un lugar seguro donde morar, pero una infinidad de hombres malvados amenaza la vida de la niña. Entretanto, la educa con historias moralizantes, y le transmite esperanza en el porvenir, con una actitud optimista y un amor sin límites que conmueve las entrañas. Por supuesto, hay hombres buenos, como Tom, pero no hay equilibrio en ese mundo ficticio, predominando la maldad y un despiadado instinto de supervivencia.

Con todo, las diversas catástrofes, unidas a todos los planes diabólicos para borrar a Dios de las conciencias, han fracasado y fracasarán, aunque caminemos hacia la desesperanza y los esfuerzos del mal se redoblen. En la película, el padre sirve de modelo para demostrar que en los hombres de buena voluntad no desaparecen nunca las ideas del bien y del mal. Pero es Tom, el hombre que los acoge en su casa, el testimonio vivo de que la fe no es extirpable del corazón humano, y menos aún la esperanza en Jesús, que es una virtud fundamental que imprime carácter y determina nuestra actitud y por tanto nuestro temple para hacer frente a las adversidades y a la vida misma.

Una escena especialmente relevante en la película, que protagonizan Tom y el padre de la niña, enseña que hay que hacer frente al mal, que cuando el lobo aparece en medio del camino hay que plantarle cara, que a veces hay que tomar partido, que no se puede fingir con disimulo que no son responsabilidad nuestra ciertos asuntos:

一No sé quién eres o quién puede ser ella. Pero os he dejado pasar aquí la noche y no quiero tener nada que ver con el mal. El mundo ya lo ha visto bastante. 

一Recogeremos nuestras cosas y... seguiremos nuestro camino.

一No es así de simple [Tom afirma esto porque quiere asegurarse de que la niña está segura, y sería deshonroso hacer la vista gorda]. Si ella es la hija de Dios que te ha otorgado, y tú eres un protector fiel, debes decírmelo. Si no lo es, quiero saber como es que la tienes en tu poder. Y quiero creerte. Yo estuve casado treinta y tres años, y en ese transcurso de mi vida tuve tres hijas y seis nietas en total. Y las nueve murieron en lo que duran un par de semanas. Una de ellas por un grupo de monstruos. Así que si crees que me voy a quedar aquí de pie sin hacer nada, que sepas que no tengo una mierda por lo que seguir viviendo más que por la gracia de Dios.

Después de este discurso, Tom muere. Pero no ha temido oponerse a la bestia. Ha obrado rectamente, con valentía, porque confía en Dios, porque tiene esperanza, porque sabe que el poder del mal es limitado, y que al final quien conduce la Historia hacia su consumación es Dios, y no el diablo y sus secuaces.


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