Como sostenía hace algo más de tres años, en La cultura en las series de televisión, The Walking Dead es un relato de supervivencia de corte apocalíptico, que sitúa al hombre en un contexto desesperado y angustioso, copado de amenazas. En este sentido, la atención del relato se fija en los conflictos humanos y no tanto en los caminantes, símbolo de la principal amenaza externa de un mundo que ha dejado atrás para siempre el confort y la seudo-paz de antaño. Un mundo, de hecho, que bebe de los anuncios escatológicos de los evangelios. Un anuncio, no obstante, que pone los pelos de punta: "Rezad para que esto no caiga en invierno. porque en aquellos días habrá una angustia tan grande como no la ha habido desde el principio del mundo que Dios creó hasta ahora, ni la habrá jamás. Y si el Señor no acortase aquellos días, nadie se salvaría; pero, en atención a los elegidos que él se escogió, acortará esos días" (Marcos 13, 18-20).
Tal vez los más jóvenes de las generaciones actuales, tan embrutecidos y poco educados, consideren imposible que amenazas como las que dibuja The Walking Dead puedan ser mañana reales. No pensarán lo mismo hogaño en Ucrania, que se están matando a sí mismos. Ni en Irak o Siria los cristianos perseguidos y decapitados. Ni los habitantes de Dresde, cuando en la Segunda Guerra Mundial la aviación aliada los masacró con miles de bombas arrojadas sobre sus hogares. Ni los polacos, al ser aplastados por soviéticos y nazis. Quizá estas generaciones ingratas e idiotazas suponen que los horrores del pasado no pueden formar parte nunca más de nuestro mundo, pues el zombi de turno no está royendo nuestros hígados, sino los del vecino de enfrente. ¿Y qué ocurrirá cuando el zombi llegue a nuestra casa? Por eso me pregunto con seriedad acerca de cómo respondería nuestra sociedad a una amenaza real de tipo catastrófico.
Esta magnífica serie está recorriendo ese camino, mostrando cómo los hombres deben, para vivir como hombres, regirse por criterios morales, aunque otros, en cambio, no piensen hacerlo y sean para sus propios hermanos, más una carga o una amenaza que una columna o un regalo sin el que no merece la pena seguir viviendo. Por esa razón en The Walking Dead no hay alusiones negativas a la religión, a pesar de que los personajes viven en un marco asfixiante que les ha hecho perder a personas queridas.
En fin, más allá de estos comentarios, quiero defender aquí, excepcionalmente, el recurso de la violencia del que hace gala esta serie. Una violencia que, como dije más arriba, no es el reclamo principal pero sí un ingrediente importante del ambiente. Así pues, no seamos ingenuos. La violencia es una realidad, y no resulta positivo ocultarla; ahora bien, recurrir a ella debe estar justificado. La presencia de escenas sangrientas y viscerales es tolerable únicamente si tienen sentido y si son necesarias para la narración de una determinada historia. Pues no se puede contar, por ejemplo, la persecución religiosa durante la segunda república española sin recurrir a la violencia. La violencia, como digo, forma parte de la vida, pero ni la violencia es sólo física, ni las amenazas tan evidentes, ni la supervivencia el valor último de nuestra especie; pues precisamente lo que da valor a la vida es cómo ésta se vive, por qué se vive y para qué se vive. Y esto en The Walking Dead se agradece que lo digan.
Sin embargo, puede ser que en adelante se produzca un giro y destruyan con muy mala idea todo este andamiaje. Pues si la alternativa a que no te cacen es cazar, ¿estarán volviendo de nuevo a la supervivencia encarnizada, donde se mata, o se muere? La verdad es que, en esta ocasión, no sé si en el fondo el ingenuo soy yo.
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