Cara de plata, la primera de las tres comedias bárbaras, aunque publicada en último lugar (1922), es la más perfecta de las obras protagonizadas por el épico don Juan Manuel Montenegro. En ella Valle-Inclán manifiesta toda su brillantez con el lenguaje, da esplendor a su pluma y forja una historia profundamente lírica, bella, mítica e incluso blasfema. Decimos que es la primera porque los hechos que narra son anteriores a los que acontecen en Águila de blasón (1907) y Romance de lobos (1908), aunque fuera compuesta la última. En el marco sórdido, escandaloso e impuro de una Galicia rural desnaturalizada se desarrolla esta expresionista trilogía, en la que destaca, colosal, la figura aristocrática de don Juan Manuel Montenegro, personaje épico y despótico al que nos vemos atraídos ya en sus primeros avatares. Un individuo que, pese a parecerse al diablo, resulta inolvidable.
Juan Manuel Montenegro es, sin ninguna duda, el personaje principal de las comedias bárbaras. Y esto se percibe incluso en esta obra, en la que a pesar de titularse con el nombre de su propio hijo, Cara de plata (por la belleza de su rostro), don Miguel es opacado en buena medida por la presencia dominante y magnética del padre. Así es presentado por Valle-Inclán en la primera intervención del personaje: «DON JUAN MANUEL MONTENEGRO, con la escopeta y el galgo, rufo y madrugador, aparece por el huerto de frutales y se detiene en la cancela. Es un hidalgo mujeriego y despótico, hospitalario y violento, rey suevo en su Pazo de Lantañón» (I, 2). Sin embargo, a pesar de ser una fiera, también posee cierta grandeza; no sólo es cruel y violento, puede ser justo en algunos momentos, también paternal y caritativo. En cambio sus hijos, que en Cara de plata apenas salen salvo don Miguelito, son una generación perversa que ya no conserva ninguna de las «virtudes» que hacían respetable y temido al padre. Son tan sólo una panda sin escrúpulos, un linaje de vulgares criminales, una calaña grosera y mezquina. En definitiva, es una progenie inmoral y sacrílega que coloca el broche a la última comedia enfrentándose a muerte a su propio padre.
Pero en esta primera historia aún queda lejos la desobediencia irreversible de los hijos, y el gran hidalgo parece un titán omnipotente, que siembra miedo y domina su pazo con puño de hierro. Todavía no hay quien ose hacerle frente. Pero será inevitable que habiendo criado cuervos, antes o después, terminen por sacarle los ojos. A pesar de ello en Cara de plata es rey y señor de su tierra y de su servidumbre, y todavía no le tose nadie. Por eso, con pasmo, le oímos decir en una de sus frases más célebres: «Tengo miedo de ser el diablo».
El argumento de Cara de plata es sencillo y sigue dos líneas que posteriormente se unen. Por un lado se enfrentan unos pastores con el caballero, enojados por la prohibición —debida a una antigua afrenta— de Montenegro de no dejar cruzar los ganados por Lantañón, como ha sido tradición hasta entonces. Y éstos están que trinan: «Si como dicen, hubo ya tiempos donde fueron quemadas las casas de torre, pudieran volver tales tiempos» (I, 1). Pero finalmente interviene el abad y este problema se disuelve, erigiéndose no obstante como principal inconveniente el enfrentamiento entre el hidalgo y el abad por la sobrina de éste, Sabelita, que es codiciada por el insaciable caballero. La joven también es pretendida por el hermoso Cara de plata, al que su padre pondrá en su sitio, y al que Sabelita le responde: «Si me quieres, quiéreme honesta»; pues los bellacos están determinados a no respetar la flor de la niña. Por encima de unas cosas y otras, es imposible no disfrutar del colosal enfrentamiento entre el abad y don Juan Manuel, enfrentados como dos fieras hambrientas por la posesión de una presa.
Finalmente, después de tres jornadas de avatares endulzados por la prosa agraciada de Valle-Inclán, sobresale una vez más victoriosa la cabeza del indomable patriarca. Montaraz y triunfal, Montenegro se erige como el héroe de esta historia, como una altiva torre que, sin remedio, tendrá que caer. En un segundo plano quedan personajes tan interesantes y divertidos como Fuso Negro, Pichona la Bisbisera o el propio Cara de plata. Pero en esta historia no hay lugar más que para un tirano, y ese es don Juan Manuel Montenegro. Pues el protagonismo es todo suyo, y «si Dios no lo quiere, lo querrá el diablo».
Dicho esto, mi predilección por Valle-Inclán es manifiesta. En él se aprecia un escritor auténtico, un gigante de las letras españolas, pero sobre todo un nigromante del lenguaje. Su prosa, fraguada a través de fórmulas alquimistas, es tan excelsa que el contenido de sus historias queda empañado. No hablo del conjunto de su obra, porque a veces el destello de su pluma esconde relatos pobres, incluso aburridos; pero tiene joyas como Cara de plata, que es un verdadero número de magia, vetado, precisamente por su exquisitez, a todos los públicos. De paladares bastos acostumbrados, por mil y una razones, a la falta de alta literatura.
COMEDIAS BÁRBARAS
I. Cara de plata
II. Águila de Blasón
III. Romance de lobos
FICHA
Título: Cara de plata (Comedias bárbaras I)
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Editorial: Espasa-Calpe
Otros: 1997, 160 páginas
COMEDIAS BÁRBARAS
I. Cara de plata
II. Águila de Blasón
III. Romance de lobos
FICHA
Título: Cara de plata (Comedias bárbaras I)
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Editorial: Espasa-Calpe
Otros: 1997, 160 páginas
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