Los horrores vividos en el siglo XX, materializados en terribles genocidios y devastadoras guerras, no tienen parangón en la historia y constituyen el colmo de la locura y del odio entre individuos de una misma especie. La Santísima Virgen María, por medio de tres pastorcitos portugueses, advirtió de las catástrofes que se avecinaban, si la humanidad seguía empeñada en prescindir de su Hijo. Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial, los países vencedores, y con ellos los pueblos arrastrados por sus gobernantes, se han negado reiteradamente a que Dios reine sobre ellos, construyendo un orden ajeno a los principios de la ley divina y natural. Paradójicamente, a raíz del Concilio Vaticano II, celebrado durante la segunda mitad del siglo XX, la Iglesia, salvando las apariencias, claudicó frente a los poderes mundiales y en consecuencia el mensaje evangélico y las enseñanzas de la Iglesia se vieron profundamente alteradas. El proceso de semejante transmutación obrado antes, durante y después del Concilio, es explicado magníficamente por el prestigioso historiador italiano Roberto de Mattei en este libro, que a mi juicio supone una lectura inexcusable para comprender la grave situación que atraviesan actualmente la Iglesia y el mundo.
En Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Roberto de Mattei expone minuciosamente y con abundante documentación, a lo largo de 519 páginas —sustanciadas en una introducción y siete capítulos—, las vicisitudes del último concilio ecuménico celebrado por la Iglesia Católica.
Las conclusiones, definitivas y preocupantes, se ofrecen oportunamente durante la exposición de los hechos, y no al final del libro. De dicha investigación resulta evidente que si desde el principio existieron al menos dos interpretaciones o hermenéuticas de los textos conciliares es porque éstos presentaban cierta ambigüedad o ambivalencia. En consecuencia, no tiene sentido seguir insistiendo en que los textos han sido interpretados erróneamente, puesto que admiten efectivamente duda o equivocación.
Más allá de esto, Roberto de Mattei pone de manifiesto en su investigación que una minoría de padres conciliares impusieron una serie de reformas modernistas, como la bendición del método histórico-crítico, y la de movimientos disolventes, tales como el movimiento bíblico, el litúrgico, el filosófico-teológico y el ecuménico. A fin de cuentas, tras el concilio, si la norma suprema para establecer el sentido de la Sagrada Escritura seguía siendo el Magisterio de la Iglesia, el Magisterio anterior al concilio fue desechado casi en su totalidad y la verdad católica dejó de exponerse con precisión y en su integridad, como si la nueva Iglesia, complaciente y servil con los nuevos poderes mundiales, se avergonzara de su fundador y de su identidad.
En fin, uno de los célebres participantes del concilio, el Padre Henri de Lubac, denunció el uso y el abuso de los principales documentos conciliares en estos términos:
En definitiva, hoy por hoy se pueden observar que los frutos del Concilio Vaticano II son una jerarquía sumisa y entregada a las autoridades seculares que ya no conserva la tradición. Un presbiterado incapaz de levantar la voz y de desobedecer a los regímenes ilegítimos que afligen a las naciones. Un episcopado sin espíritu crítico ni grandeza de ánimo. Postrados todos ante la ONU y las asociaciones secretas que la dirigen, infiltradas hasta el tuétano en la misma cúspide de la Iglesia, que prácticamente ha apostado de la fe auténtica. Y, naturalmente, de aquellos polvos vienen estos lodos. Con Francisco y el resto de la jerarquía «católica» despreciando la cura de almas, pero desvelados por el cambio climático y los objetivos de desarrollo sostenible de la agenda masónica 2030.
En fin, a pesar de que este libro de Robeto de Mattei es excelente y su difusión sumamente necesaria, creo que el autor no se atreve a enunciar las conclusiones últimas que se derivan lógicamente de la exposición de su trabajo. La primera es que Francisco, dominado por un exceso de palabras vanas y ociosas, no sirve a Cristo sino a poderes mundanos relacionados con el Anticristo. Y la segunda, que la Iglesia salida del Concilio Vaticano II ha profanado el depósito de la fe, que es la obligación sagrada de custodiar la doctrina cristiana, así como de anunciarla y exponerla a todos los pueblos, puesto que el celo supremo de la Iglesia es la salvación de las almas. En definitiva, si se atendiera a los frutos, a las obras propiamente dichas, y no al exceso de palabrería, veríamos que la Iglesia ha condescendido con el espíritu mundano del príncipe de las sombras, a pesar de que la Iglesia verdadera, como el reino de Cristo, estando en el mundo, no es de este mundo.
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