Los Estados Unidos de América nacen formalmente el 4 de julio de 1776, fundados en la creencia en un Dios creador, y en el respeto a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Han pasado desde entonces casi dos siglos y medio y la nación americana se ha convertido en la primera potencia mundial. Sin embargo, desde la Guerra de Secesión (1861-1865) el pueblo norteamericano jamás ha atravesado una crisis tan grave como que la que ahora atraviesa. En las recientes elecciones generales, celebradas el 3 de noviembre de 2020, el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha denunciado el escandaloso fraude plebiscitario perpetrado a favor del Partido Demócrata. Y ha recordado que «los votos legales deciden al presidente, no los medios de comunicación». Pero este hecho no parece importarle a casi nadie. No interesa la verdad, revele lo que revele. Porque la televisión es Dios, y es Ella quien decide qué es verdad y quién es el presidente.
Al respecto de este gran país, el 2 de abril de 1831 el pensador francés Alexis de Tocqueville fue enviado por su gobierno al continente americano para examinar de cerca al gran país useño. Permaneció allí casi un año. Al regresar, creyó oportuno plasmar sus impresiones y compartirlas con el público. Lo que entregó a las imprentas fue un clásico del pensamiento político, La democracia en América, publicado en dos partes o volúmenes, en los años 1835 y 1840, respectivamente. Creía, y acertaba sin duda, que algunos aspectos de su descripción podían tener un gran interés, incluso un interés de actualidad.
Pues bien, la obra, todo un compendio de sabiduría, es una profunda consideración del sistema democrático norteamericano, y por tanto una minuciosa reflexión acerca de la libertad, y de la ausencia de ésta, que es el despotismo.
En la cuarta parte del segundo volumen, que versa sobre la influencia que ejercen las ideas y los sentimientos democráticos sobre la sociedad política, Tocqueville concluye su obra advirtiendo sobre las amenazas que veía cernirse sobre toda sociedad democrática; como una especie de opresión ejercida sobre los pueblos democráticos que no se parecería en nada a ninguna otra tiranía precedente.
A continuación sigue el autor: «Si quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos podría producirse el despotismo en el mundo, veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte, es extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y amigos particulares forman para él toda la especie humana. [...] Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por sí solo de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se parecería al poder paterno si, como él, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril, pero, al contrario, no intenta más que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Quiere que los ciudadanos gocen con tal de que sólo piensen en gozar. Trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser su único agente y solo árbitro; se ocupa de su seguridad; prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, gobierna su industria, regula sus sucesiones, divide su herencia, ¿no puede quitarles por entero la dificultad de pensar y la pena de vivir?
[...] La igualdad ha preparado a los hombres a todas esas cosas, les ha dispuesto a sufrirlas y a menudo incluso a considerarlas beneficiosas.
[...] Tras haber tomado así uno a uno a cada ciudadano en sus poderosas manos y haberle modelado a su modo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie con un enjambre de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales las mentes más originales y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso para superar la multitud. No destruye las voluntades, sino que las ablanda, las doblega y las dirige. [...] Raramente fuerza a obrar, pero se opone constantemente a que se actúe. No destruye, pero impide hacer. No tiraniza, pero molesta, reprime, debilita, extingue, embrutece y reduce en fin cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno».
Por desgracia ésta es una amenaza muy cercana, muy real y muy concreta. Sea como fuere, el pueblo norteamericano se encuentra en una encrucijada y en un momento crítico. Se dirimen, ni más ni menos, los principios fundacionales de los Estados Unidos y la legitimidad de su Comandante en Jefe, mientras su decadencia y la de todo Occidente parecen prácticamente irreversibles. Y mientras el infinito número de los necios se congratula por el fraude, que nadie está dispuesto a reconocer, de Joe Biden y el Partido Demócrata. Lo cual produce, por cierto, verdadera vergüenza ajena.
Algunos dicen que Trump está hablando sin pruebas.
ResponderEliminarLos ciegos creen en lo que les cuentan; para ellos no existe evidencia válida.
EliminarEn última instancia, la Corte Suprema decidirá si esas sospechas tienen o no fundamento. No sería la primera vez que la prensa hace el ridículo. Y me temo que tampoco la última.
Por cierto, no conocía La democracia en América. Parece un título muy interesante y la cita que ha puesto realmente da miedo
ResponderEliminarEs un libro fundamental para conocer al pueblo norteamericano y su comunidad política. Da gusto leerlo.
Eliminar¿Y en su opinión cómo puede exponer Trump el fraude electoral? ¿Cree posible un estallido social?
ResponderEliminarPor medio de los jueces. La prensa está comprada y su desvergüenza es ya un verdadero crimen. De modo que le costará exponer los hechos al mundo entero, lo que no significa que no sean ciertos.
ResponderEliminarPor otro lado, un conflicto armado no es improbable. Cualquiera ve que Trump es un obstáculo para la consumación de la agenda globalista. Aunque reconozco que no entiendo por qué Trump no ha metido en la cárcel, como prometió, a Hillary Clinton, y de paso a Soros, Gates y compañía.
La situación actual de los Estados Unidos es muy grave. Y por supuesto, no es irrelevante quién dirija la gran nación americana, pues las repercusiones para el resto del mundo pueden ser catastróficas.
La cuestión de fondo es si el mundo se encamina hacia el despotismo democrático del que escribió Tocqueville, o hacia regímenes verdaderamente libres donde se conviva sanamente.
ResponderEliminarGracias, Luis. Por este inquietante post y por el resto de tus bellas entradas. Me encantan las de viajes. Conozco Sigüenza. Precioso pueblo. Te recomiendo Pedraza.
ResponderEliminarY ya que estamos, una pregunta. ¿Conoces algún otro libro
de historia para conocer la historia de los Estados Unidos?
Muchas gracias. Eres genial y debe ser un placer conocerte.
Muchas gracias por sus palabras, Candela.
Eliminar"Los césares del imperio americano" de Pedro Fernández Barbadillo. Es un libro muy reciente. Quedará satisfecha.
De Pedraza, finalmente, me han hablado muy bien. Y en cuanto sea posible me acercaré hasta allí para degustar su famoso cochinillo segoviano y sus medievales calles.