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viernes, 6 de diciembre de 2013

En solitario de James Salter

James Salter (Nueva York, 10 de junio de 1925-) es uno de los más grandes escritores de la literatura norteamericana. Su vida es en sí misma —al menos según nos han contado— una novela fascinante. Viejo soldado de la guerra de Corea convertido en escritor ocasional, con fama de mujeriego y hombre de mundo, ha dado al arte de las letras algunas obras intemporales. No son sin embargo grandes obras maestras, pero en cambio sí que tienen todas ellas la huella única de un escritor que es capaz de imprimir en sus historias el sabor indeleble de cada uno de los amores humanos reflejados en sus personajes. 

En solitario no es el crepúsculo matrimonial que vemos en Años luz, o los desengaños de los relatos de La última noche, es la aventura de un hombre solitario que deja su antigua vida para vivir de acuerdo con su sueño, escalar las montañas más altas de Europa, y así sentirse, dejando atrás su mundana existencia, su trabajo de mierda y su aburrida vida, absolutamente libre. Normalmente se concibe al protagonista de esta novela como un héroe, porque sigue a todos los efectos un ideal que lo libera de las cadenas que nos atan a llevar un día a día infinitamente repetido, vulgar y vacío. Y en consecuencia lo deja todo, incluida una mujer con la que mantiene una relación de tipo moderno, que, a pesar de ser una simple aventura, deja en la chica sus correspondientes heridas.

No he confirmado la relación intelectual que pueda tener James Salter con Ayn Rand, la conocidísima autora de El manantial (comentado en La Cueva) o La rebelión de Atlas, pero estoy seguro de que Salter era un entusiasta de las ideas de esta escritora nacida en Rusia y luego emigrada a los USA. Seguramente Salter asume en gran parte las ideas de la autora del objetivismo filosófico. Lo creo en primer lugar porque el protagonista de En solitario se apellida precisamente como ella. Su nombre es Vernon Rand. Y además porque guarda un parecido asombroso, sobre todo en su forma de ver la vida y de obrar según ésta, con el héroe de El manantial, Howard Roark. Ambos son individuos resueltos a alcanzar su sueño, sacrificando a cuantos se crucen en su camino. No digo pisoteándolos, pero sí abandonándolos cuando son un lastre. Por eso rechazo que Howard Roark, o en este caso Vernon Rand, sean héroes estrictamente hablando. Lo único que hacen es prescindir de todo, aprovechar cuanto está a su alcance y tirar hacia adelante persiguiendo quimeras. No hay nada de heroico en esto. No lo veo. Todo se reduce a una simple superación personal. Pero una superación que en realidad no conduce a nada más que a la satisfacción personal que se alcanza al lograr otra clase de objetivos mundanos para evitar sentirse un fracasado entre otros fracasados. Para darle un barniz más filosófico a las palabras anteriores: Nada de lo que hace ninguno de los dos personajes trasciende. No obstante, me parece que la libertad real, o lo que cada cual entiende por ésta, es algo más complejo. Porque nadie está del todo a gusto en un mundo tan real y cercano como el que describe Salter:

«Por las ventanas se veían las casas vecinas con las persianas siempre bajadas, como si dentro hubiera una enfermedad. Y había una enfermedad, de vidas gastadas».

Lo que atrae de ambos individuos, sin embargo, es esa audacia de cambiar su vida corriente y amargada. Las acciones de Vernon Rand en esta obra son atractivas para el lector porque le gusta verse reflejado en este tipo de personajes que tienen valor suficiente para salirse de sus vulgares vidas, incluso a cualquier precio. No obstante, resulta que ese precio es lo que muy pocos están dispuestos a pagar. Y yo en parte lo comprendo, y en parte no. Seguir los pasos de Vernon Rand, escalando los picos de los Alpes, o las pretenciosas ambiciones del arquitecto Howard Roark en El Manantial, es una aventura de locos que deja unas secuelas en la propia alma y en las personas que acaban aparcadas en las orillas de los caminos por los que ellos han transitado. Ahora bien, el sacrificio, de haberlo, es la propia vida a cambio de instantes puros de libertad, que también se consiguen por otros medios siendo un borrego más del sistema creado. Pues soñar demasiado tiene el riesgo de perder la relación con la realidad, y el mismo Salter dijo por boca de uno de sus personajes que «la felicidad consiste en tener lo mismo todo el tiempo». Y yo creo que, al contrario de lo que enseña el ambiente actual (novedades, caprichos, impaciencia, desenfreno, egoísmo…), esas palabras encierran una sabiduría impagable. La aparente desgracia de todo esto es que actualmente cuando muchas personas se dan cuenta de esto, las pocas que en realidad lo hacen, abren los ojos cuando han perdido trenes que no volverán. Pues el personaje citado se pronuncia de esta manera en el último relato de La última noche, precisamente cuando cobra conciencia de que ya ha pasado la oportunidad de amar a la mujer con la que estaba. Sin embargo, decía aparente desgracia porque nada es definitivo, y siempre se puede reconquistar lo que estaba perdido, lo que ocurre es que la ficción se rige por una serie de leyes propias en las que manda, y no poco, la tragedia. 

Y precisamente por guiarnos por las reglas de la ficción novelesca, vivimos confundidos en un mundo que, a nivel sentimental, bien puede considerarse un reino de confusión y caos.

Al margen de todo esto, el universo más sugestivo en las obras de Salter es el de las mujeres. Todas ellas vivas y reales, aunque resignadas a hombres prometéicos y ariscos. Hasta el punto de llegar a decir de ellas que «las mujeres parecen una cosa cuando no se las conoce y otra cuando se las conoce». En fin, destellos indelebles de una pluma agraciada con el don de la observación para todo aquello que tiene que ver con las relaciones entre hombres y mujeres. James Salter es un pianista de las letras, un artista de intimidades únicas tratadas con elegancia y ternura, al abrigo de sinfonías tristes, sabias y profundamente intensas.

Con todo, uno de los temas principales de En solitario es la fama. Un tema apasionante y actual, y con tantas aristas como las montañas francesas que encara el intrépido Vernon Rand. A éste, por cierto, le llega de golpe y porrazo cuando rescata a un amigo en el Dru francés; pero éste huye de la fama y la rechaza. Lo suyo no es la grandeza del mundo, sino los instantes puros de placer, cargados, cómo no, de nostalgia y amargura, que sólo se encuentran al lado de una mujer o, en su defecto, en solitario.



FICHA
Título: En solitario
Autor: James Salter
Editorial: El Aleph
Otros: Barcelona, 2005, 224 páginas.

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