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viernes, 1 de julio de 2011

La Eneida de Virgilio

Las cimas de la literatura universal están escritas con letras de oro. En su excelso poema épico, la Eneida, el escritor latino Virgilio cantó una de las más bellas alabanzas a la inmortal Roma que se hayan escrito nunca. Nos encontramos ante uno de los textos más hermosos e importantes del mundo antiguo. Éste, además de ser una de las aventuras épicas más importantes jamás contadas, contiene infinidad de detalles impagables que sólo pueden concebirse cabalmente a partir del ejercicio literario. Así pues, la terrible carga que ha de soportar el héroe, el desarraigo de la patria, la pérdida de los seres queridos, el amor, los celos, la amistad, la religión, la lealtad, la lucha de todo hombre... y la belleza literaria de los hexámetros virgilianos, convierten la lectura de la Eneida en un placer supremo. 


    Publio Virgilio Marón (70-19 a. C.) nació en una aldea cerca de Mantua. La tradición afirma un origen humilde, pues su padre no pasaría de ser un campesino o un alfarero; posiblemente se trataba de un terrateniente lo suficientemente rico (eques) como para garantizar a su hijo una educación adecuada con la que abrirse camino en Roma. Virgilio vivió en una época fascinante que vio el final de un mundo (la República romana) y el nacimiento de otro nuevo (el Imperio), llegado con la batalla de Accio del año 30 a. C., en la que Antonio fue derrotado por Octavio. De esta manera, Octavio se convirtió en el primer emperador romano, fue proclamado César Augusto y comenzó un plan de reformas que extendió la Pax Romana a todos los rincones del Imperio. Para esta magna obra de reconstrucción nacional —«la restauración de la República»— contó con su amigo Mecenas, quien se encargaría de buscar un hombre de letras que ensalzara la victoria del César y que fabricara la gran obra nacional. Se trataba, en última instancia, de una campaña de propaganda política para ensalzar las gestas del divino Octavio. Virgilio aceptó la exigente tarea y construyó para la posteridad uno de los poemas épicos más grandes de la literatura universal, situado por muchos a la misma altura que la Iliada del irrepetible Homero.

   La Eneida es un poema épico compuesto en hexámetros, unos versos que Virgilio domina de manera extraordinaria y que le permiten expresar un carácter de solemnidad al poema sin precedentes. La obra, que se estructura en doce libros, se puede dividir temáticamente en dos partes: en la primera parte, que correspondería a los seis primeros libros, se puede hablar de un argumento odiseico, porque se trata de la salida de Troya del héroe Eneas —que da nombre al poema— hasta llegar al Lacio (Italia) y las aventuras que vive en el tormentoso viaje; la segunda parte, a la que pertenecen los seis últimos libros, se centra en las conquistas de Italia por parte de Eneas, por lo que se trata de un asunto iliádico. Aquí se puede ver cómo Virgilio se inspira, no sólo en los primitivos poetas épicos romanos, sino sobre todo en la cultura helenística que tanto admiraba y, fundamentalmente, en Homero.

    A pesar de que la métrica de Virgilio es exigente, poco a poco nos va embriagando la fragancia que desprende la melodía de sus versos. Y es que la Eneida es un poema épico simbólico de una belleza terrible. Estas dos realidades se ponen de manifiesto en el famoso libro IV, el libro de los amores de Eneas y Dido, cuando la desgraciada reina de Cartago, exhausta de amor por el héroe troyano, decide quitarse la vida tras su marcha:

«Entonces Juno todopoderosa, apiada de un dolor tan largo y de una muerte difícil a Iris envió desde el Olimpo a quebrar un alma luchadora y sus atados miembros. Que, como no reclamaba por su sino ni por la muerte se marchaba la desgraciada antes de hora y presa de repentina locura, aún no le había cortado Prosérpina el rubio cabello de su cabeza, ni la había encomendado al Orco Estigio. Iris por eso con sus alas de azafrán cubiertas de rocío vuela por los cielos arrastrando contra el sol mil colores diversos y se detuvo sobre su cabeza. “Esta ofrenda a Dite recojo como se me ordena y te libero de este cuerpo.” Esto dice y corta un mechón con la diestra: al tiempo todo calor desaparece, y en los vientos se perdió su vida».[1]
 
    Así pues, la profundidad temática es tan amplia y abre tantos caminos para la reflexión, mientras es acompañada por Virgilio con fragmentos tan bellos como el anterior, que la Eneida se convierte en un supremo placer para el lector. Pero como la obra fue en origen una conmemoración de la victoria de Octavio, Virgilio, a partir de una genialidad, enlazó los orígenes de Roma con Troya, que a través de los descendientes de Eneas y de su hijo Ascanio —Julo— fundarán lo que el propio Zeus llama un «imperio sin fin»[2].

