La tarde es sumamente agradable, y por segunda vez en la semana, salgo a pasear por el Retiro. El bello espacio cercado ofrece los típicos colores otoñales y el olor a humedad propia del follaje en estas fechas. Entrando por la Puerta de la Independencia, encamino mis pasos hacia el Estanque Grande, donde me detengo un tiempo indeterminado contemplando el monumento a Alfonso XII y me recreo asistiendo a una pelea de patos, que, indiferentes a la presencia de un nutrido número de curiosos, dirimen sus diferencias con alborotada y alegre porfía.
El parque está poblado de enmascarados, pero en ellos se perciben las ganas de vivir y de ser libres. Esta vez no me desvío hacia la izquierda para disfrutar de las vistas del Palacio de Cristal, sino que me dirijo por el Paseo de Cuba hacia la fuente del Ángel Caído, monumento que concita en torno suyo una expectación incesante. En ese punto, que parece más bien un campo magnético, me paro y hago una pausa. Y sobre el pedestal contemplo a Lucifer, el más importante de los ángeles caídos.
El personaje representado es una criatura universalmente conocida. Sus nombres confiesan su forma de ser y actuar. Es el Diablo, es decir, el que difama o acusa; y Satanás, esto es, el que divide y enfrenta. Se rebeló contra Dios y cayó en desgracia, de ahí el nombre de Lucifer, que denota el estado en el que ha caído, puesto que dicho nombre significa luz de la mañana. En este sentido, tras su derrota y expulsión de la Gloria, donde los bienaventurados gozan de la presencia de Dios, Lucifer pierde su brillo primitivo, como lo pierde el astro matutino.
Según algunos la estatua se inspira en unos versos de El paraíso perdido de Milton: «por su orgullo cae arrojado del cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas, y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ella el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia funesta y el odio más obstinado». Pero éste a su vez sólo pudo beber de las palabras de Cristo dedicadas al Ángel Caído, al que vio caer como un rayo del cielo (Lc. 10, 18).
Por tanto bien mirado, y de acuerdo con lo anterior, la famosa estatua del Ángel Caído muestra la derrota del mayor adversario de Dios, y no sugiere motivos para su culto o admiración. Sin embargo, plásticamente, la estatua de bronce fundido es admirable. Desde luego Ricardo Bellver, su autor, obsequia al espectador un grandioso espectáculo, dotando al ángel de una expresión angustiosa y de una gran belleza anatómica, ofreciéndose a la recreación de la vista y del entendimiento, que atrae poderosamente por la espectacularidad de la escena representada.
Pero dicha escena no ensalza la grandeza del Diablo, no muestra su victoria ni justifica su rebeldía. Muestra el hecho de su derrota. Así pues, abatido su orgullo y altivez, a Satanás sólo le queda vengarse. Contra quien puede, claro, siendo el objeto de su odio la raza humana, a la que difama, divide, enfrenta, humilla, degrada y separa de su Creador.
La terrible crisis espiritual que campea por doquier como un jinete apocalíptico indica la gran influencia que todavía ejerce Satanás en este mundo. En realidad, si se piensa detenidamente, se descubre que hoy la verdad se ha convertido en mentira oficial y la mentira en verdad incuestionable. Los ciegos imperan y a pesar de los gobiernos y las masas progresistas la humanidad no prospera; más bien languidece y revela síntomas preocupantes, llamando mal al bien y bien al mal. Un botón de muestra: matar a un niño en el vientre de su madre con espantosos útiles para después triturarlo y arrojarlo a un cubo de basura, se considera un derecho...
Cavilando sobre estas cosas, doy la espalda a Lucifer y camino hacia otra de las salidas del parque, la que tiene unas preciosas vistas al Casón del Buen Retiro. En seguida paso al lado de la institución oficial de la lengua española, donde los académicos tienen previsto reunirse poco después de mi paso por allí para hacer público, parece ser, un manifiesto contra la Ley Celaá y en favor del idioma español. No espero nada de ellos. Tibieza y cobardía, como mucho.
Sigo disfrutando de la ciudad y de mi paseo por ella. Voy a Casa del Libro, pero allí el libro que busco aún no ha llegado. En el fondo, las librerías son una babel donde cabe casi de todo. Pero ésa es otra cuestión. O no tanto, porque el Ángel Caído también promueve la confusión a través de los libros. Y sin embargo ya es una criatura vencida. Lo cual resulta esperanzador; sobre todo en estos tiempos en los que nuestros congéneres manifiestan una cordura asintomática, y se someten gregaria y dócilmente a las patrañas de sus dirigentes.
Qué maravillas tiene el Retiro! El estanque, el Palacio de Cristal, el Ángel Caído.. aunque esta es cultura la conocí mucho más tarde, creo que la gente no repara en ella. Fantástico comentario Luis!!
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