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sábado, 19 de diciembre de 2020

Cuento de Navidad para Le Barroux de Natalia Sanmartín Fenollera

Huelga decir que en las últimas décadas las tradiciones navideñas se han ido deshaciendo como un azucarillo en una taza de té caliente. Los antiguos villancicos, los dulces caseros, el árbol y el belén montados en familia, la asistencia a las misas de gozo y a la Misa del Gallo, y en definitiva el espíritu cristiano, todo, absolutamente todo lo bello, bueno y verdadero, está desapareciendo. 

Tampoco existe literatura católica de cierta entidad sobre la solemnidad en la que se conmemora el mayor acontecimiento de la historia universal: el nacimiento de Cristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro. Todo un Dios que se hizo hombre para ser conocido, honrado, amado y servido.

El relato más famoso y elogiado sobre las fiestas navideñas es Cuento de Navidad, de Charles Dickens. Sin embargo, hablando con propiedad y precisión, la conocida narración protagonizada por Ebenezer Scrooge no puede considerarse cristiana, a pesar de la metamorfosis obrada en el alma del mezquino personaje. Es un bonito cuento de fantasmas con una moraleja digna de aprecio. Nada más. 

En cambio, durante el Adviento de 2020 ha llegado a las librerías un cuentecito navideño que merece la pena considerar: Un cuento de Navidad para Le Barroux. Su autora es Natalia Sanmartín Fenollera, cuya ópera prima, El despertar de la señorita Prim, fue un éxito en varios países y nos conmovió por su clarividencia y sensibilidad.

Un cuento de Navidad para Le Barroux expone la historia de un niño que a los ocho años pierde a su madre y durante los tres años siguientes pide a Dios una señal. La intención del niño es saber si para los que tienen unido su corazón a Dios, morir es despertar, tal y como le decía su madre. De entrada, el cuento en cuestión no parece gran cosa, ni en apariencia cuenta nada de cierta gravedad. 

Sin embargo, en el cuento hay abundante materia que tratar. Por un lado, a pesar de que el niño pierde la esperanza de recibir una respuesta, no abandona sus peticiones. Esa obstinación es una de las cualidades requeridas para alcanzar el éxito en la oración, pues se ha de rezar con fe, perseverancia y humildad. Y en el momento justo, Dios responde y habla; a su manera, claro está. Por eso el niño no reconoce a Dios por medio de una señal concreta, sino a partir de una iluminación interior.

El punto de inflexión se encuentra al final del capítulo séptimo. En ese momento, el niño afronta la Nochebuena, víspera del nacimiento del Salvador, sin ninguna expectativa. Ya han pasado dos Navidades desde que murió su mamá, y Dios sigue sin explicarle si en realidad los cristianos, al morir, despiertan a una vida mejor. 

Entonces el chico cuenta cómo su abuela saca a los nietos al jardín para rezar todos juntos el Rosario ante una estatua de la Santísima Virgen María: «Hacía mucho frío y estaba muy oscuro porque las nubes ocultaban la luna y tapaban casi todas las estrellas. Al caminar hacia los avellanos, volví a pensar en la noche en que Abraham escuchó la voz de Dios en el desierto, y me pregunté qué habría sentido si hubiera mirado al cielo y lo hubiese visto como nosotros lo veíamos aquella tercera Navidad, tan oscuro y vacío de estrellas». Pero al final escampa en el cielo y en el corazón del muchacho, tras el rezo del Santo Rosario. Y el joven, sin saber de qué manera, acaba persuadido de la fe su madre; reconociendo en las estrellas, «que brillaban en el cielo, las mismas estrellas que vio Abraham, las mismas que Dios encerró la primera Navidad en la cueva».

Es muy interesante destacar la evolución que se produce en el joven protagonista a partir de la oración. Jesús dice que si fuera nuestra como un grano de mostaza, nada nos sería imposible (Mt 17, 20). Además, según se desprende del relato, parece que para la autora, tanto la oración como la Santísima Virgen son el último amparo que nos queda en un mundo transformado y a las puertas mismas del transhumanismo. Por eso el final del presente cuentecito es un aviso urgente, pues «van a dar las doce y el Señor nos espera en la misa del Gallo».

Y esa acogida o preparación a día de hoy sólo es posible, como insinúa la autora, refugiándose en la oración, la tradición de la Iglesia, las celebraciones litúrgicas y un hogar feliz donde reinen las sagradas costumbres de Jesús y María.

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