Águila de Blasón (1907) es la más extensa de las tres comedias bárbaras de Ramón María del
Valle-Inclán. Ella es un episodio más de la vida de don Juan Manuel Montenegro, un hidalgo
gallego que gobierna su pazo como un tirano su reino. «Es uno de esos hidalgos
mujeriegos y despóticos, hospitalarios y violentos, que se conservan como
retratos antiguos en las villas silenciosas y muertas, las villas que evocan
con sus nombres feudales un herrumbroso son de armaduras». Si en Cara de plata se enfrentaba con el abad, en esta ocasión son sus hijos los que
sacan los pies del tiesto y se rebelan, aún veladamente, contra el patriarca.
COMEDIAS BÁRBARAS
I. Cara de plata
II. Águila de Blasón
III. Romance de lobos
FICHA
Título: Águila de blasón (Comedias bárbaras II)
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Editorial: Espasa-Calpe
Otros: 2013, 176 páginas
Los hijos, decíamos en la primera de las comedias bárbaras, son
vulgares criminales, una ralea grosera y blasfema que no conserva ninguna de
las virtudes que hacen de la figura altiva y despótica del padre un personaje
con cierta grandeza. Estos son unos viles miserables que no respetan a nadie,
ni aun a los de su propia sangre. Así los ve por ejemplo uno de los personajes
de la obra, Doña Rosita: «Son la deshonra de su sangre
esos bigardos. Sólo han heredado de su padre el despotismo, pero qué lejos
están de su nobleza. Don Juan Manuel lleva un rey
dentro».
Pues bien, después de un inicio socarrón y soberbio en una
parroquia, se produce un robo en la casa del caballero. En plena noche unos
desconocidos entran en casa de Montenegro y exigen una serie de bienes. Inmediatamente sabemos que los
responsables son sus propios hijos. Lo que indica la categoría inmoral de sus
vástagos.
Entre las vilezas de estos, este colosal urdidor de tramas que es Valle-Inclán, encontramos un episodio terrible. Después de amenazar a unos
criados del padre, y de exigirles la renta de un molino para ellos, uno de los
hijos, don Pedrito, se ensaña con Liberata, la pobre mujer que está a cargo del molino de su señor Montenegro. El siguiente pasaje es de los más duros de toda la obra e
incluso me atrevo a decir que segrega una oscuridad perversa:
«DON PEDRITO, sonriente y cruel, con una expresión que evoca el
recuerdo del viejo linajudo, azuza a sus alanos, que se arrojan sobre la
molinera y le desgarran a dentelladas el vestido, dejándola desnuda. LIBERATA, dando gritos, huye bajo el
emparrado, y su carne tiene un estremecimiento tentador entre los jirones de la
basquiña. Con los ojos extraviados se sube a un poyo para defenderse de los
canes, que se alzan de manos aulladores y saltantes, arregañados los dientes
feroces y albos. Hilos de roja sangre corren por las ágiles piernas, que
palpitan entre los jirones. Bajo la vida centenaria revive el encanto de las
epopeyas primitivas, que cantan la sangre, la violación y la fuerza. LIBERATA LA BLANCA suplica y llora. El primogénito siente
con un numen profético el alma de los viejos versos que oyeron los héroes en
las viejas lenguas, llegando a donde la molinera, le ciñe los brazos, la
derriba y la posee. Después de gozarla, la ata a un poyo de la parra con los jirones
que aún restan de la basquiña, y se aleja silbándole a los perros» (II, 4).
El propio don Juan Manuel es puesto al corriente del
suceso, y tan pronto conoce que han sido sus propios hijos los asaltantes de su
casa, reniega de ellos: «¡Todos desean mi muerte, y mis hijos los primeros!
Esos malvados que engendré para mi afrenta convertirán en una cueva de ladrones
esta casa de mis abuelos». Por eso no nos sorprende que cuando se presentan el
alguacil y el escribano en su casa para resolver el asunto del robo, don Juan Manuel haga la vista
gorda para ser él quien haga justicia con su propia mano. En el diálogo que
éste mantiene con las autoridades se desarrolla una de las conversaciones más
geniales que se pueden encontrar en Águila de Blasón:
EL ESCRIBANO: ¡Es lástima que no
quiera ayudar a la justicia!
EL CABALLERO: Yo me río de la justicia.
EL ESCRIBANO: La declaración de usted podría darnos mucha luz para el esclarecimiento del hecho de autos.