¿Un héroe demasiado frío?

   Antes de describir brevemente el argumento de la Eneida, conviene decir unas palabras del carácter del héroe principal, Eneas. Mucho se ha escrito acerca de la frialdad de Eneas que, deshumanizado por Virgilio, parece más un monumento de mármol admirable que un verdadero hombre. No en vano Eneas sufre innumerables tormentos desde que abandona su ciudad en llamas y parte hacia un destino incierto. Por eso puede resultar llamativa la frialdad aparente del héroe. Que solo es aparente, pues la procesión la lleva por dentro.

   Eneas es un personaje solemne que soporta un peso imposible de llevar para cualquier simple mortal y que, pese a todo, continúa su tarea anteponiendo el éxito de la misión a sus propios deseos. Por eso es un héroe, un héroe en términos clásicos. En primer lugar, no hay que olvidar que el propio Virgilio lo llama en abundantes ocasiones, «piadoso».

    En segundo lugar, no hay que pasar por alto que en los primeros libros, Eneas —hasta que recibe la visita de Mercurio, enviado por Zeus, y se convence de que su tarea es un deber impuesto por los dioses— sufre terriblemente por los que le rodean y por su propio destino. Y existen abundantes pasajes que prueban esto:

    Poco después de llegar a las playas de Libia, Eneas anima a sus compañeros a reponer fuerzas con los 7 ciervos que ha cazado y a recobrar esperanzas para continuar posteriormente el viaje. «Así dice, y aunque graves cuitas lo afligen, simula esperanza en su rostro, guardando en su pecho una pena profunda»[3].

    En mi opinión, el hecho fundamental que contradice la insensibilidad de Eneas, y que nos puede arrojar luz para comprender hasta qué punto sufrió al dejar atrás su ciudad incendiada y ocupada por los aqueos, se produce cuando en la huida de Troya pierde a su mujer Creúsa. Relatado por Eneas a la reina Dido, ante la corte de Cartago, en el segundo libro, escuchamos con emoción sus palabras:

«Y ya estaba cerca de la puerta y parecía todo el camino haber salvado cuando de repente el sonido repetido de unos pasos llega hasta mis oídos, y mi padre mirando entre las sombras: “Hijo —exclama—, huye, hijo mío, se acercan. Puedo ver sus ardientes y sus brillantes bronces.” En ese momento no sé qué numen nada favorable se apoderó de mi confundida y asustada razón. Pues mientras sigo corriendo caminos apartados tras salir de las calles conocidas, pobre de mí, Creúsa mi esposa quedó atrás, no sé si por el hado o si se equivocó de camino o si cansada se sentó. Nunca después volvieron a verla mis ojos. (…) ¿A quién no acusé, enloquecido, de dioses y hombres, o qué vi más cruel en la ruina de mi ciudad? Encomiendo a los compañeros a Ascanio y a mi padre Anquises y a los Penates teucros y los escondo en un oculto valle, y yo me vuelvo a la ciudad y ciño de nuevo mis armas brillantes. Decidido está: Volveré a pasar todos los riesgos y a recorrer toda Troya de nuevo y de nuevo a lanzar mi vida a los peligros. Recorro primero los muros y los oscuros umbrales de la puerta por la que había salido y vuelvo sobre mis pasos buscando en la noche con mis ojos las huellas que dejamos; el horror se apodera de mi pecho y hasta el propio silencio me asusta»[4].

    Si este pasaje no demuestra claramente que Eneas no es impasible, no hay otro mejor. A la mezcla de miedo y desesperación que siente por haber perdido a su mujer en la huida y por poner en peligro su propia vida, realizando un gesto heroico, se une el dolor que siente por sus hermanos troyanos que han muerto en la ciudad.

