El cazador de las llanuras es el primer volumen que narra las hazañas de Old Shatterhand, un joven y fornido alemán, sumamente honrado y escrupuloso, que viaja a Estados Unidos, y, a pesar de haber encontrado empleo en la costa atlántica, se ve impulsado hacia el Oeste. La excusa para marchar hacia el Oeste, siguiendo la estela de los célebres westmen, es la construcción de una línea férrea que desde San Luis, y atravesando el territorio de los indios, Nuevo México, Arizona y California, concluye en el Pacífico. Así, el protagonista se incorpora a una cuadrilla de topógrafos encabezada por un ingeniero y, atraído por los cantos de sirena del salvaje Oeste, participa en la expedición en busca de aventuras.
Las proezas del hércules alemán se ligan unas con otras y su intensidad va in increscendo, desde la caza de bisontes y caballos salvajes, y el enfrentamiento inesperado con un grizzly u oso gris de las Montañas Rocosas, hasta el encuentro con los indígenas de Norteamérica, ancestrales dueños del territorio atravesado por la vía férrea que el protagonista y sus colegas están construyendo.
Por un lado, entre los miembros de la cuadrilla los hay rastreros y miserables, como el despreciable Rattler, un cobarde y ruin calumniador. La única aspiración de esta gentuza, que convierte el lejano Oeste en una tierra tenebrosa y sangrienta sometida a una legislación extraña, es enriquecerse a toda costa. En cambio, el protagonista ambiciona llevar a cabo acciones grandes y meritorias. Por otro lado, los indios poseen innumerables prejuicios hacia los hombres blancos que han ocupado sus territorios, pero demuestran un estricto sentido de la justicia. Virtud compartida con Shatterhand, que no concibe que ningún hombre digno pueda consentir la impunidad de un crimen.
Respecto al asunto que afecta directamente a los indios, que es la legitimidad de sus tierras, el narrador toma partido por éstos y pone en boca de sus representantes unos discursos magníficos. El primero en sentar cátedra es Kleki-Petra, una especie de misionero europeo sin hábitos que convive desde hace años con los pieles rojas y los instruye. Éste asienta el principio de que los hombres se miden por su espíritu y su corazón y no por su fuerza bruta. El protagonista queda conmovido por la causa del maestro, así como la de Inchu-Chuna (gran cacique de los mescaleros y jefe de todas las demás tribus apaches) y su hijo Winnetou, que conminan a la cuadrilla a abandonar sus trabajos y las tierras de sus ancestros y finalmente resuelven declararles la guerra.
Para Kleki-Petra es innegable que se comete un crimen contra la raza india al violar el hombre blanco sus praderas y aniquilar a los animales que les sirven de sustento, pero es consciente de que «el indio se defiende sin probabilidad de que le acompañe la fortuna; pues si vosotros os vais, mañana vendrán otros a continuar la obra empezada». Es decir, el maestro ve con claridad que la marcha del progreso y por tanto de la sociedad prometeica era ya imparable. La superioridad de la técnica, tan evidente en los siglos XIX y XX, queda aquí de manifiesto en una observación del héroe alemán, resumida en la siguiente sentencia: «Creo que no hay fiera alguna que resista al hombre armado». Lo cual ha quedado demostrado y prueba el dominio del hombre sobre el reino animal, así como sus desmanes, y la superioridad de unos pueblos sobre otros, basada precisamente en la técnica.
Pero ni es esta novela de aventuras un canto supremacista que justifique los abusos y atropellos de los europeos en suelo americano, ni una catilinaria propia del victimismo antiracista tan extendido, subvencionado y combativo contra el hombre blanco. Nada de eso. El cazador de las llanuras, o de la pradera, es una novela humanitaria protagonizada por un hombre de cuerpo entero. Old Shatterhand se asemeja a Miguel Strogoff por ser dechado y molde de virtudes. Sobre todo es un hombre cabal y completo, y perfectamente religioso. Sobre esto último, nuestro personaje considera por ejemplo que la vida es la verdadera universidad, y que es ante todo una asignatura que aprobar ante la Providencia. Respeta el domingo, día del Señor, «en que todo buen cristiano, aun en la soledad de la selva o del desierto, debe recogerse y dedicarse a sus deberes religiosos». Le indignan los crímenes sin castigo y se inclina hacia la causa de los más débiles, que en este caso concreto, además, solo reclaman unos derechos que en justicia les corresponden. Y sabe, en definitiva, que «Dios es todo amor y misericordia y la santa ira que le hacen sentir los hombres se calma ante el verdadero arrepentimiento».
En fin, la serie de Winnetou ha sido rescatada recientemente en español por la editorial Espuela de Plata, con un aspecto muy agradable pero algunas erratas. También ha sacado historias sueltas Reino de Cordelia, con mejor presentación y hechuras. En cualquier caso, la historia de Old Shatterhand en el salvaje Oeste, desarrollada a lo largo varios volúmenes, es fuente de deleites y merece la más efusiva de mis recomendaciones.
Hace muchos años que esperaba que alguien hiciese un comentario así, empecé a leer esas novelas hace muchos años pero ahora poca gente las valora... Totalmente de acuerdo con la reseña
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarEfectivamente, las novelas de Karl May han caído en el olvido en España. Sin embargo, son novelas muy jugosas y saludables, y están bastante bien escritas.