Páginas

jueves, 22 de septiembre de 2011

La rebelión de las masas de Ortega y Gasset

La rebelión de las masas es uno de los libros de pensamiento españoles más importantes del pasado siglo XX. Su autor, don José Ortega y Gasset (1883-1955), escribió entre 1929 y 1930 quince artículos que formarían el cuerpo de la obra, y en años posteriores añadió un prólogo, un epílogo y diversas correcciones. En buena medida es un libro vivo y, por tanto, vigente que nos interpela a descubrir si en el fondo hay una inquietante verdad en su diagnóstico. Y es que lo que Ortega percibió, con valor profético en algunos casos, es que el tiempo en el que vivía había visto a las masas rebelarse contra su destino, que no era otro que ser gobernadas por minorías excelentes. Este hecho, como imaginamos, traería consecuencias desastrosas para todo Occidente.

     Europa está en el centro de las reflexiones de Ortega. En ese espacio histórico común que convivía a partir de las diferencias de sus naciones, se ha roto el equilibrio al confundir la sociedad con la asociación, derivando en el triunfo del hombre-masa que homogeniza la vida. Por eso habla de la asfixiante monotonía de la vida contemporánea. Pero ¿qué es el hombre masa? 

«Es el hombre previamente vaciado de su propia historia (…) en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones (…) vacío de destino propio, como no siente que existe sobre el planeta para hacer algo determinado e incanjeable, es incapaz de entender que hay misiones particulares y especiales mensajes. Por esta razón es hostil al liberalismo, con una hostilidad que se parece a la del sordo hacia la palabra. La libertad ha significado siempre en Europa franquía para ser el que auténticamente somos. Se comprende que aspire a prescindir de ella quien sabe que no tiene auténtico quehacer»[1].

    El liberalismo recorre la trayectoria de Ortega y Gasset hasta el punto de llegar a conclusiones tan interesantes como que la sociedad no se divide en clases sociales —como nos dijera el marxismo— sino en clases de hombres: masas por un lado, minorías excelentes por otro. Por ejemplo, la distinción más radical que puede hacerse en este sentido es en cuanto a dos clases de criaturas:

«Las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva»[2].

     Pero ahora, dice el filósofo, la masa ocupa el primer plano de los asuntos públicos, estúpidamente, puesto que las actividades especiales deben ejercerlas las minorías cualificadas. Esto, que no se está produciendo, conduce a la hiperdemocracia: la imposición de los gustos y opiniones del hombre-masa. Y esta rebelión de las muchedumbres que tiene su origen en el siglo XIX, extendiendo la vulgaridad, es lo que lleva a Ortega a dar un paso más y decir que el Estado, pese a ser «el producto más visible y notorio de la civilización»[3], en manos de estos necios, es el mayor peligro (XIII), por su excesiva burocracia y estatismo, interviniendo hasta asfixiar los destinos humanos.

     Otra de las características de nuestro tiempo (IV) es la presunción de ser más que cualquier pasado. De esta manera, asegura Ortega, rechazamos el criterio para medir la propia decadencia (plenitud vital) y, así, no tenemos ideales que admirar ni estímulos para crear. Pues aunque el pasado no nos pueda decir qué es lo que podemos hacer, sí, al menos, lo qué podemos evitar. Ortega admite en este capítulo que el mundo ha crecido y con él la vida. Pero no sólo ha crecido en el siglo XIX de forma increíble demográficamente sino que las potencialidades del hombre también lo han hecho. En este sentido, la vida consiste en vivir las posibilidades, es decir, ser conscientes de lo que nos es posible. Por lo tanto, el mundo es el repertorio de nuestras posibilidades vitales, que son ni más ni menos que las circunstancias que no podemos eludir. De ahí que diga Ortega:

«Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se compone la vida. La circunstancia —las posibilidades— es lo que de nuestra vida nos es dado e impuesto»[4].

     En el capítulo VI de La rebelión de las masas, Ortega profundiza en las cuestiones: ¿cómo es el hombre-masa?, y, ¿cómo se ha producido? No nos detendremos demasiado. El filósofo español encuentra en el siglo XIX un nuevo escenario, hecho posible por tres principios:

  1.   La democracia liberal, 
  2.   la experimentación científica y 
  3.   la industrialización. Y los dos últimos pueden resumirse en uno: la técnica.

     Pues bien, estos avances innegables en cuanto al bienestar de los individuos que consistieron en mayor facilidad material, seguridad económica, confort físico, orden público e igualdad legal, serían acogidos por el hombre-masa como una vida exenta de impedimentos. Pero el hombre vulgar olvida los esfuerzos que han hecho posible la vida que lleva, y esto conduce a Ortega a hablar de ingratitud del hombre-masa.

     Por esta razón, y para ir cerrando un comentario más inspirado —que sugiere la lectura y la reflexión de La rebelión de las masas para comprender la situación de Europa y España— que académico, concluyo citando las palabras de Ortega y Gasset, que nos advierte del peligro que entraña que el hombre-masa imponga sus gustos y opiniones. Porque:

«El hombre-masa carece de moral, que es siempre, sentimiento de sumisión a algo, conciencia de servicio y obligación (…) El hombre-masa está aún viviendo precisamente de lo que niega y otros construyeron o acumularon»[5].

FICHA

Título: La rebelión de las masas
Autor: Ortega y Gasset
Editorial: Editorial Tecnos
Otros: Madrid, 2008, 446 páginas
Precio: 16 €



[1] p. 87.
[2] p. 127.
[3] p. 262.
[4] p. 171.
[5] p. 349-350

No hay comentarios:

Publicar un comentario