    A continuación, sin embargo, se produce un hecho que nos conduce al tercer punto por el que reconocemos en Eneas a un auténtico héroe: el asfixiante universo en el que vive, impregnado de fatalismo divino, en el que unos dioses caprichosos capaces de sentir emociones humanas y que lo controlan todo, no deja lugar para la libertad de elección. Eneas es, de esta manera, un hombre obligado por las circunstancias que no puede rebelarse a su propio destino. Y así se lo transmite su esposa que aparece ante él bajo la apariencia de un espíritu:

«¿Por qué te empeñas en entregarte a un dolor insano, oh dulce esposo mío? No ocurren estas cosas sin que medie la voluntad divina; ni te ha sido dado el llevar a Creúsa contigo, ni así lo consiente el que reina en el Olimpo soberano»[5].

   Espantado ante la aparición de su esposa, Eneas emprende el viaje partido del dolor pero con la fortaleza suficiente para guiar a los troyanos hacia las tierras del Lacio. Y continúa atormentado durante el viaje hasta que en Cartago Zeus tiene que enviar a Mercurio para recordarle a Eneas que no puede hacerse ilusiones de prosperar en esa tierra porque su destino es otro. Este es el punto de inflexión en el comportamiento de Eneas, cuando el héroe comprende verdaderamente que no tiene elección y que es arrastrado por un sentimiento del deber mucho más fuerte que su propia voluntad:

«(Mercurio) ¿Tú te dedicas ahora a plantar los cimientos de la alta Cartago y complaciente con tu esposa construyes una hermosa ciudad? ¡Olvidas, ay, tu reino y tus propios deberes! El propio rey de los dioses desde el Olimpo luminoso me envía, el que el cielo y tierra gobierna con su numen; él mismo me ordena traerte estar órdenes por las rápidas auras: “¿qué tramas o con qué esperanza gastas tu tiempo en las tierras libias? Si no consigue moverte la gloria de futuro tan grande, mira cómo crece Ascanio y respeta las esperanzas de tu heredero Julo, a quien se deben el reino de Italia y la tierra romana»[6].

    Después de la revelación divina, Eneas se convence de que no tiene elección y de que debe partir hacia Italia, pues su misión de fundar un pueblo elegido es más importante que su vida. En buena medida, Eneas acepta este fatalismo y determina concluir su tarea dejando atrás a muchas personas, contra su voluntad y con el alma herida. La voluntad del personaje está condicionada, no tiene libertad de acción, y aunque en su interior hemos visto que trata de rebelarse, los dioses dirigen el universo de tal manera que sólo puede obedecer. Y pese a todo, carga con un peso insoportable erigiéndose como el gran héroe clásico (trágico).

Argumento

    Tras una breve introducción en la que Virgilio anuncia el tema de la Eneida, empieza el relato. Después de partir de las costas de Troya, Eneas, príncipe troyano, lidera a su pueblo que huye de su patria después de la destrucción de la ciudad por los aqueos. Al poco de partir, Juno, la esposa de Zeus, que odia al pueblo troyano desde el desplante de Paris ocurrido en el juicio en el que tenía que determinar cuál era la diosa más bella del Olimpo, envía a los vientos a que azoten las naves. Pero el mar embravecido alerta a Neptuno, señor de los mares, y detiene la tormenta. Las naves llegan felizmente a las playas libias después de haber perdido a muchos hombres. Allí, la reina Dido pide a Eneas que le cuente cómo fueros los sangrientos días finales de Troya y cómo éste llegó finalmente allí junto a su padre Anquises, su hijo Ascanio y otros hombres y mujeres de su pueblo.

   Entonces Eneas relata cómo llegaron en primer lugar a las costas de Tracia donde pensaron fundar una ciudad; sin embargo, la aparición de Polidoro, un hijo del rey Príamo que había muerto en esa misma playa, los disuadió de su propósito. De vuelta a la mar, Eneas y los suyos pasaron por las islas Estrófades, el reino de las Arpías, la isla de los Cíclopes y atravesaron Escila y Caribdis hasta arribar a tierra libia.