EL CABALLERO: Si yo supiese quiénes eran aquellos bandidos, no se lo contaría a usted para que se aplicase a llenar folios y más folios de papel sellado, Señor Malvido.
EL ESCRIBANO: ¿Y el castigo de los culpables?
EL CABALLERO: Yo se lo impondría por mi mano. ¿Sabe usted lo que hizo mi séptimo abuelo, el Marqués de Bradomín?
EL ESCRIBANO: No sé… Pero aquellos eran otros tiempos.
EL CABALLERO: Para mí son lo mismo éstos que aquéllos. El Marqués, mi abuelo, llevaba muchos años en pleito con los frailes dominicos, y un día, decidido a ponerle remate, armó a sus criados, entró a saco en el convento, mató a siete frailes que estaban en el coro, y sus cabezas las clavó sobre la puerta de esta casa. Yo, cuando oí esta historia a mi madre, que la contaba escandalizada, decidí transigir con parecidas razones todos los pleitos de mi casa. ¡Treinta y dos pleitos que teníamos!
EL ESCRIBANO: ¿Y en cuántas causas criminales no se vio envuelto?
EL CABALLERO: ¡Y cómo me he reído de ellas! Desde entonces me hice siempre justicia por mi mano, sin que el amigo me volviese ni el enemigo me acobardase. Esa otra justicia con escribanos, alguaciles y cárceles, no niego que sea una invención buena para las mujeres, para los niños y para los viejos que tienen temblonas las manos, pero Don Juan Manuel Montenegro todavía no necesita de ella.
EL CABALLERO: Yo me río de la justicia.
EL ESCRIBANO: La declaración de usted podría darnos mucha luz para el esclarecimiento del hecho de autos.
EL CABALLERO: Si yo supiese quiénes eran aquellos bandidos, no se lo contaría a usted para que se aplicase a llenar folios y más folios de papel sellado, Señor Malvido.
EL ESCRIBANO: ¿Y el castigo de los culpables?
EL CABALLERO: Yo se lo impondría por mi mano. ¿Sabe usted lo que hizo mi séptimo abuelo, el Marqués de Bradomín?
EL ESCRIBANO: No sé… Pero aquellos eran otros tiempos.
EL CABALLERO: Para mí son lo mismo éstos que aquéllos. El Marqués, mi abuelo, llevaba muchos años en pleito con los frailes dominicos, y un día, decidido a ponerle remate, armó a sus criados, entró a saco en el convento, mató a siete frailes que estaban en el coro, y sus cabezas las clavó sobre la puerta de esta casa. Yo, cuando oí esta historia a mi madre, que la contaba escandalizada, decidí transigir con parecidas razones todos los pleitos de mi casa. ¡Treinta y dos pleitos que teníamos!
EL ESCRIBANO: ¿Y en cuántas causas criminales no se vio envuelto?
EL CABALLERO: ¡Y cómo me he reído de ellas! Desde entonces me hice siempre justicia por mi mano, sin que el amigo me volviese ni el enemigo me acobardase. Esa otra justicia con escribanos, alguaciles y cárceles, no niego que sea una invención buena para las mujeres, para los niños y para los viejos que tienen temblonas las manos, pero Don Juan Manuel Montenegro todavía no necesita de ella.
No hay más que decir. La rusticidad y fiereza del protagonista,
capaz de enfrentarse con Dios y con el diablo al mismo tiempo, queda patente en
cada intervención suya. Por otro lado, Sabelita ya está condenada a su lado, y su mujer, doña María, que trata de conciliar los dos frentes, es despreciada por éste… Águila de blasón no es tan exquisita, ni mucho
menos, como Cara de plata, pero es la continuación de una
historia fascinante y salvaje que tiene como figura un titán de las letras como
el hidalgo Montenegro. Sin embargo, por el brillo de su
estilo y el virtuosismo de su prosa, Valle-Inclán no es actual, ni puede serlo.
Es un escritor exigente, selecto, que resultará plúmbeo a las generaciones que
disfrutan con Dan Brown o Cincuenta sombras de Grey y se han quedado anquilosados
en una literatura de playa que, al menos, a su manera, aprovechan al máximo.
COMEDIAS BÁRBARAS
I. Cara de plata
II. Águila de Blasón
III. Romance de lobos
FICHA
Título: Águila de blasón (Comedias bárbaras II)
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Editorial: Espasa-Calpe
Otros: 2013, 176 páginas
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