    Después del relato de Eneas, Dido, conmovida, ofrece su hospitalidad a los troyanos que permanecen un tiempo en Cartago. En ese tiempo un amor irresistible enciende a Dido, que prendada del príncipe troyano intentará hacerlo suyo. Un ardid de Venus, la madre de Eneas, ha sido la responsable de tal amor, pues teme que Juno pueda dañar a su hijo, y como Cartago es un pueblo protegido por la esposa de Zeus cree haber evitado la ira de ésta contra su hijo. No obstante, el padre de los dioses tiene otros propósitos y Eneas debe llegar al Lacio, conquistarlo y fundar una ciudad; sus sucesores entre los que se encontrarían Rómulo y Remo, como sabemos, crearían Roma. Así pues, Mercurio transmite los deseos de Zeus a Eneas, quien sorprendido por la aparición del dios pone rumbo al horizonte con sus barcos dejando atrás a una desdichada Dido que se suicida en una pira mientras las naves parten al amanecer. Es una de las imágenes más bellas e impactantes de la Eneida.

    Eneas, que no conoce la suerte de la reina, prosigue su viaje hacia Italia. Una fuerte tempestad los obliga a desembarcar en Sicilia donde es recibido por el rey Acestes, el cual los acoge con los brazos abiertos y  además de ofrecer una serie de sacrificios organiza unos juegos para honrar a los espíritus de Anquises. Antes de partir, las mujeres troyanas, cansadas por el exigente viaje deciden incendiar las naves. Así pues, Eneas, toma una decisión que pone de manifiesto una vez más su verdadero sufrimiento y, a partir de un consejo de su padre que se le aparece como una sombra, decide dejar en tierra a mujeres y ancianos y continuar el viaje con los más jóvenes.

   Eneas arriba a Cumas y acompañado por la Sibila desciende al infierno para encontrarse con su padre. Éste le muestra a su futura esposa, Lavinia, y al hijo que le dará ésta. El niño, Silvius, será rey de Alba y el primero de los reyes latinos, entre los que se encontrarán los hermanos que fundarán Roma. Una ciudad forjada por hombres que dominarán el mundo. Después de semejante anuncio, Eneas se despide de su padre y sale junto a la Sibila por la puerta de marfil. Eneas, y este es un acontecimiento extraordinario que indica la categoría que intentó proporcionar a su héroe Virgilio, es uno de los pocos hombres que ha tenido el privilegio de bajar al infierno y salir de él, como Orfeo o Hércules.

    Una vez en Italia, Eneas se establecerá cerca de la desembocadura del Tíber y desde allí una embajada lo pondrá en contacto con el rey de esas tierras, Latino. Con el anciano Eneas establecerá una sincera amistad, pero el objeto de discordia será su hija Lavinia, que es la prometida de Turno, rey de los rútulos. Los celos de este último iniciarán una despiadada guerra que arrastrará a todos los reyes del Lacio. Con la conflagración de fondo Eneas establecerá una alianza con Evandro y su hijo Palante, veremos a un crecido Ascanio, a la amazona Camila… Al final, la cruel contienda, en la que morirán muchos valientes guerreros, se decide con un enfrentamiento entre Turno y Eneas. El héroe de Virgilio dará muerte a su rival engalanado con la armadura que su madre Venus le había proporcionado, forjada por el mismísimo dios Vulcano. Como estaba acordado, Eneas desposa a Lavinia y funda una nueva ciudad. El ciclo se completa, las desdichas del héroe se han terminado y llegan sus días de descanso y gloria y se cumple finalmente la voluntad de los dioses.




[1] IV, 693-705.
[2] I, 279.
[3] I, 208-209.
[4] II, 730 y ss.
[5] II, 776-779.
[6] IV, 265-275.

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho la cultura clásica. Y este es un buenísimo comentario sobre la Eneida. Parece una introducción crítica a la obra. ¡Pedazo de entrada!

    ¿Para cuando más entradas del mundo clásico? La Iliada por ejemplo.

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    1. Irene, gracias.

      Por ahora no voy a tocar en La Cueva el mundo clásico, pero quizá con la Iliada haga una excepción. Me apetece mucho volver a leerla; la verdad es que a veces releo capítulos sueltos.

      Quiero aplazar los clásicos grecolatinos porque tengo en mente una futura novela en la que el trasfondo sería precisamente la mitología. Pero ya veremos. Quizá comente algunas obras grecolatinas antes...

      Me alegro de que te guste la cultura clásica, y este comentario de la Eneída.

      Gracias.

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